En la época de la dinastía Chosun, había un criado joven en la casa de un funcionario que estaba a cargo de las finanzas del país. Aunque el niño creció en la pobreza bajo el cuidado de una madre viuda, era honesto e inteligente y se ocupaba de todo sin problemas. El funcionario pensó que era un desperdicio de su talento que él hiciera los quehaceres, por lo que le dio una posición y le encomendó un trabajo importante. Entonces, un día, su madre se le acercó y le pidió con seriedad:
“Me siento honrada de que esté utilizando a mi hijo para algo tan importante. Pero, por favor, quítele la posición”.
Perplejo al saber que ella quería que le quitara a su hijo la posición por la que otras personas hasta intentarían sobornarlo, el funcionario le preguntó la razón. Entonces la mamá del siervo le explicó con respeto:
“Gracias a usted, mi hijo y yo nunca tuvimos que saltarnos una comida, y mi hijo incluso se casó con una mujer de una familia rica. Pero después de tener éxito, comenzó a cambiar. Hace unos días, incluso se quejó de la comida que le prepararon. Me preocupa que se vuelva arrogante y acabe cometiendo un gran crimen con su trabajo. Por favor, dele otro trabajo, algo que le pague lo suficiente para alimentarse a sí mismo y a su familia”.
Conmovido por la sinceridad de la madre que quería que su hijo se convirtiera en una persona íntegra, el funcionario le concedió su deseo.