Hay momentos que son recordados por los aromas. De vez en cuando, mi mamá compraba macetas de gardenias; cuando las ponía junto a la ventana, el aroma de las flores se esparcía con el suave viento. Hasta el día de hoy, cuando huelo las gardenias, me hace evocar los viejos recuerdos con el atardecer de fondo. En la escuela secundaria, cuando abrí la puerta de la sala de transmisión para la entrevista final, para unirme al club de transmisión, olí fresias que aliviaron la tensión. Luego, el aroma de las fresias me hacía evocar viejos recuerdos que tenía con el club de transmisión. En la temporada de primavera, las acacias florecían en mi universidad, dejando un dulce aroma en el aire, como el de los perfumes. Cada primavera, vienen a mi mente con claridad todos aquellos tiempos con el aroma de las acacias.
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” 2 Co 2:14-15
El olor de Cristo es el aroma de vida. De repente sentí curiosidad por saber qué tipo de aroma emito a la gente. Si he puesto en práctica correctamente el amor de Dios, de mí se esparcirá el aroma de Cristo, pero me avergüenzo. De ahora en adelante, me transformaré en un nuevo ser y emitiré el aroma de vida, siguiendo el ejemplo del Padre y la Madre celestiales.