
Un día, los fariseos y doctores de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén, estaban escuchando las enseñanzas de Jesús. Entonces unos hombres traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico y procuraban llevarle adentro y ponerle delante de Jesús, pero no hallaban cómo hacerlo a causa de la multitud.
Dejaron de intentar entrar en la casa por la puerta, y subieron al techo. Y abriendo un hueco en el tejado, bajaron al enfermo con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús.
Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:
“Hombre, tus pecados te son perdonados.”
Podrían haberse rendido al no haber manera. Sin embargo, los que trajeron al paralítico se arriesgaron a subir al techo con la fe de que el enfermo sanaría una vez que se encontrara con Jesús. Jesús hizo el milagro porque vio la fe, no del enfermo, sino de los que lo trajeron. Fue conmovido por su ansiedad de curar al enfermo, incluso rompiendo un tejado.
El corazón que quiere salvar a alguien, cuyo nombre es “amor”.
El amor es el poder más grande que conmueve a Dios y hace un milagro.