Es realmente difícil para cualquiera conversar poco o no conversar con los que lo rodean. Igual que un criminal en prisión que es confinado, aislado de los demás, nosotros también nos desconectamos de Dios si no mantenemos conversaciones con él. En esta situación, no podemos sentir gozo, ni obedecer su voluntad.
Necesitamos conversar con Dios sobre todo para cumplir su voluntad. Por ejemplo, para obedecer la palabra de Dios: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”, necesitamos preguntar a Dios repetidas veces: “¿Cuándo iré? ¿A quiénes haré discípulos? ¿Cómo debo predicarles?” y orar constantemente para que Dios nos permita una situación en la que podamos hacer lo que él ha dicho. Solo a través de continuas conversaciones con Dios, podremos obedecerlo totalmente.
La Madre nos dijo que este año prediquemos el evangelio activamente, llenos de esperanza y sonrisas. Para obedecer las palabras de la Madre, debemos hablar con Dios mediante la oración, y hacer lo que le agrada.
Permítanme hablarles de un hermano. Él siempre ponía en práctica su fe, pero de pronto, sin una razón su fe comenzó a enfriarse. Y no era porque no confiara en la verdad o porque sufriera aflicciones o persecución. Además, no descuidaba el estudio ni la predicación de la palabra de Dios.
Sin comprender por qué su fe se enfriaba, se sentía muy mal. Un día, oyó la noticia de un incendio en la televisión. Después de eso, su corazón comenzó a arder de nuevo. Le pregunté qué le había hecho recuperar su fe; me respondió que de ese incendio aprendió algo de gran importancia: cuando estaba viendo las noticias, se concentró en el hecho de que la mayoría de las víctimas murieron asfixiadas por el humo, y no por el calor. Súbitamente recordó la palabra de Dios: “La oración es la respiración del alma”. “¿Qué pasará si no respiro espiritualmente?”
Cuando pensó de este modo, llegó a saber la razón por la que se debilitó su fe, aunque asistía diligentemente a los cultos y predicaba el evangelio. Reflexionando acerca de sí mismo, comprendió que era la oración, la respiración del alma, lo que realmente necesitaba. Aunque creía en Dios, no estaba manteniendo conversaciones serias con él; en vez de eso, vivía el evangelio con sus propios esfuerzos y celo. Por eso su fe se estancó en lugar de crecer.
Oró seriamente y muy arrepentido, pidiendo a Dios que le permitiera tener continuas conversaciones con él. Después, oró a Dios todas las cosas, sin importar lo pequeñas que fueran. Hablando con Dios en oración todos los días, su corazón se llenó de gratitud incluso en situaciones angustiantes y difíciles. Su fe se hizo mucho más activa y fuerte que antes.
Al escuchar el entendimiento del hermano, comprendí otra vez que nuestra conversación con Dios es una importante clave para el crecimiento de nuestra fe. Si alguien se siente vacío y la pasión de su fe disminuye, aunque sea diligente asistiendo a los cultos y activo en la predicación del evangelio, esto muestra que no dedica suficiente tiempo a hablar con Dios.
Ahora, analicémonos nosotros mismos. Si sentimos que nuestra alma se debilita y pierde vigor, necesitamos preguntarnos cuánto tiempo dedicamos a conversar con Dios; y también necesitamos examinarnos para saber si oramos de corazón o tan solo mecánicamente.
No podemos cumplir el ministerio del evangelio con nuestras propias fuerzas. Definitivamente necesitamos la ayuda de Dios Todopoderoso. Pero aunque sabemos esto, no hablamos con Dios con frecuencia. Por eso la Biblia enfatiza que debemos dedicarnos a la oración, que es una conversación con Dios.
『orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, […]』 Col. 4:1-3
『El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración;』 Ro. 12:9-12
Dios nos ha escogido sabiendo nuestras debilidades. ¿Qué pasaría si nosotros, que somos débiles e inhábiles, tratamos de hacer la obra del evangelio con nuestra propia sabiduría o fuerza, sin pedir la ayuda de Dios? ¿Podremos cumplir la obra de Dios? Nunca.
Dios provee ampliamente todas las cosas que necesitamos, si confesamos nuestra debilidad y le pedimos ayuda. Nuestros antepasados de la fe descritos en la Biblia, obtuvieron sabiduría, valor y fuerzas mediante sus conversaciones con Dios, cada vez que enfrentaban dificultades y situaciones desesperantes.
Cuando el rey Acab gobernaba el reino del norte, Israel, durante el período de la división del reino, el profeta Elías comunicaba el mensaje de Dios. Había 850 profetas de Baal y de Asera, que eran apoyados por Jezabel, reina de Israel. Elías peleó solo contra los 850 falsos profetas en el monte Carmelo, y los venció con las fuerzas que Dios le había dado. Fue el poder de la oración el que hizo posible la gran victoria (1 R. 18).
Esto puso furiosa a Jezabel. Ella intentó matar a Elías, quien huyó de ella al desierto. Entonces Elías dijo a Dios: “Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”, y: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida”.
En el momento de mayor desesperación, Dios le dijo: “Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”. Dios consoló a Elías y refrescó su alma y su cuerpo. Pensó que estaba solo, pero Dios le dijo que habían quedado siete mil profetas fieles. La palabra de Dios le dio gran gozo y ánimo. Por medio de su conversación con Dios, cobró valor de nuevo, y pudo llevar a cabo su misión de profeta (1 R. 19).
Así, nuestros antepasados de la fe mantuvieron constantes conversaciones con Dios durante toda su vida. Aunque los seguidores de Dios eran inferiores en número y parecían más débiles que los inicuos, Dios daba valor a la manada pequeña, diciendo: “No teman, cobren ánimo, yo estoy con ustedes”.
Con sus poderosas palabras, Dios inunda nuestros corazones con alegría rebosante. Una constante conversación con Dios nos inspira siempre valor y pasión de fe.
El profeta Moisés también tuvo constantes conversaciones con Dios cuando guió a los israelitas de Egipto a Canaán, la tierra que fluye leche y miel; porque era imposible para él guiar a tantas personas a Canaán sin la ayuda de Dios.
El Mar Rojo en frente de ellos, y el ejército egipcio detrás; en ese momento de desesperación, Moisés clamó a Dios: “Señor, ¿qué debo hacer? He tratado de guiar a tu pueblo según tu voluntad, pero ahora el Mar Rojo bloquea nuestro camino. Por favor abre la puerta delante de nosotros”. Entonces Dios respondió de inmediato su oración.
『Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Dí a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco.』 Éx. 14:15-18
Moisés hizo como Dios le dijo, y al seguir las instrucciones de Dios, el Mar Rojo se dividió, y los 600 mil varones y todas las mujeres y niños pudieron pasar el mar en seco. Dios mismo hizo todo lo que había planeado. Moisés solo necesitó escuchar a Dios mediante la oración, y seguir sus instrucciones.
Después del Éxodo, Moisés continuó su conversación con Dios para poder manejar las situaciones críticas en el desierto.
『Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió.』 Nm. 11:1-2
『Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. […] Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía.』 Nm. 21:4-9
Cada vez que sobrevenían calamidades sobre el pueblo como consecuencia de sus pecados, Moisés intercedía entre Dios y el pueblo. Se postraba en oración y pedía a Dios el perdón de su necedad y su rebelión, y que los guiara por el camino correcto. Dios respondía todas sus oraciones y los guiaba.
Moisés se concentraba en su conversación con Dios a fin de guiar a la nación de Israel hacia Canaán. Ahora, nosotros tenemos que guiar a todas las naciones al reino de los cielos, obedeciendo la voluntad de Dios. Debemos hablar con Dios con más frecuencia. ¿Qué sucede cuando intentamos cumplir la gran obra del ministerio del evangelio sin la ayuda de Dios? Pronto nos frustraremos y renunciaremos, por las limitaciones de nuestras habilidades. Pero si conversamos constantemente con Dios, todas las puertas se nos abrirán.
Analizando nuestra vida de oración, podemos darnos cuenta de que todas nuestras oraciones han sido contestadas. Ya que oramos para poder participar en el evangelio, Dios nos ha llamado como sus obreros. Ya que oramos por la evangelización mundial, Dios abrió el corazón de todos los pueblos del mundo. Si bien es cierto que este es el cumplimiento de una profecía de la Biblia, nuestras oraciones pueden acelerar los tiempos proféticos de Dios.
Por eso Jesús nos dice que oremos siempre y no desmayemos. En sus enseñanzas, puso énfasis en la importancia de la oración.
『También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: «Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: […] porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?』 Lc. 18:1-8
『Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; […] aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. […] Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?』 Lc. 11:5-13
El juez injusto finalmente concedió a la viuda su pedido, porque venía a él todos los días y clamaba: “Hazme justicia”. Y en otra parábola, Jesús dice que si alguno va a su amigo a medianoche y le pide persistentemente algo, este se levantará y le dará todo lo que necesite, por su importunidad, aunque no sea por la amistad. ¡Y cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a sus hijos que se lo pidan! Necesitamos entender de qué está hablando realmente Dios en las parábolas anteriores.
Dios espera que sus hijos le hablen. Si pedimos, buscamos y llamamos, según la voluntad de Dios, recibiremos, hallaremos todo y se nos abrirá la puerta.
Como los hijos molestan a sus padres constantemente cuando quieren algo, así también debemos pedir constantemente al Padre y a la Madre celestiales que cumplan nuestros deseos espirituales. Dios siempre responde nuestras oraciones, a menos que pidamos cosas que vayan en detrimento de nuestro futuro.
Debe haber constante conversación entre los miembros de una familia. De acuerdo a las estadísticas, el 95% de los delincuentes han sufrido de falta de comunicación con su familia durante su adolescencia. Y de acuerdo con una encuesta, la principal causa de divorcio es también la falta de comunicación.
Comuniquémonos mucho con los miembros de nuestra familia, y tengamos más conversaciones con Dios. La conversación es necesaria para predicar el evangelio. También debe haber una cercana comunicación entre todos los miembros de la iglesia. A través de nuestras conversaciones, compartiremos muchas cosas, como dice el proverbio: “Una alegría compartida es una doble alegría, y una pena compartida es una pena a medias”.
Sin embargo, debemos evitar las conversaciones sin gracia de Dios. Cuando el pueblo oyó a los diez espías sin fe, se volvieron rebeldes y desobedientes a Dios. Y la conversación de Eva con la serpiente trajo la caída y la muerte de la humanidad. No debemos conversar lo que no agrada a Dios, sino hablar de cosas que den fe, esperanza y valor, ayudándonos mutuamente a entender el amor de Dios.
Dios es nuestro gracioso Consolador. Dios da gozo y valor a los hijos que le hablan, y también les da lo que le piden.
La Biblia describe a Dios como el Consolador, que nos consuela y ayuda en todos nuestros problemas. Como nuestro Consolador, Dios nos da soluciones para cada problema que enfrentamos, sea grande o pequeño. Salomón disfrutaba hablar con Dios; y como resultado, obtuvo sabiduría y fortaleció a su reino, además de las riquezas y el honor que recibió. Pero, por el contrario, los reyes de Israel que no conversaban con Dios, hacían lo malo delante de él. La ausencia de conversación con Dios, quien es amor, les trajo tentaciones de espíritus inmundos y les hizo manifestar su mal temperamento, que los condujo a la violencia. En este año cumplamos la misión mundial a través de mucha conversación con Dios. En nuestra constante conversación con Dios, debemos entender y seguir la voluntad de nuestro Padre y nuestra Madre celestiales.
『Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. […] Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, […]』 Ef. 6:10-19
Aunque nos vistamos de toda la armadura del Espíritu Santo, no podemos hacer nada sin la oración. A fin de activar completamente el poder del Espíritu Santo en nosotros, debemos tener continuas conversaciones con Dios. Mediante la conversación con Dios, podremos presenciar milagros como la división del Mar Rojo. Busquemos, llamemos y pidamos diligentemente, para que podamos predicar el evangelio hasta lo último de la tierra. Como hijos celestiales, debemos mantener frecuentes conversaciones con Dios, buscando desarrollar un carácter recto. Así, Dios nos permitirá llevar mucho fruto y salvar al mundo entero.