El juicio de Salomón

1 Reyes 3:16-28

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Dos mujeres que insisten cada una en que un bebé es su hijo, vienen al rey Salomón y se presentan delante de él para que lo juzgue.

“¡Ah, señor mío! Aconteció al tercer día después de dar yo a luz, que ésta dio a luz también, y una noche el hijo de esta mujer murió, porque ella se acostó sobre él. Y se levantó a medianoche y tomó a mi hijo de junto a mí, estando yo tu sierva durmiendo, y lo puso a su lado, y puso al lado mío su hijo muerto. Y cuando yo me levanté de madrugada para dar el pecho a mi hijo, he aquí que estaba muerto; pero lo observé por la mañana, y vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz. Aquel bebé es mi hijo.”

“No. Mi hijo es el que vive, y su hijo es el muerto.”

“No, ese bebé es ciertamente mi hijo.”

Al observar la disputa de las dos mujeres, el rey Salomón da una orden inesperada.

“Cada una insiste en que el bebé que vive es su hijo. Partid por medio al niño vivo con una espada, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra.”

Una mujer lo acepta y dice:

“Estoy de acuerdo. Ni a mí ni a ella; partidlo.”

Mas la otra, habla al rey porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo, y dice:

“¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis.”

Entonces el rey juzga, diciendo:

“Dad a esta mujer el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre.”

El bebé llega a estar seguro en el seno de la verdadera madre.

En cualquier situación, la madre considera primero la vida y la seguridad de su hijo. Es el corazón de una madre.

El corazón de la verdadera madre, que eligió el sufrimiento de separarse de su hijo para salvarlo en lugar de su muerte, nos muestra el corazón de la Madre celestial que tenía que enviar a esta tierra a sus hijos que merecían el castigo eterno del infierno debido a sus pecados cometidos en el cielo.

El único método para las almas destinadas a la muerte, que son esclavos de la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra, Babilonia (Ap. 17:5), es encontrar a la verdadera Madre que les da la vida. Anunciemos a la Madre celestial que ha venido a esta tierra para restaurarnos la gloria celestial, y prediquemos diligentemente el camino de la vida.