Creo que todos nuestros hermanos y hermanas de Sion están esperando las bendiciones del Espíritu Santo de la lluvia tardía que Dios ha prometido a través de las fiestas de otoño. Así como el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía (Stg. 5:7-8), nosotros también estamos esperando la refrescante lluvia del Espíritu Santo a fin de llevar los preciosos frutos que agraden a Dios.
Para no apagar el fuego del Espíritu Santo sino hacer que el Espíritu fluya siempre en nuestros corazones, debemos hacer correr el agua de la vida para evitar que se estanque. Para ello, tenemos que prestar atención a las palabras de la Biblia dadas por Dios a través de la inspiración del Espíritu Santo, y ponerlas en práctica. Entre las palabras que tenemos que poner en práctica, esta vez pensemos en la misión de la predicación del evangelio que Dios nos ha confiado a nosotros, sus hijos, en esta época.
Había una vez un campesino que tenía tres hijos. Antes de morir, comunicó a sus hijos su última voluntad: “He escondido muchos tesoros en el campo. Por eso, caven la tierra diligentemente hasta encontrarlos”. Después del funeral de su padre, los tres hermanos corrieron al campo, deseando encontrar los tesoros. Esperaban hallar piedras preciosas o metales valiosos como oro o plata. No obstante, aunque cavaron y buscaron en todo el campo, no encontraron ningún tesoro.
El segundo y el tercer hijo finalmente dejaron de buscar los tesoros. Pero el hijo mayor creyó que encontraría tesoros en alguna parte del campo, como su padre le había dicho, y continuó cavando cada centímetro del campo. Así llegó la estación de la cosecha, y el campo produjo dos veces la cosecha usual. Mientras cavaban el campo para encontrar los tesoros escondidos, la tierra se cultivaba bien, y produjo una cosecha abundante.
En este proceso, el hijo mayor pensó nuevamente en qué eran realmente los tesoros de los que su padre hablaba. En realidad, sus padres no eran tan ricos como para poseer tesoros como oro y plata. Sin embargo, su padre dijo como última voluntad que había enterrado algunos tesoros en el campo. El hijo comprendió claramente la voluntad de su padre de hacer entender a sus hijos que obtendrían una gran cosecha si cultivaban la tierra diligentemente. “Este es el tesoro al que papá se refería.” El hermano mayor compartió este entendimiento con sus hermanos menores. Desde ese momento, trabajaron duro, cultivando el campo más diligentemente, y así pudieron vivir juntos con riqueza y felicidad.
A veces nosotros, los hijos de Dios, no llegamos a comprender las profundidades de las palabras que el Padre y la Madre celestiales nos han dicho. Como el Padre y la Madre dicen “prediquen”, algunos tratan de predicar pero se rinden fácilmente cuando se sienten cansados después de intentarlo una o dos veces. Por otro lado, algunos piensan que debe de haber cierta voluntad de Dios, y corren en el camino del evangelio diligentemente, de modo que pueden vivir sin arrepentimiento, como el apóstol Pablo.
En la historia anterior, los hijos cavaron el campo, esperando encontrar tesoros valiosísimos; pero no obtuvieron oro o plata, sino una herencia espiritual que les serviría como un tesoro para sus familias de generación en generación. Del mismo modo, las palabras que Dios nos ha dicho contienen muchísimas bendiciones. “Prediquen fervientemente, oren sin cesar, estudien la palabra diligentemente, guarden la fe, ámense unos a otros, sean uno.” Todos estos mandamientos contienen la voluntad de Dios para nuestro propio bien.
Cuando los hijos cavaron la tierra diligentemente como su padre les había dicho, llegaron a comprender a qué tesoro se refería en realidad. De la misma manera, cuando practicamos constantemente la palabra de Dios, podemos entender la voluntad de Dios contenida en sus palabras, aunque no logramos conocer la voluntad de Dios al principio de nuestra práctica. Cuando Dios dice “oren”, los que obedecen la palabra y oran mucho, pueden entender por qué Dios les dice que oren. Cuando Dios dice “prediquen fervientemente”, los que predican ansiosamente, pueden entender la voluntad de Dios contenida en su mandamiento de predicar. Cuando Dios dice “estudien la palabra diligentemente”, los que estudian la Biblia duro, pueden entender su gracia contenida en ella.
Debemos continuar haciendo lo que Dios siempre nos dice, no olvidando lo que hemos escuchado de Dios. Nuestra tarea suprema en esta tierra es predicar la palabra de Dios que tiene el poder de salvar a los seres humanos, esto es, el evangelio.
『Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.』Mt. 28:18-20
Estas fueron las últimas palabras que Cristo dijo a sus discípulos en esta tierra justo antes de ascender al cielo. Visto de otro modo, estas últimas palabras de Jesús son como la última voluntad de los padres para sus hijos. En la historia anterior, cuando el padre dijo a sus hijos su última voluntad de que encontrarían los tesoros si cavaban el campo diligentemente, el hijo que continuó haciendo lo que su padre había dicho, pudo entender completamente el verdadero significado del tesoro del que hablaba su padre. Igualmente, cuando Dios nos dice que hagamos algo, los que piensan que debe de haber cierta voluntad de Dios escondida en ello, y lo ponen en práctica, pueden ser bendecidos.
“Id y enseñad a la gente de todas las naciones que guarden todas las cosas que os he mandado.” Necesitamos examinarnos: “¿Qué tan fielmente estoy llevando a cabo este mandamiento de Cristo?” Dios nos ha dicho que prediquemos el evangelio al mundo entero, en Samaria y hasta lo último de la tierra. Los que están llenos del Espíritu Santo, siguen los deseos del Espíritu. Por eso, no dejan de predicar la palabra en ninguna circunstancia.
『Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. Porque oí la murmuración de muchos, temor de todas partes: Denunciad, denunciémosle. Todos mis amigos miraban si claudicaría. Quizá se engañará, decían, y prevaleceremos contra él, y tomaremos de él nuestra venganza. Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán; […]』Jer. 20:7-13
El profeta Jeremías, conmovido por el Espíritu Santo, proclamó la palabra de Dios diligentemente. La gente lo ridiculizaba y difamaba, y hasta sus amigos esperaban que tropezara y comenzara una vida mundana. Debido a la severa persecución que enfrentaba cada vez que predicaba la palabra de Dios, decidió no proclamar la palabra nunca más. Sin embargo, la palabra de Dios era en su corazón como un fuego, y no pudo soportarlo. Entonces salió a predicar nuevamente el mensaje de Dios.
Esta es la vida de un profeta. Dios ha dado tal corazón ardiente a todos los profetas, que son todos los hijos de Dios que han de ser salvos, para que no se vuelvan de la predicación de la palabra. La razón por la que Jeremías estaba cansado de llevar la palabra de Dios, era que el Espíritu Santo que estaba dentro de él, estaba afligido. Lo que más agrada a Dios es guiar las almas moribundas al arrepentimiento y la salvación. Por eso, si esta obra de salvación no se procesa bien, ¡qué ansioso y afligido se sentirá Dios!
No poseer un corazón ardiente es una prueba de que el Espíritu Santo nos ha dejado. Si hasta el final del año no llevamos fruto o no tenemos la voluntad de llevar fruto o no nos sentimos ansiosos, debemos reflexionar: “¿Qué está mal en mí?”
Si nuestros corazones están llenos del Espíritu Santo, el poder del Espíritu se manifiesta a través de la predicación. En todas las épocas, el poder del Espíritu Santo ha florecido y producido frutos a través de la predicación.
En el libro de Hechos, veamos la escena en que los apóstoles recibieron la lluvia temprana del Espíritu Santo, y averigüemos a qué clase de obra se dedicaron los que recibieron el Espíritu Santo.
『Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados […]. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. […] Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. […] Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.』Hch. 2:1-21, 38-47
Es la predicación lo primero que hacen los que han recibido el Espíritu Santo. En los versículos anteriores, podemos ver la escena en que los apóstoles, incluyendo a Pedro, recibieron el Espíritu Santo y de inmediato comenzaron a predicar el evangelio ese mismo día.
Aquellos sobre quienes ha venido el Espíritu Santo, siempre se concentran en la predicación. Esto se debe a que el Espíritu Santo desea la salvación de todos los seres humanos, y el poder del Espíritu Santo se irradia a través de la predicación. Aunque un hombre sea muy fuerte, si no entrena su cuerpo mediante el ejercicio, no puede ejercer una fuerza máxima cada vez mayor. Es lo mismo espiritualmente. Si no predicamos, no somos diferentes del hombre que nació fuerte pero no perfeccionó sus destrezas físicas ni usó sus fuerzas.
No debemos limitarnos a escuchar la palabra de Dios, sino ponerla en práctica; cuando Dios nos dice una cosa, debemos predicar una cosa, y cuando escuchamos dos cosas de Dios, debemos predicar esas dos cosas. Aquellos cuyos corazones están llenos del Espíritu Santo no pueden soportar permanecer en silencio y sin predicar.
Así, el poder del Espíritu Santo nos motiva a predicar, y si predicamos el evangelio con el poder del Espíritu Santo, ciertamente podremos llevar fruto. Aunque no llevemos fruto de inmediato, no debemos rendirnos sino continuar predicando. Entonces podremos encontrar la verdadera voluntad de Dios.
『Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.』Hch. 4:1-4
Los apóstoles predicaban el evangelio con mucha ansiedad. Debido a la oposición de los judíos, a veces eran echados a la cárcel, siendo acusados falsamente; pero eso no les importaba. Estando llenos del Espíritu Santo, los apóstoles llevaron más de tres mil frutos en un día, y cinco mil frutos otro día. Y Dios añadía cada día los que habían de ser salvos.
Cuanto más se llenaban del Espíritu Santo, más frutos podían llevar. Todos podemos llevar fruto, pero a veces entramos en un estado de hibernación espiritual. Por esta razón Dios nos pide que lo esperemos velando.
Despertemos de nuestro largo sueño espiritual, y juzguemos si nuestras almas están vivas o muertas, según hayamos llevado fruto o no. El fruto que llevamos es la evidencia de que estamos espiritualmente vivos. Grabando en el corazón que vivimos en esta tierra porque hay un significado o propósito en nuestra vida aquí, glorifiquemos a Dios llevando abundantes frutos del evangelio este año.
La Biblia compara a los hombres con los árboles (Jer. 5:14). La mayoría de los árboles llevan frutos de todas maneras una vez al año. No solo los árboles, sino todas las criaturas vivientes, han recibido el poder de Dios de llevar fruto.
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos (Mt. 22:32). Los árboles que llevaron fruto el año pasado, también llevan fruto en este año, porque tienen vida y se someten a la providencia de la naturaleza ordenada por Dios. Nosotros también podemos llevar fruto de todas maneras si obedecemos la palabra de Dios según su providencia. Todas las criaturas vivientes llevan fruto regularmente a su tiempo; si no llevamos fruto, necesitamos verificar si estamos obedeciendo completamente la voluntad de Dios.
Reflexionando acerca de nosotros mismos (“¿cuántos frutos hermosos he llevado hasta ahora?”), pongamos todo nuestro corazón y mente en llevar fruto, para que no nos arrepintamos ni avergoncemos al final de este año. Dios ha preparado muchos frutos para concedernos. Ya que Dios permite fruto hasta a un árbol común y corriente, ¿acaso no dará fruto a sus amados hijos?
Para los que están llenos del Espíritu Santo, su situación o circunstancias físicas no son importantes. El joven David mostró la gloria de Dios venciendo al gigante Goliat, con quien incluso los adultos no se atrevían a pelear. Noé, aunque era de edad avanzada, participó en la obra de la salvación de Dios preparando el arca en obediencia a la voluntad de Dios. Además, la Biblia testifica que ocurrió una obra sorprendente a través de algunas personas que guiaron al arrepentimiento a los que estaban a su alrededor, mediante su fe inspirada por el Espíritu Santo aun en las fauces del león o en el horno de fuego (Hch. 16, Dn. 3, 6).
Los que están llenos del Espíritu Santo no se sienten cansados. Supongamos que usted está haciendo algo que le gusta. Aunque lo haga todo el día, no puede sentir fatiga. De la misma manera, los que hacen con agrado lo que complace a Dios, y siempre esperan en él, renovarán sus fuerzas y no estarán cansados, porque Dios derrama sobre ellos el poder del Espíritu Santo (Is. 40:31).
Cuando el padre dijo a sus hijos que cavaran el campo, diciendo que había escondido tesoros en él, ellos no los encontraron de inmediato, sino que cuando creyeron en las palabras de su padre y continuaron cavando el campo, finalmente obtuvieron el verdadero tesoro. Igualmente, cuando Dios nos dice que prediquemos fervientemente, aunque no entendemos la voluntad de Dios de inmediato, si predicamos la palabra de Dios con diligencia orando y estudiando la palabra, al final podremos llevar fruto a través del poder del Espíritu Santo que Dios derrama sobre nosotros. Nada es imposible para el que cree y sigue la voluntad de Dios. Espero sinceramente que ustedes sean “los vivientes” que lleven mucho fruto cada día predicando duro, creyendo que Dios ciertamente les dará fruto, para que puedan glorificar a Dios.
Dios nos dice que prediquemos a fin de infundir el poder del Espíritu Santo en nosotros. Me gustaría pedirles que crean que el poder y la obra del Espíritu Santo suceden a los que predican, en el lugar donde el evangelio se predica, y que pongan todo su corazón y mente en el rápido cumplimiento de la evangelización mundial que Dios desea.