Si no comprendemos el amor de Dios, no podemos estar siempre gozosos, dar gracias en todo ni glorificar a Dios.
Hace unos dos mil años, cuando los apóstoles entendieron el amor de Jesucristo, que había sido sacrificado en la cruz hasta la muerte, las buenas nuevas acerca de él se difundieron velozmente y llegaron a muchas personas del mundo. De igual manera, en estos días, cuando comprendamos el amor de nuestra Madre celestial y la voluntad de nuestro Padre del cielo, guiaremos a todos nuestros hermanos perdidos a Sion.
Hace mucho tiempo, vivía una mujer cuyo joven hijo sufría de una grave enfermedad; durante varios días, se dedicaba enteramente a cuidar de él.
Un día, un viajero llegó a su casa y le pidió un vaso de agua. Ella entró en la cocina para prepararle algo de comer y beber. Pero cuando volvió, el viajero se había marchado llevándose a su amado hijo.
En medio de un profundo dolor, comenzó a buscarlo por todas partes, llamándolo como una loca. Con un ardiente deseo de encontrar a su hijo perdido, caminaba sin detenerse; y de pronto, se resbaló, y cayó en un gran lago. Entonces el dios del lago se le apareció y le dijo:
–Si me das tus ojos cristalinos, te dejaré cruzar el lago.
Con el único deseo de hallar a su añorado hijo, se sacó los ojos de inmediato y los dio al dios del lago, para poder cruzarlo.
Sin poder ver, andaba por donde sus pies la llevaban. Mientras caminaba, llegó a un risco donde, desafortunadamente, resbaló, cayendo a un profundo valle, donde había un zarzal. Su cuerpo entero estaba desgarrado por las espinas y cubierto de sangre. Por más que intentaba librarse de ellas, no podía. Hasta que apareció el dios del zarzal.
–Me congelo en este crudo clima. He escuchado que el corazón de una madre es muy caliente. Si me abrazares y descongelares mi gélido cuerpo con tu cálido corazón, te dejaré escapar de estos espinos.
En ese instante, la madre consideró que tenía que salir de cualquier forma, a fin de buscar a su hijo. Así que accedió al pedido del dios del zarzal. A pesar del helado viento del norte y de la atroz ventisca, la madre abrazó al zarzal con su corazón caliente. Las espinas pincharon su cuerpo y su sangre goteaba; no obstante, la madre apretó los espinos contra su pecho por un largo rato; porque si no lograba descongelarlos, no podía librarse de ellos para buscar a su hijo.
Luego de un buen tiempo, el zarzal helado comenzó a descongelarse y, a pesar del clima invernal, empezó a echar brotes. Entonces el zarzal despejó el camino para la madre.
Con el cuerpo rasgado y totalmente herido, siguió su camino deprisa apenas pudo escapar de los espinos. Sin importarle el hecho de haber quedado ciega y con el cuerpo rasgado por las espinas, continuó su camino paso a paso, llamando el nombre de su hijo.
Poco después, llegó a un cementerio, cuya diosa le pidió que se detuviera. La diosa del cementerio era muy vieja y fea, y su aspecto era muy desagradable.
–No puedes continuar sin mi permiso. Te dejaré ir si me das tu belleza y juventud.
Considerando que su juventud y su belleza de nada le servían si no tenía a su hijo, la madre las entregó a la diosa y revistió su terrible apariencia.
Perdió fuerza en las piernas, y su cuerpo se encorvó. Así, después de sacrificarse, luego de perderlo todo, la madre pudo encontrarse de nuevo con su amado hijo, a quien tanto había buscado.
Esta antigua historia describe perfectamente el amor y el sacrificio de una madre. El amor de una madre es incondicional. Por eso se dice que todos los hombres nacen con amor hacia sus madres.
Así es el amor de una madre. Tan solo con mencionar la palabra“madre”, sentimos un nudo en la garganta, y las lágrimas embargan nuestros ojos. Todos los hombres llegan a aprender y comprender el amor cuando lo ven en sus madres. Esto hace que no puedan dejar de amarlas.
Nuestro Padre y nuestra Madre espirituales están siempre con nosotros y nos aman incansablemente. ¿Pero qué pasaría si no comprendiéramos este gran amor que nos muestran nuestro Padre y nuestra Madre? No seríamos capaces de predicar el amor a los demás, ni podríamos seguir el camino del sacrificio hasta el final.
El nuevo pacto se concentra en el amor de Dios. Sin precio, nuestra Madre celestial nos da su gran amor sacrificado. Si comprendemos este amor sin condiciones, llegaremos a la senda del nuevo pacto.
Por medio del amor de los padres físicos hacia sus hijos, Dios nos hace conocer el amor del Padre y la Madre del cielo.
『Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, […]』Ro. 1:18-20
『[…] porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.』Ap. 4:10-11
Cuando Dios creó todas las cosas, las hizo por su voluntad. Entonces ¿por qué una madre está llena de amor? ¿Por qué una madre se dedica a sus hijos y se sacrifica por ellos en cualquier cosa? ¿Cuál fue la voluntad que Dios tuvo al crear a la madre?
Es la madre quien entrega gustosamente sus ojos y su juventud para buscar a sus hijos perdidos. Con este amor sacrificado por nosotros, nuestra Madre celestial vino a este mundo de tinieblas lleno de pecados. A través del dedicado amor de nuestras madres terrenales, podemos ver cuánto nos ama nuestra Madre espiritual.
Si alguno les preguntase si cambiarían su juventud con vejez por su madre, o si se arrancarían los ojos por su madre, ¿podrían ustedes responder que sí? Aunque su respuesta fuese afirmativa, ninguno de ustedes sería capaz de hacerlo si tal cosa realmente sucediese.
Sabemos bien lo que Pedro y los demás discípulos hicieron en una situación similar. Ellos declararon:“Si nos fuere necesario morir contigo, no te negaremos”. ¿Pero qué fue lo que hicieron cuando estuvieron frente a la muerte? Negaron a Jesús y lo abandonaron, ¿no es cierto?
『Entonces Jesús les dijo: Todos os escandalizaréis de mí esta noche […]. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no. […] Mas él [Pedro] con mayor insistencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo. […] Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron.』Mr. 14:27-50
Esta es la manera de actuar de los hijos, hasta de los más consagrados a sus padres. Los padres, sin embargo, poseen un amor tan dedicado, que son capaces de hacer cualquier cosa por sus hijos.
Dejando de lado el glorioso trono del cielo, nuestra Madre vino a buscar a sus hijos perdidos, tomando la forma de un pecador. Tenemos que entender plenamente este gran amor y sacrificio de nuestra Madre espiritual. Si no comprendemos el amor y sacrificio de nuestra Madre, los celos y las contiendas pueden surgir entre nosotros. No obstante, cuando entendamos y sintamos el amor de nuestra Madre aun en las cosas más pequeñas, alcanzaremos una gran fe.
Gracias a que nuestra Madre está con nosotros, podemos crecer en su amor y estar a salvo del peligro y de cualquier accidente. No debemos olvidarlo.
Hace pocos días, una persona me habló de la muerte de un hombre, en cuyo funeral había estado. Este era un paciente de cáncer en estado terminal, que falleció a la temprana edad de 40 años. Su cuerpo fue cremado. Escuché decir a los asistentes al funeral, que solamente quedó un puñado de cenizas; al pensar en lo duro que había trabajado por comida, ropa, salud y honor en esta tierra, sintieron que todo era nada.
Comentaron que se habían dado cuenta de que todas las cosas de la carne eran vanidades, y dieron gracias por conocer a Dios y creer en él. No importa cuánto pueda vivir un hombre –30 ó 60 años–, porque al final ha de morir dejando un puñado de cenizas. Dijeron sentirse profundamente agradecidos a Dios, pensando que la mayoría de las personas trabajan duro por las cosas perecederas de la carne.
Un puñado de cenizas es lo único que deja la gente en esta tierra después de trabajar y morir. Para despertar a sus hijos y prevenirlos de este necio camino, Dios hace énfasis en la vanidad de las cosas de este mundo, mediante la Biblia (Ec. 1:1-10). Hemos recibido esta preciosa enseñanza directamente de Dios. Entonces, ¿será apropiado que gastemos nuestra vida luchando por las cosas vanas de esta vida, que perecerá y se reducirá a cenizas?
Veamos Isaías 53, y meditemos y démonos cuenta del sublime, absoluto y puro amor de nuestro Padre y nuestra Madre, que vinieron a esta tierra a semejanza de los hombres.
『¿Quién ha creído a nuestro anuncio? […] no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. […] Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.』Is. 53:1-9
Nuestro Padre y nuestra Madre vinieron a esta tierra con una apariencia que hace que la gente no los desee. Dieron su juventud y belleza por sus hijos perdidos. La apariencia de nuestra Madre, que está ahora con nosotros, es como el aspecto de la madre que entregó toda su belleza y juventud a la diosa del cementerio.
Hoy estamos aquí gracias al intenso sufrimiento de nuestra Madre. Pero no nos damos cuenta de ello. ¿Por el sacrificio y el amor de quién ha crecido la Iglesia de Dios? Por el sacrificio y el amor de nuestra Madre, ahora estamos viviendo con una verdadera y preciosa esperanza y con alegría, mientras la mayoría de las personas de este mundo viven sin esperanza.
Aunque los tiempos han cambiado y la moral ha perdido su fuerza en la gente, el amor de una madre jamás cambia. Nada puede destruir el amor incondicional de una Madre hacia sus hijos. Entendamos, a través del amor de las madres físicas, el amor de nuestra Madre espiritual.
Es primordial conocer todos los mandamientos de Dios, y es todavía más importante comprender el gran amor de Dios y ponerlo en práctica. Si alguno conoce los mandamientos de Dios, pero no entiende su amor, viene a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe (1 Co. 13:1-13). Claro que los mandamientos de Dios son realmente preciosos e importantes; pero a través de ellos, la Biblia intenta, al final, enseñarnos el amor de la Madre.
Todos los sacrificios del Antiguo Testamento representan a nuestro Padre, quien, hace dos mil años, fue sacrificado como una ofrenda por el pecado, y también a nuestra Madre que, en esta época, se está sacrificando para buscar y salvar a sus hijos con un amor dedicado.
Desde los tiempos del Antiguo Testamento, Dios dio a sus hijos las reglas de los cultos del tercer día y del día de reposo. Mediante estas normas, la Madre ha purificado nuestras almas con su propio sacrificio, para que no seamos cortados de la congregación de Dios.
『Dí a los hijos de Israel que te traigan una vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo; y la daréis a Eleazar el sacerdote, y él la sacará fuera del campamento, y la hará degollar en su presencia. Y Eleazar el sacerdote tomará de la sangre con su dedo, y rociará hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión con la sangre de ella siete veces; y hará quemar la vaca ante sus ojos […]. Y un hombre limpio recogerá las cenizas de la vaca y las pondrá fuera del campamento en lugar limpio, y las guardará la congregación de los hijos de Israel para el agua de purificación; es una expiación. […] El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. Al tercer día se purificará con aquella agua, y al séptimo día será limpio; y si al tercer día no se purificare, no será limpio al séptimo día. Todo aquel que tocare cadáver de cualquier persona, y no se purificare, el tabernáculo de Jehová contaminó, y aquella persona será cortada de Israel; por cuanto el agua de la purificación no fue rociada sobre él, inmundo será, y su inmundicia será sobre él. […] Y el que fuere inmundo, y no se purificare, la tal persona será cortada de entre la congregación, por cuanto contaminó el tabernáculo de Jehová; no fue rociada sobre él el agua de la purificación; es inmundo. Les será estatuto perpetuo; también el que rociare el agua de la purificación lavará sus vestidos; […]』Nm. 19:1-21
En los días del Antiguo Testamento, los israelitas hacían distinción entre machos y hembras al momento de sacrificar animales como ofrendas por el pecado, de expiación u holocaustos. Para la pascua, se empleaban corderos machos; y para el cumplimiento de esta profecía, Jesús, que era varón, fue sacrificado.
El libro de Números pone especial énfasis en una vaca. Esta tenía que ser quemada, su cuero y su carne y su sangre, con su estiércol, y sus cenizas eran usadas para preparar el agua de la purificación de las impurezas de todos los israelitas.
Todos los sacrificios del Antiguo Testamento simbolizan el sacrificio de Dios; por tanto, ¿a quién representa la vaca? ¿Por el sacrificio de quién somos ahora purificados en el tercer día y en el séptimo día?
La vaca era un sacrificio que representaba a nuestra Madre, quien ha venido a esta tierra como la Esposa del Espíritu. Los israelitas fueron purificados con el sacrificio de una vaca, lo cual muestra que los hijos de Dios son purificados con el sacrificio de la Madre en el tercer y séptimo días.
Nuestra Madre se quema al ser sacrificada como una ofrenda de expiación; gracias a las cenizas de la Madre, simbolizada por la vaca, nosotros somos purificados de todas nuestras impurezas, iniquidades y pecados, en el tercer día y en el día de reposo. ¿Cómo podemos imaginar y describir con palabras el dolor, sacrificio y amor de nuestra Madre?
Dios es Rey de reyes y Señor de señores, digno de recibir la gloria y la honra de parte de los hombres y de todos los seres espirituales del universo entero. Dejando atrás esta gran gloria, Dios vino a buscar a sus hijos perdidos. No debemos olvidar el sacrificio y amor de Dios.
Nuestra Madre soporta el dolor que sus hijos seguimos dándole. Es hora de ver el sacrificio y el amor de nuestra Madre con los ojos bien abiertos. El hecho de que nuestra Madre sea continuamente sacrificada en el día tercero y el día de reposo, debe hacernos comprender cuántos pecados hemos cometido.
Algunos podrían pensar ligeramente que son perdonados porque creen en Dios. No obstante, debemos saber que, en el perdón de nuestros pecados, están contenidos el gran sacrificio y el incomparable amor de Dios. Hemos sido curados por la llaga de Dios; el castigo de nuestra paz está sobre él. Con este sacrificio de Dios, hemos sido perdonados. Tenemos que entender el amor de nuestro Padre y de nuestra Madre y darles gracias a través de los cultos del día tercero y del día de reposo.
Sin revestirnos del amor de la Madre, ninguno de nosotros podrá entrar en el reino de los cielos; fuimos expulsados del cielo, y jamás podríamos entrar por nuestro propio esfuerzo.
Somos purificados por el sacrificio de la Madre. Ella fue herida por nuestras rebeliones, y por su llaga fuimos nosotros curados y estamos en paz. Nada podemos hacer sin su amor, ¿no es verdad? No debemos olvidar su amor; llevémoslo en el corazón estando alegres y dando gracias siempre.
En Apocalipsis 7 y 22, está escrito que son bienaventurados los que lavan sus ropas en la sangre del Cordero, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Dios ha purificado nuestras impurezas y pecados con el agua purificadora hecha con su amor y sacrificio, para hacernos nacer de nuevo como santos con derecho al árbol de la vida. Recordando esto, debemos dar gracias y alabanza a Dios sinceramente.
¿Hay algo por lo que no tengamos que dar gracias a Dios? ¿Hay algo que no podamos hacer por los hermanos y hermanas? Dios nos ha limpiado completamente; por eso tenemos que alabarlo y guardar sagradamente los cultos del día tercero y el día de reposo.
Nuestra Madre nos da amor sin condiciones, sin esperar nada a cambio. ¿Pero cómo podremos agradar a nuestra Madre? ¿Murmuraremos con descontento contra ella? ¿La importunaremos sin cesar con solicitudes egoístas?
No, debemos ser los maduros que pueden comer alimento sólido por el uso y el ejercicio (He. 5:14). Entendamos el corazón de la Madre y sepamos lo que ha querido desde que perdió a sus hijos. Debemos comprender mejor el sacrificio y el amor de la Madre y poner en práctica su entregado amor.
Busquemos deprisa a todos nuestros hermanos y hermanas perdidos, para que nuestra Madre restaure su eterna gloria y se siente en su glorioso trono. Esta es la gran obra que tenemos que hacer por ella como sus hijos.
Cuando guiemos al último de los 144 mil a los brazos de la Madre, podremos retribuir todo el sacrificio y el amor de nuestra Madre por nosotros. Proclamemos el amor de Dios hasta los fines de la tierra y produzcamos abundantes frutos del amor, recordando siempre el sacrificado amor de la Madre por nosotros, y dándole gracias.