
Tengo un hijo adorable que está en la escuela secundaria, que vale más que diez hijas. A él le gustaba dormir en mis brazos y nunca se apartaba de mi lado cuando era pequeño. Pero sin darme cuenta, ha crecido tan alto que ahora necesito mirar arriba para verlo. Cada vez que veo a mi hijo que ha crecido tanto, me siento orgullosa pero triste a la vez, pensando que pronto no necesitará más mi ayuda.
Quizá esta sea la razón por la que tengo la extraña costumbre de preguntarle si recuerda su infancia. Cuando se me acerca, recuerdo cuando venía gateando con su pañal puesto; cuando habla sentado a mi lado, recuerdo su balbuceo.
―Hijo, ¿lo recuerdas? Cuando eras pequeño, si yo cocinaba, siempre venías a jugar a mi lado aunque estabas en otro lugar.
Le pregunto cuando bebe agua en la cocina, y vuelvo a preguntarle cuando toco el piano.
―Cuando eras pequeño, solías decir que te animabas cuando yo tocaba tu canción favorita, y te alegrabas, ¿lo recuerdas?
Un día, estaba fregando el suelo de la habitación arrodillada, y mi hijo me vio y dijo:
―Mamá, si limpia así, sus articulaciones no durarán mucho. Necesita cambiar su postura.
―Gracias, hijo. Ahora has crecido lo suficiente para pensar en tu madre. Antes montabas en mi espalda y allí jugabas todo el tiempo cuando limpiaba arrodillada, ¿lo recuerdas?
Después del matrimonio, la experiencia de dar a luz por primera vez fue para mí una serie de asombros, emoción y gratitud. No quería perder ningún momento, por lo que siempre tenía una cámara y un grabador de voz en la mano desde que tuve a mi bebé en brazos.
Mis dos libros de bebé contienen los detalles de lo que pensaba y lo que pasaba desde el momento en que sentí el movimiento fetal en mi vientre hasta su primer cumpleaños. Y también tienen pegados sus uñas y cabellos que corté por primera vez después de que nació. Eso no es todo. Incluso tengo diez cintas donde se grabaron sus balbuceos, su primera risa, su llanto y su grito.
Hay dos razones por las que empecé a guardarlos: quería darle un regalo especial a mi hijo cuando se convirtiera en adulto; y antes de eso, si atravesara la pubertad y enfrentara dificultades, deseaba que las venciera al comprender cuánto lo amaban su mamá y su papá y cuidaban de él.
Dejé de escribir el diario, pero aun después de eso he grabado uno por uno todos los momentos de mi hijo en mis ojos y en mi corazón. Sin embargo, a diferencia de mí, parece que mi hijo no tiene casi ningún recuerdo de su infancia. Hace algunos días, nuestra familia se reunió y cenamos juntos. Nuestra conversación trató sobre el plato que antes era el favorito de mi hijo.
―Te gustaba ese plato. Pero parece que ya no te gusta. Lo comías con gusto… ¿no lo recuerdas?
―En realidad, no lo recuerdo bien… y otras cosas tampoco.
―Recuerdo el día en que te moviste por primera vez en mi vientre, el día que naciste y muchas otras cosas que sucedieron mientras crecías, ¿pero cómo es que soy la única que tiene estos recuerdos?
Es natural perder la memoria a medida que pasa el tiempo, pero me sentí un poco decepcionada.
Sumida en los pensamientos, mis ojos se inundaron de lágrimas; recordé a la Madre celestial que podría estar herida por mi pérdida de la memoria celestial, al igual que mi hijo que no recuerda su infancia.
Cada vez que la Madre ve a sus hijos, debe de recordar los felices momentos que tuvo en el reino de los cielos. Y así como yo le pregunto a mi hijo, querrá preguntarnos si recordamos los hermosos y felices momentos que pasamos en el cielo.
Ahora que he recuperado un destello de la memoria celestial, tomo el borde de la ropa de la Madre, prometiéndome con lágrimas que ya nunca dejaré sus brazos. Madre, muchas gracias por hacerme comprender mi hogar, que no es un lugar de recuerdos perdidos, sino el hogar celestial adonde regresaré.