En el amor de la Madre
Kim Sun-ho, desde Incheon, Corea
Mi papá fue el hijo mayor. Después de que mi madre se casó con mi papá, se hizo cargo de sus suegros, cuñados y sus cinco hijos, y también hacía la labor del campo. Creo que estaba destinada a trabajar mucho en la vida. Para empeorar las cosas, mi familia tuvo dificultades en la vida: mi hermana mayor fue sometida a una cirugía y mi papá se enfermó, así que mi madre tuvo que trabajar incluso en una fábrica. Cada vez que regresaba a casa en la noche, no podía descansar, haciendo los quehaceres domésticos.
En aquellos días, no teníamos lavadora. Por ello, el mayor problema era lavar la ropa en invierno. Siempre que la tubería se congelaba a causa del clima frío, mamá tenía que hervir agua en una olla para derretir el hielo de la tubería. En lugar de ayudarla, siempre nos quejábamos y le pedíamos comida. ¡Qué difícil habrá sido para ella!
Ella hacía todo lo posible para ahorrar dinero y siempre tenía algo de efectivo en el bolsillo, y nos daba ese dinero para que pudiéramos pagar nuestros gastos de la escuela porque no quería que los demás niños se burlaran de nosotros. Cuando expresaba mi gratitud, ella solía decir: “No necesitas agradecerme. Por el contrario, estoy agradecida con mi buena hija. Estás saludable, estudias mucho, obedeces a tu mamá. Estoy feliz de que estés conmigo”. Entonces sonreía. Gracias a su sacrificio y dedicación, los cinco fuimos a la universidad, conseguimos un empleo y nos casamos.
Mi mamá esperaba grandes cosas de mi hermana mayor y de mí. Sin embargo, preocupé a mis padres durante más de dos años encontrando a un hombre que no era del agrado de mis padres. Protesté dejando de llamarlos y visitarlos, y mi mamá finalmente levantó sus manos ante mi protesta. Ella conoció a su futuro yerno y convenció a mi padre. Finalmente nos casamos después de muchos altibajos, y logramos conseguir una casa en Gimpo, que está lejos de Gimje donde mis padres vivían. Mientras empacábamos después de nuestra luna de miel, recibí una llamada de mi mamá.
—Soy mamá. ¿Cómo estuvo tu luna de miel? ¿Llamaste a tus suegros?
—Por supuesto. Voy a ir a visitarla esta noche o mañana. Su cumpleaños se acerca.
—¿Cómo vas a organizar tu casa? ¿Te estás alimentando adecuadamente?
—¡Sí! ¡No se preocupe, mamá!
—Lo siento.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No he hecho nada por ti.
Finalmente, rompió en llanto.
—¿Mamá, por qué llora? Está haciendo que me sienta triste. Me extraña, ¿verdad? La veré pronto, ya sabe.
Quedé sin palabras, pero traté de parecer calmada. Después de llorar un buen rato, mi madre aclaró la voz y dijo:
—Deseaba que estuvieras a mi lado. Todas tus hermanas mayores se mudaron lejos después de casarse. Estaba feliz de tenerte cerca. Quizá fui codiciosa, pero quería que te quedaras conmigo. Ahora no podemos vernos con frecuencia. Hijita, lamento mucho no ser una buena mamá. Gracias por haber crecido bien.
La gente dice que todas las madres que tienen hijas se sienten pecadoras. Parece cierto; aunque mi mamá me ha criado con todo su corazón, me extraña día y noche, por no tenerme cerca.
Cuando recibí la verdad, la primera persona por quien oraba fue mi mamá. Dios salvó a quien era arrogante y egoísta a través del amor. Oraba para que mi mamá también fuera bendecida con la vida eterna y fuera al cielo donde no sufriría. Dios respondió mi oración. Ahora ella ha comprendido la gracia de Dios y está recibiendo muchas bendiciones; doy gracias eternas a Dios.
En efecto, el sueño de mi mamá se ha hecho realidad. Ella siempre quería tenerme cerca, y ahora estamos habitando juntas en el amor de la Madre celestial que trasciende el tiempo y el espacio, aunque físicamente estamos lejos. ¿No es este sin duda el cumplimiento de su sueño? Doy gracias a Dios Padre y Dios Madre una y otra vez por darme abundante amor.