El día en que estemos delante de Dios

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La Biblia profetiza que un día cada uno de nosotros estará delante de Dios. Cuando nuestra vida en esta tierra llegue a su fin, llegará el momento de dar cuenta de nuestras obras y de nuestra fe ante el tribunal de Dios (Ap 20:11-15, Ro 14:10, 2 Co 5:10). ¡Cuánta alegría sentiremos si, en aquel día, se presentan delante de Dios los hechos pasados con los que le hemos agradado! Si ponemos en práctica la encomienda de Dios de predicar el evangelio “en Samaria, y hasta lo último de la tierra” y podemos presentarle abundantes y hermosos frutos del evangelio, será para nosotros un momento verdaderamente emocionante e indescriptible. Por el contrario, si nuestra vida en este mundo termina sin haber cumplido debidamente la voluntad de Dios, también de ello tendremos que dar cuenta delante de él.

Creo que la vida de quienes tenemos fe en Dios debe estar llena de obras que agradan a Dios. Deseo que todos los miembros de la familia de Sion puedan presentarse delante de Dios en aquel día con gozo y esperanza.

Sean la sal y la luz del mundo

Cuando la historia de esta tierra llegue a su fin, toda la humanidad se presentará ante Dios dividida en dos grupos: los que recibirán la gloria y las bendiciones del cielo y los que no. Aunque en esta tierra se nos concede un tiempo para el arrepentimiento, quienes hayan vivido sin arrepentirse no podrán escapar del justo juicio de Dios.

Aunque recorremos el camino de la fe cada día, hay ocasiones en que no tenemos presente este futuro. Si solo fijamos la vista en las cosas visibles de este mundo, tendemos a querer dominar desde una posición más alta que los demás y a adquirir pensamientos y hábitos que nos alejan de lo espiritual. A partir de este mismo momento, imaginemos el día en que estaremos delante de Dios y pensemos de qué manera cada uno de nosotros puede dar a Dios gran gloria y alegría con su forma de ser y de vivir.

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:13-16

Dios nos ha dado la misión de ser la sal y la luz del mundo. La luz tiene el poder de disipar las tinieblas y la sal tiene el poder de purificar el mundo. Dios nos ha concedido excelentes cualidades para que seamos la sal y la luz de este mundo; pero si vivimos como aquellos que están atrapados en la oscuridad y actúan en contra de la voluntad de Dios, o si, a causa de nuestras malas obras, llevamos una vida contaminada por la suciedad del mundo, el día en que estemos delante de Dios sentiremos una profunda vergüenza.

El diluvio en los días de Noé y el castigo de fuego que descendió sobre Sodoma y Gomorra, así como todas las ocasiones en que Dios ha descargado el látigo de su castigo sobre la humanidad, tienen una razón en común: el mundo se volvió rebelde, el pecado se multiplicó y la humanidad llevó una vida impía. En los días de Noé, Dios castigó a aquel mundo por medio del agua; en tiempos de Lot, destruyó Sodoma y Gomorra con fuego, y la Biblia profetiza que, por la misma razón, en los postreros días este mundo será puesto bajo el juicio del fuego (Gn 6-7, 18-19, 2 P 3:6-7).

Por eso Dios nos ha enseñado que debemos vivir de tal manera que las personas vean nuestras buenas obras y den gloria a Dios. Si nuestra vida está llena de la obra de manifestar abundantemente la gloria de Dios mediante palabras y acciones buenas, y de guiar a la humanidad al seno de Dios, ¿cuán orgulloso se sentirá Dios de nosotros cuando estemos delante de él? Y en este tiempo de arrepentimiento, ¿cuánto se alegrará por sus hijos que se han arrepentido correctamente y han regresado a él? Como pueblo de Dios, debemos llegar a ser santos que llevan una vida piadosa, santa y sincera, de modo que Dios pueda recibirnos con agrado.

Los santos son miembros del cuerpo de Cristo y templo de Dios

Hay quienes malinterpretan la verdad y preguntan: “Si solo guardamos la Pascua y el Día de Reposo, ¿acaso no se nos perdonan todos los pecados y transgresiones que hemos cometido en el mundo?” Sin embargo, los santos que han recibido las enseñanzas de Dios en Sion no solo deben guardar las fiestas de Dios, sino también despojarse del viejo hombre, que sigue las antiguas costumbres aprendidas en el mundo, y revestirse del nuevo hombre creado en la justicia y santidad de la verdad. Como cristianos y como Elohistas —el último pueblo que agrada a Dios—, nuestra conducta debe ser diferente de cuando no conocíamos a Dios. No debe suceder que, por nuestra conducta y palabras equivocadas, deshonremos a Dios.

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:1-2

No debemos aceptar como sentido común lo que hace la gente de esta generación y de este mundo, sino pensar en cómo nos ha enseñado Dios. Muchos se lamentan de que el mundo actual no sea diferente de la época del diluvio en los días de Noé ni de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Así de lleno está el mundo de conductas impías e inmorales. La Biblia nos enseña que no debemos seguir el ejemplo de este mundo, sino presentar nuestro cuerpo a Dios como sacrificio vivo y santo. Debemos recordar por qué Dios juzgó al mundo con agua en los días de Noé y con qué corazón castigó a Sodoma y Gomorra.

“¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” 1 Corintios 6:15-20

La Biblia dice que nuestro cuerpo es el templo de Dios y que debemos glorificar a Dios con nuestro cuerpo. Por lo tanto, no debemos usar nuestros miembros para cosas carnales y mundanas, sino para manifestar la gloria de Dios. Si lo hacemos así, podremos ser pulidos como el templo santo que Dios desea y transformados en personas celestiales.

Guárdense de una vida impía

Jesús dijo que la generación de su primera venida era “mala y adúltera” (Mt 12:39), y afirmó que sucedería lo mismo en su segunda venida, ante la inminencia del juicio. Dios ha reservado el juicio porque el mundo está lleno de vidas impías.

También en los días de Noé, cuando la maldad se multiplicó sobre la tierra y la piedad desapareció, Dios se arrepintió de haber creado al hombre (Gn 6:5-7). Él creó a la humanidad y esta tierra donde habría de habitar, deseando que se arrepintieran y regresaran al cielo; pero el mundo llegó a ser tan malo que Dios se arrepintió incluso de haber dado a los seres humanos la oportunidad de arrepentirse, y finalmente ejecutó el juicio.

En los días de Lot sucedía lo mismo con Sodoma y Gomorra. Dios expresó en la Biblia el sentimiento de Lot, diciendo que el justo Lot, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma al ver y oír las obras libertinas de aquellos sin ley (2 P 2:6-8). Cada vez que Lot veía que la humanidad hacía proliferar el pecado en esta tierra, creada conforme a la voluntad de Dios, se angustiaba pensando: “¿Por qué provocan la ira de Dios con una conducta tan vergonzosa?”.

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.” Hebreos 12:14-17

“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.” Hebreos 13:4

Una vida impía puede considerarse el mayor enemigo de la fe en Dios. El día en que las personas estén delante de Dios serán juzgadas por todas las obras que hayan hecho; pero Dios, en particular, ha llamado profanos a los que cometen inmoralidad sexual, como Esaú, y ha dicho que él mismo los juzgará.

Estamos viviendo en un momento en que el cielo nuevo y la tierra nueva, es decir, el reino de los cielos, están cerca (Ap 21:1). Muchas personas se angustian y se afligen al ver la conducta impía de este mundo. En aquellos días, por más corruptas y depravadas que fueran Sodoma y Gomorra, el justo Lot no se dejó contaminar por ellas. Al contemplar los diversos tipos de vida que se registran en la Biblia, examinémonos para ver si nosotros mismos estamos siendo la luz y la sal que iluminan y purifican el mundo. Espero que lleguemos a ser santos que viven siempre de manera piadosa y santa, de modo que, comenzando por nuestro hogar, nuestro lugar de trabajo y las pequeñas comunidades de la sociedad a las que pertenecemos, podamos causar un cambio santo.

Despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo hombre

En su carta a los creyentes de Éfeso, el apóstol Pablo enfatizó que los santos no deben vivir en desenfreno como los gentiles, sino que con fe en Dios y anhelando el reino de los cielos, deben llevar una vida que les permita entrar abundantemente en el reino de Dios al final.

“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, […] los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” Efesios 4:17-24

Hay una clara diferencia entre la persona que yo era antes de recibir la verdad y la que soy ahora, después de recibirla y convertirme en pueblo de Dios. En el bautismo, que es el primer paso de la fe, está implícito el significado de sepultar en el agua al viejo hombre, que seguía nuestras costumbres pasadas, y resucitar juntamente con Cristo como un hombre nuevo (Ro 6:1-4). Si después de haber comenzado la vida de fe, no nos hemos despojado del viejo hombre que sigue los malos hábitos del pasado, eso significa que no entendemos el significado del bautismo. Aunque haya pasado bastante tiempo desde que uno empezó a asistir a la iglesia, si sigue siendo igual que antes, o aunque haya estudiado la Biblia cientos de veces, si no practica ni una sola cosa conforme a la Biblia, ¿no es verdad que la vida de fe carece totalmente de sentido para esa persona?

Sion es el lugar donde se reúnen los que han de entrar en el reino de los cielos. Por lo tanto, debe haber un cambio en nuestra conducta, en nuestras palabras y en nuestra actitud interior, conforme a los mandamientos de Dios. Antes, sin darnos cuenta, seguíamos costumbres equivocadas simplemente porque los demás lo hacían; pero desde que recibimos a Cristo Ahnsahnghong, que vino con el nombre nuevo, y a la Nueva Jerusalén, nuestra Madre celestial, y aprendimos sus enseñanzas, no son pocos los casos en que hemos llegado a comprender cuántas cosas habíamos hecho mal en el pasado. No debemos seguir viviendo hasta ahora aferrados a los hábitos del viejo hombre. Convirtámonos en hijos que ponen en práctica exactamente las enseñanzas que han aprendido de Dios.

Cristo ya nos ha dado a conocer cuál es el papel que debemos desempeñar en este mundo. Si el pueblo de Dios, que debe ser la luz para iluminar el mundo de tinieblas y la sal para purificar toda la corrupción, sigue exactamente las malas costumbres de este, sería algo problemático. Debemos despojarnos del viejo hombre, renacer como un hombre nuevo siguiendo plenamente las enseñanzas de Cristo y emprender de nuevo el camino hacia el cielo. Esforcémonos por revestirnos de este cambio, de modo que las personas vean nuestra conducta y den gloria a Dios.

Guíen al mundo por el camino correcto

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.” Efesios 5:1-5

Los que cometen inmoralidad sexual, los impuros, los avaros y los idólatras jamás heredarán el reino de Dios; lo cual significa que no podrán entrar en el cielo. Dios ha dejado esta verdad claramente establecida en la Biblia.

Nuestra vida debe estar siempre revestida de piedad y santidad. Lo que el mundo persigue es diferente de lo que nosotros perseguimos. Sion debe ser siempre un lugar donde las enseñanzas de Dios estén vivas y actuantes, y donde se reúnan aquellos que, como la luz y la sal, respetan y ponen en práctica esas enseñanzas. Solo así podremos purificar el mundo y transformar este lugar, atrapado en tinieblas, en un mundo de luz.

“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. […] Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.” Romanos 15:2-4

Si explicamos la palabra “bien” en forma sencilla, significa “buena conducta”. Practiquemos siempre el bien con nuestros vecinos cercanos, compañeros de trabajo y hermanos en la fe, y seamos de edificación en todo. Cuando Sodoma y Gomorra estaban llenas de corrupción y depravación, y la inmoralidad abundaba, todos consideraban ese estilo de vida como algo normal; pero Lot se afligía en su alma cada día con un corazón apesadumbrado. Dios tampoco desea en absoluto que la humanidad, su creación, viva en la corrupción y la decadencia, en este mundo que él mismo hizo. Tengamos también nosotros el corazón de Dios. Anunciemos la verdad a nuestro prójimo y difundámosla por todo el mundo; guiemos al mundo por el camino correcto para que todos los pueblos se acerquen a Dios y lleven una vida piadosa.

Cuando el evangelio del nuevo pacto se haya predicado en Samaria y hasta lo último de la tierra, habrá quienes lo reciban con gozo y habrá quienes lo rechacen. Creo que así como en los días de Noé y de Lot, la obra de la salvación se cumplirá sin falta en aquellos que reciben la verdad de Dios y llevan una vida recta. Así pues, deseo de corazón que llegue ciertamente el día en que, al estar delante de Dios, podamos gloriarnos con gozo y gratitud de miles y decenas de miles de hechos llenos de gracia en su presencia. Les ruego que, aun al vivir un solo día, no olviden que llegará el día en que estaremos delante de Dios y que, siendo la sal y la luz del mundo, guíen a la humanidad al seno de Dios.