
Esto sucedió durante la semifinal de 400 metros en los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, España. Al sonido del disparo de salida, rompiendo el silencio, ocho velocistas empezaron a correr lo más rápido posible. Unos 65 000 espectadores tenían los ojos puestos en los velocistas ya que el resultado se iba a decidir en cuestión de segundos. Pero entonces, de repente, el velocista británico llamado Derek Redmond cayó al piso, llevándose la mano a la pierna, alrededor de la marca de 150 m. Volvió a levantarse, pero los otros velocistas ya estaban llegando a la meta.
Tenía mucho dolor, pero continuó la carrera cojeando, después de comunicar al equipo médico su voluntad de culminarla. Entonces un hombre de la multitud se acercó corriendo hacia él. Aunque el personal trató de detenerlo, entró en la pista, empujándolos. Era el padre de Derek. Apoyado en el hombro de su padre, Derek lloró muchísimo, pero siguió caminando hacia la línea de meta. Al ver la voluntad de su hijo de no darse por vencido, el padre lo ayudó a caminar, dándole una palmada en el hombro, y cruzaron juntos la línea de meta. La multitud dio una ovación de pie al atleta que corrió hasta la línea de meta, aunque le dolía la pierna, y a su padre, que lo apoyó, caminando a su lado.
“Estoy orgulloso de mi hijo. No podría haber estado más orgulloso de él, aunque hubiera ganado una medalla de oro”. Jim Redmond, padre de Derek Redmond