La obra de la que me es impuesta necesidad

Lee Jae-wuk, desde Sacheon, Corea

572 Vistas

“Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada.” 1 Co 9:16-17

Llegué a la iglesia cuando era niño, siguiendo a mis padres, y comencé a aprender las palabras de Dios cuando me convertí en estudiante de secundaria. Las palabras de la Biblia como la parábola de la higuera y las profecías de Daniel y Apocalipsis eran muy sorprendentes e interesantes. Les prediqué a mis amigos las palabras que aprendí. Y llevé un fruto y luego uno más.

Y los hermanos me decían: “Hermano, usted tiene buena fe”, o: “Hermano, usted llevó muchos frutos porque predicó las palabras muy bien”.

Como tales elogios continuaron, me volví arrogante y pensé: “Es porque comprendo correctamente las palabras de Dios, las enseño bien y predico diligentemente”.

Quería ser constantemente elogiado por mis hermanos.

Sin embargo, en un determinado momento, mis amigos que habían entrado en la verdad dejaron de venir a la iglesia, y los hermanos de Sion resultaron heridos por mi comportamiento. Como las cosas no salieron como pensaba, me sentí avergonzado. No podía entender por qué había ocurrido todo eso.

Durante el tiempo que perdí mi pasión por el evangelio, encontré este versículo. El apóstol Pablo tuvo gran fe y recibió elogios de los cristianos de todo el mundo. Pero él confesó tranquilamente que no tenía por qué gloriarse si anunciaba el evangelio y que le era impuesta necesidad. Y dijo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!”. Por otro lado, yo hacía el evangelio por mi propio placer y gloria en aquel entonces. Estaba profundamente avergonzado ante Dios.

Después de esto, traté de ordenar mi corazón arrogante. Cuando los hermanos me elogiaban, primero daba gracias a Dios y trabajaba duro para servir a los hermanos que me servían. Sobre todo, daba gracias a Dios en las cosas pequeñas. Como mi arrogancia desapareció, mi fe mejoró y mis amigos regresaron a Sion. Este recuerdo fue una gran lección para mí al recorrer el camino del evangelio.

Al hacer la obra del evangelio, podemos volvernos arrogantes sin darnos cuenta. Siempre debemos meditar en el hecho de que estamos obligados a trabajar en el evangelio, y que el evangelio es la misión que Dios nos ha confiado para nuestra salvación. Si no olvidamos esto, podremos hacer la obra del evangelio con humildad.