“Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac … él te heredará”.
Lo que Dios prometió a Abraham, que no tenía hijos, se cumplió como lo había prometido. Después de haber envejecido, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que tenía cien años. Siguiendo la voluntad de Dios, Abraham llamó a su hijo “Isaac”.
Para Sara, que no tenía ninguna esperanza de tener un hijo, el hecho de que naciera Isaac fue como un milagro. Sara no pudo evitar reír.
“Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo. ¿Quién dijera a Abraham que Sara habría de dar de mamar a hijos? Pues le he dado un hijo en su vejez”.
Sara se llenó de alegría por su hijo Isaac.
Isaac significa “risa”. Como el significado de su nombre, Isaac era en sí una alegría para Sara.
Sara representa a la Madre Jerusalén celestial, la realidad del nuevo pacto (Gá. 4:21-26). Isaac, que nació por medio de Sara y llegó a ser el heredero de Abraham, representa a los que recibirán a la Madre celestial y heredarán el reino de Dios. Los “hijos de la promesa como Isaac” (Gá. 4:28) traen alegría a la Madre celestial solo por su existencia.
El nacimiento de los hijos celestiales que tendrán vida eterna y heredarán el reino de los cielos, hace reír a la Madre una y otra vez. Los hijos de la promesa como Isaac están regresando a los brazos de la Madre rápidamente. La alegría de la Madre que cada día crece más en los asombrosos milagros de Dios, se entrega a sus hijos de manera intacta. Esta es la razón por la que Sion rebosa del sonido de la risa.