Demandaste para ti inteligencia para oír juicio

1 Reyes 3

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Salomón llegó a ser el rey de Israel después del rey David y amó a Dios, andando en los estatutos de su padre David. Antes de la finalización del templo de Jerusalén, Salomón iba a Gabaón y sacrificaba mil holocaustos a Dios sobre aquel altar. En esa misma noche, se le apareció Dios a Salomón en sueños.

“Pide lo que quieras que yo te dé.”

“Tú me hiciste gran misericordia y me has puesto a mí por rey en lugar de mi padre. Mas yo soy joven, y no sé cómo comportarme. Y estoy en medio de tu pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?”

Agradó delante de Dios que Salomón pidiese esto.

“Porque has demandado esto, y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, ¡qué laudable! He aquí que te he dado corazón sabio y entendido, y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días.”

Por la bendición de Dios, Salomón gobernó Israel juiciosamente y los reyes de las naciones del mundo admiraban su sabiduría, alabando a Dios.

Lo que agradó a Dios no era solo el hecho de los numerosos sacrificios de holocausto que Salomón ofreció con devoción. Dios se conmovió más aún por su corazón que consideraba más a los demás en vez de su propio beneficio.

La oración por los demás en lugar de la oración por mí mismo, proviene del corazón de amor. Aunque uno tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, si tuviese profecía y entendiese toda ciencia, y no tuviese amor, nada es él. Cuando oramos con amor a los demás sin buscar lo nuestro, Dios nos da fuerzas y nos aumenta el poder.

Como Salomón que pidió a Dios la sabiduría por el pueblo, oremos a Dios por los demás con amor. Entonces Dios nos dará en abundancia no solo la bendición de salvar un alma, sino tambien las bendiciones que no pedimos.