Según las palabras de la profecía, ahora los jóvenes del Señor como el rocío del alba se levantan y se dedican voluntariamente a Dios. Espero sinceramente que lleven muchos frutos del Espíritu Santo con la ambición y fe fervientes de su juventud. También deseo que todos los demás miembros de Sion: señoras, señores, estudiantes, niños y ancianos, que muestran la gloria de Dios, reciban la bendición de llevar buenos frutos.
Hemos pasado por muchos cambios antes y después de conocer a Dios. Ahora, tomémonos un tiempo para reflexionar sobre cuánto hemos cambiado desde que conocimos a Dios y cuáles son las diferencias en nuestra vida antes y después de conocer a Dios, examinando las palabras de la Biblia.
Antes de conocer a Dios, éramos pecadores que vivían como esclavos de la muerte. La Biblia compara nuestro cambio al renacer con la vida eterna que pertenece a Dios después de conocerlo, con las “ramas injertadas”.
“Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?” Ro 11:16-24
En botánica, “injertar” es un término utilizado para referirse a la unión de parte de una planta a otra. Una rama que se injerta en otro árbol pierde sus rasgos originales y pasa a formar parte del organismo al que se ha unido, para que ambas crezcan juntas como una sola.
La Biblia compara nuestra relación con Dios con la de un árbol y sus ramas, enfatizando que no podemos hacer nada separados de Él (Jn 15:1-5). Especialmente el libro de Romanos describe nuestra unión orgánica con Dios refiriéndose al injerto. Esto nos recuerda que debemos desechar nuestra vieja naturaleza de pecadores y cambiar para asemejarnos a la naturaleza de Dios.
En cuanto a la misma especie, los ejemplares de mejor calidad se describen con el término adicional “bueno”, pero los de mala calidad reciben el nombre de “silvestre”. Lo mismo ocurre con los olivos. Hay dos clases de olivos: el buen olivo de buena calidad y el olivo silvestre de mala calidad. Nosotros, las ramas de olivo silvestre, somos injertados en Dios, el buen olivo. Dado que no podemos regresar al eterno reino de los cielos con nuestra naturaleza original, hemos sido injertados en Dios y hemos renacido a la vida eterna.
Las ramas bien injertadas se asemejan a la naturaleza del buen olivo. Al recibir la savia y los buenos nutrientes del buen olivo, la forma de los frutos mejora y adquieren suficiente fuerza para defenderse de insectos y plagas.
Antes de conocer a Dios, nuestra vida era simplemente ordinaria y limitada. Si no hubiéramos conocido a Dios, habríamos vivido sin ninguna esperanza, envejeciendo gradualmente mientras trabajábamos arduamente para ganarnos la vida, y habríamos terminado nuestra existencia después de lamentar la vanidad y el vacío de la vida frente a la muerte inminente.
Nuestras vidas han cambiado por completo desde que conocimos a Dios. Antes de conocer a Dios nos enfocábamos en asuntos seculares, pero todo cambió después de conocerlo. Ahora nos llaman de manera diferente, ¿no es así? Anteriormente no teníamos título, pero desde que conocimos a Dios hemos recibido los títulos de “ministros del nuevo pacto” y “cristianos”, e incluso el título honorable de “elohistas”. Dios ha preparado bendiciones mucho mayores para nosotros en el cielo.
“pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Ap 2:25-29
Si antes de conocer a Dios solo esperábamos cosas terrenales como administrar un negocio y tener nuestra casa propia en esta tierra, ahora, después de conocerlo, tenemos una esperanza mucho mayor e incomparable. Es la esperanza del cielo; tenemos el deseo de convertirnos en el sacerdocio real para gobernar sobre las naciones del reino de los cielos. Dios nos ha concedido una visión más amplia para hacernos ver todo el universo.
Aquellos que tienen grandes ambiciones en esta tierra sueñan con convertirse en directores ejecutivos de una empresa o presidentes de un país. Sin embargo, aunque obtengan esa posición después de todos sus esfuerzos a lo largo de su vida, no pueden mantenerla por mucho tiempo, ni disfrutar del placer y la paz que esperaban. Exteriormente parece espléndido, pero en realidad está acompañado de muchas dificultades.
La autoridad del reino de los cielos es básicamente diferente en calidad de la autoridad de esta tierra. El reino de los cielos, adonde vamos los que hemos conocido a Dios, es un mundo eterno donde no hay dolor ni tristeza, y solo se crea un nuevo gozo cada día. Dios ha prometido darnos autoridad sobre las naciones en este hermoso y eterno reino de los cielos. Nuestro Dios nunca miente. Aunque las personas del mundo no nos reconozcan y les parezcamos insignificantes, muchas cosas serán diferentes cuando vayamos al reino de los cielos en el futuro.
Si queremos entrar en este glorioso reino de Dios, debemos deshacernos de nuestra naturaleza original de ramas de olivo silvestre. La Biblia llama “renacimiento” a la eliminación de nuestra naturaleza de pecadores. “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3:3). Al mencionar esto, Jesús quiso decir que no podemos entrar en el reino de los cielos si no renacemos con la naturaleza divina de Dios después de desechar nuestra naturaleza original de olivo silvestre.
Los que hemos conocido a Dios Elohim estamos siendo transformados de olivo silvestre a buen olivo. En lugar de depositar nuestra esperanza en las cosas terrenales, es preciso que tengamos una gran esperanza en el cielo. Dios ha prometido darnos autoridad sobre las naciones, así como Él reina como Rey de reyes y Señor de señores en el reino celestial. Albergando esta promesa de Dios en lo más profundo de nuestro corazón, debemos correr con fuerza hacia las metas del cielo con una gran esperanza celestial, en lugar de ser personas pequeñas que viven poniendo su esperanza en la tierra.
Antes de conocer a Dios, Pedro era simplemente un pescador que pescaba para ganarse la vida. Llevaba una vida sin rumbo, trabajando todos los días para sí mismo en lugar de beneficiar a los demás. Sin embargo, después de conocer a Cristo, hubo muchos cambios en su vida.
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.” Mt 4:17-20
“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: […] Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,” 2 P 1:1-3
La vida de Pedro después de conocer a Jesús fue totalmente diferente a su vida antes de conocerlo. Su título cambió de “pescador” a “apóstol”. Antes de conocer a Dios, solo le preocupaba la cantidad de peces que pescaría cada día. No obstante, después de conocer a Dios, pensaba en el número de personas que rescataría guiándolas al camino de la salvación. Vivía con gozo todos los días, teniendo esperanza en las promesas de Dios y deseando pertenecer al “real sacerdocio” (1 P 2:9). Aunque su cuerpo a veces se sentía cansado y agotado, tenía esperanza.
No solo Pedro cambió, sino el apóstol Juan y el apóstol Pablo también se hicieron totalmente diferentes. Así como los apóstoles cambiaron por completo después de conocer a Dios, nosotros también pasamos por muchos cambios antes y después de encontrarnos con Él. Antes éramos olivos silvestres, pero ahora hemos sido injertados en el buen olivo y nos convertimos en parte de él. Por lo tanto, nuestros sueños y futuro deben estar con el buen olivo; la esperanza de Dios debe convertirse en nuestra esperanza y el deseo de Dios debe ser nuestro deseo.
La salvación de la humanidad es lo que Dios, el buen olivo, siempre ha deseado y anhelado. La Biblia explica que el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc 19:10), y que el propósito de su segunda venida a esta tierra es también salvar al mundo (He 9:28). Por lo tanto, debemos esforzarnos al máximo por salvar al mundo entero. Entonces podremos decir que hemos recibido la naturaleza del buen olivo.
“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Y le buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. El les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido.” Mr 1:35-38
Cristo tenía esperanza y preocupación por salvar al mundo. Para esta tarea, solía orar muy de mañana y nunca dejó de predicar el evangelio. La pasión de Dios, que decidió salvar al mundo y vestirse de la carne, se ha trasplantado en nuestros corazones, y ahora hacemos nuestro mejor esfuerzo por llevar a cabo la obra del evangelio en nuestro propio campo misionero, ¿no es así?
Si vivíamos para los asuntos mundanos antes de conocer a Dios, ahora, después de conocerlo, debemos avanzar hacia el eterno reino de los cielos. Al estudiar la palabra de Dios cada día, debemos cambiar nosotros mismos de una forma que agrade a Dios, deshaciéndonos de las partes que no se asemejan a Él. Necesitamos eliminar uno tras otro los aspectos de nuestro carácter pecaminoso y aceptar la naturaleza de Dios, dejando que sus pensamientos se conviertan en nuestros pensamientos, que su gozo se convierta en nuestro gozo y que su deseo se convierta en nuestro deseo, para que tengamos una relación en la que Dios permanecerá en nosotros y nosotros en Él.
No debemos volver al estado que teníamos antes de conocer a Dios. Nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (ref. He 10:38-39); hemos nacido de nuevo desde que conocimos a Dios.
Al darnos las leyes del nuevo pacto, Dios nos guio a Él para que los que no vivíamos en Él en el pasado permaneciéramos en Él; y al decirnos que guardemos el Día de Reposo de Dios, la Pascua de Dios, los mandamientos de Dios, el pacto de Dios, etc., nos ha pedido que cambiemos todo lo que hay en nosotros por lo que hay en Él. Nos ordenó que lo hagamos para redimirnos y no para oprimirnos o agobiarnos; porque las ramas de olivo silvestre injertadas en el buen olivo nos pudriremos y moriremos al final si no recibimos la naturaleza del buen olivo. Dado que hemos sido injertados en el buen olivo, debemos abastecernos completamente de savia de la raíz del buen olivo y poseer la naturaleza del árbol.
Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15:5). Si nos apartamos de las enseñanzas de Dios, es como si un pez dejara el agua y como cortar las ramas de olivo silvestre injertadas en el buen olivo.
Romanos 11 nos compara a los que permanecemos en Dios, con ramas de olivo silvestre injertadas en un buen olivo. Otros versículos muestran que estamos en el proceso de despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre.
“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” Ef 4:17-24
Los versículos anteriores afirman que ya no andemos como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente. La vida de los gentiles es diferente a la nuestra. Satanás crea todo tipo de planes astutos para implantar en nuestro corazón la esperanza y el deseo de los gentiles. Sin embargo, si caemos en la tentación de Satanás y nos dejamos absorber por el mundo, iremos en contra de la voluntad de Dios y seremos cortados del buen olivo.
Todo en nosotros, como nuestra naturaleza, pensamientos y estilo de vida, debe cambiar. El “viejo hombre” mencionado en el libro de Efesios significa nuestra naturaleza original de ramas de olivo silvestre. Si eliminamos nuestro viejo hombre, podremos ser uno con el buen olivo, como parte de él.
La Biblia nos explica claramente lo que le agrada a Dios, el buen olivo. Todos debemos cambiar y agradar a Dios dedicándonos a predicar el evangelio, obedecer su voluntad con agrado, amar sus mandamientos, respetar y amar todo lo que le pertenece, etc.
Se dice que los padres sienten un cariño especial por sus hijos que se parecen a ellos. Debemos parecernos a Dios por completo, permaneciendo en Él. Dado que Dios se complace con la salvación de la humanidad, nosotros también debemos complacernos con su salvación y predicar el evangelio con diligencia, para guiar a toda la humanidad al reino de los cielos. Con este espíritu de fe, armonicemos con la mente de Dios.
Ahora, muchos de nuestros hermanos de Sion en todo el mundo predican el evangelio de Dios con gozo todos los días. Todos son hermosos, y se parecen a Dios. Hasta el día en que la gloria del Padre y la Madre resuene hasta los confines de la tierra, en todo el cielo y la tierra y el universo, despojémonos del viejo hombre y vistámonos del nuevo ser, para que nuestra naturaleza original de ramas de olivo silvestre se transforme completamente en la naturaleza del buen olivo. Solo entonces podremos decir que hemos renacido y cambiado. Espero sinceramente que todos lleven muchos buenos frutos y reciban las abundantes bendiciones del Espíritu Santo, y se conviertan en el sacerdocio real que sin falta goce del poder para reinar sobre todas las naciones en el reino de Dios.