Las dos ciudadanías de Pablo

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La ciudadanía es el derecho de pertenecer a determinado país. Puede ejercer derechos básicos como el derecho a sus propios bienes y derechos políticos como votar por los candidatos en cargos públicos, por ejemplo, el presidente y los congresistas, y ser designado como funcionario. Si tiene la ciudadanía de un país, puede disfrutar de todos los derechos mencionados.

El Imperio Romano gobernó Israel hace dos mil años cuando los apóstoles predicaban el evangelio. Una persona con la ciudadanía romana tenía un alto estatus social y recibía diversos privilegios de los romanos como el sufragio, el derecho a juzgar en la corte, y el derecho de apelar ante el Tribunal Supremo de Roma encabezado por el emperador. Podían evitar ciertos castigos como la flagelación y la crucifixión, y no recibían la pena de muerte en tanto no hubieran cometido traición.

Pablo era de Tarso de Cilicia, ubicada en la actualidad en el sur de Turquía (Hch. 22:3). Algunos eruditos de la Biblia explican cómo Pablo, siendo judío, obtuvo la ciudadanía romana desde su nacimiento: las personas allí eran reconocidas como ciudadanos romanos porque Tarso de Cilicia se incorporó a Roma, y los ancestros de Pablo, con una elevada condición social, recibieron la ciudadanía. El apóstol Pablo ejerció su derecho como ciudadano romano mientras predicaba el evangelio.

“Mandó el tribuno […] que fuese examinado con azotes, […] Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.”Hch. 22:24-26

Se impusieron azotes para Pablo, quien recibió a Jesucristo en su camino a Damasco y predicaba que Dios había venido como hombre. Entonces, Pablo les dijo que él era ciudadano romano y protestó: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?”. El centurión, que estaba a punto de azotar a Pablo, se sorprendió y reportó al tribuno sobre la ciudadanía de Pablo. Lo interesante es que el tribuno se estremeció cuando se dio cuenta de que había encadenado a Pablo, un ciudadano romano.

“Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado.”Hch. 22:27-29

La ciudadanía romana que Pablo tenía, era un privilegio y un símbolo de gran estatus en aquel tiempo. Incluso se aprobó la siguiente ley: encadenar a un ciudadano era un crimen, azotarlo era un acto malvado y ejecutarlo era igual al parricidio.

Las personas conocían muy bien el valor de la ciudadanía. Creían que sus vidas serían más sencillas si obtenían la ciudadanía romana. El apóstol Pablo les enseñó el valor de la salvación a través de la ciudadanía, que era su interés.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; […]”Fil. 3:20

¿Cómo es tener la ciudadanía del cielo? Como ciudadano del cielo, el apóstol Pablo predicó el evangelio de Jesucristo y recorrió el camino de la fe sin vacilar ni un poco, aunque requería pasar por dificultades. Él consideró cada obstáculo para predicar el evangelio, como basura, aunque se tratara de la ciudadanía romana. Esto nos ayuda a apreciar el valor de la ciudadanía celestial.

“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, […]”Fil. 3:8-9

El evangelio que el apóstol Pablo enfatizó como ciudadano celestial, es la Pascua del nuevo pacto (1 Co. 11:23-26). Y también es el evento más especial en el ministerio del evangelio de Jesús de tres años. Se debe a que, mediante el pan y el vino de la Pascua, que representan la carne y la sangre de Jesús, podemos convertirnos en hijos de Dios y obtener la ciudadanía celestial que nos concede el perdón de pecados y la vida eterna (Jn. 6:53-56, Mt. 26:17-28).

No fue solo el apóstol Pablo. Pedro, Juan, Lucas y muchos otros predicaron sobre Jesús, Dios que vino en la carne para dar a su pueblo la ciudadanía celestial; y guardaron la Pascua del nuevo pacto, obedeciendo las palabras de Jesús. Ahora están en el cielo disfrutando todo el honor y los privilegios que no se pueden comparar con la ciudadanía romana. Nosotros también tenemos la oportunidad de disfrutar las mismas bendiciones si comprendemos el valor de la ciudadanía celestial y nos esforzamos por obedecer la palabra de Dios.