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Las palabras y el vidrio

Ah Yeong-jun, desde Seongnam, Corea

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Durante la construcción del templo, ayudé a poner una lámina aislante en las ventanas. Lo que aprendí en esa ocasión fue que, si presionamos la lámina con un trapo o un paño de microfibra después de colocarla sobre el vidrio, la lámina sufre pequeños rasguños, aunque se ve diáfana por fuera. El experto advirtió que debemos presionarla con una franela de algodón suave para mantener la lámina limpia. Sin embargo, a pesar del uso de una franela de algodón, a veces puede rayarse.

“¿Ve el rasguño en la lámina presionada con la franela de algodón? Esto no se debe a la lámina, sino al vidrio en sí. Si el vidrio ya está rayado, no sirve de nada, no importa qué tan bien coloque la lámina y la presione con la franela de algodón.”

Cuando vi lo que señalaba el experto, había un fuerte rasguño en la lámina. El rasguño en el vidrio se hizo aún más notorio cuando se utilizó la lámina. Al pensar: “¡Desde el principio, los usuarios deben tener mucho cuidado de no dejar ningún rasguño!”, me di cuenta de que lo mismo ocurre con las palabras.

“Hágalo de esta manera.”

“No debe hacer eso.”

“Esto es correcto.”

Hasta ahora, a menudo hería los sentimientos de otras personas insistiendo en mi propia opinión cuando pensaba que tenía razón. Es bastante vergonzoso, pero lo peor era que no me disculpaba adecuadamente cuando reconocía que los lastimaba. No podía decir “lo siento”, al que se ofendía, y causaba más malentendidos.

Un día, logré pedirle perdón a una persona herida por mis palabras, entonces él se rio amablemente y dijo: “Está bien. No lo tuve en cuenta. Ya lo olvidé”.

En ese momento, casi lloré. Normalmente, los momentos dolorosos no se pueden olvidar fácilmente, pero él dijo que lo había olvidado, siendo considerado conmigo.

Como dice la Biblia: “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto” (Stg. 3:2), no podemos evitar cometer errores con las palabras porque aún no somos perfectos. Eso no significa que esté bien lastimar a otros con palabras a menudo, sin embargo, me equivoqué mucho. No decía palabras conmovedoras ni consideradas a mis hermanos, sino que hería sus sentimientos. ¡Qué angustiado debe de haber estado Dios!

El vidrio que ya estaba rayado no se puede restaurar. Mis palabras, una vez dichas, y las cicatrices que dejé, tampoco pueden eliminarse. Grabando la amarga lección en mi corazón, nunca cometeré el mismo error.