Mi camino, mi meta

Ryu Su-hyeon, desde Gwangju, Corea

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“¿Qué es lo que realmente quiero hacer? Entonces, ¿qué debo hacer ahora para esa obra?”

Después de ingresar en la universidad, perdí mi objetivo y mi dirección tanto física como espiritualmente y deambulé. Me sentía tan frustrada que no sabía qué podía hacer al respecto. Entonces volé a Australia donde vivía mi hermana mayor, y me quedé allí durante dos meses, lo cual llegó a ser un punto de inflexión que no vendría de nuevo en mi vida.

Al principio, no sabía qué hacer y perdía mi tiempo como lo hacía en Corea. Luego salía a predicar con los miembros de la Sion local. Todo lo que podía hacer era apoyarlos ya que no hablaba bien el inglés, pero los hermanos y hermanas aun así expresaban su agradecimiento. Mientras hacía esto, sentía todos los días que Australia era un continente grande y que había muchas personas a quienes predicar la verdad.

El tiempo pasó muy rápido y llegó el tiempo de volver a Corea. Estaba triste porque hubo muchas cosas que comprendí mientras pasaba el tiempo con los hermanos y hermanas locales. Me sentí mal por todo el tiempo que había perdido, sin hacer nada. Debí haber trabajado duro, porque la obra que Dios me confió era mi dirección y meta. Había desperdiciado mi tiempo inútilmente preocupándome por muchas cosas.

Cuando comprendí que necesitábamos muchos obreros del evangelio, no deambulé más. Después de regresar a casa, tomé las riendas de mi fe con más firmeza para no perder de nuevo la concentración que llegué a tomar con dificultad. Mi alma revivía cada vez más cuando me concentré en estudiar en la universidad y participé activamente en las actividades benditas de Sion.

Cuando comenzaron las vacaciones de verano, volví a Australia con mis hermanos universitarios que tenían la misma voluntad por el evangelio que yo. La vez anterior, fui a Brisbane, la capital de Queensland, pero esta vez, fui a Sídney, famosa por la Casa de la Ópera y un hermoso puerto.

Prediqué el evangelio sin descansar durante tres semanas allí. Agosto es invierno en el hemisferio sur. La reacción de la mayoría de las personas era fría como el clima de Sídney. Sin embargo, encontramos a los miembros de la familia celestial que estaban esperando ansiosamente las noticias de salvación; fue como sacar joyas del polvo. Estuvimos muchos días ansiosos y sin frutos, pero nos animábamos mutuamente.

Entre muchas personas que encontramos en ese corto período, había una estudiante universitaria llamada Jun. Al principio, no creíamos que estuviera interesada en la verdad; ella no mostró ninguna expresión facial y apenas respondió nuestras preguntas. También se sentía incómoda con los extraños, así que me sorprendió cuando vino a despedirse de nuestro equipo misionero de corto plazo al que conoció poco tiempo. Honestamente, no esperaba mucho de ella cuando le pedí que siguiera estudiando la Biblia y la presenté a la líder de la iglesia sucursal que estaba con nosotras.

Pude encontrarme con ella nuevamente después de medio año, en el comienzo del invierno. Luego de regresar a Corea, pasó el segundo semestre y me preparé para regresar a Sídney durante las vacaciones de invierno. Luego escuché que una de las personas que encontramos en Australia el verano pasado, renació hace poco como nuevo miembro de la familia celestial. Me preguntaba quién podría ser, y el primer día que regresé a Sídney, alguien me llamó mientras estaba predicando con los hermanos y hermanas. Volteé y vi un ángel muy radiante y hermoso corriendo hacia mí. Al principio, me preguntaba si la había visto antes, pero de repente un escalofrío estremecedor recorrió mi espalda.¡Vaya, era Jun!

Me preguntó cómo había estado y me expresó cuánto me había extrañado, y me agradeció por haberle predicado. La sonrisa que tenía, mientras me decía lo que había en su corazón, era muy hermosa y su voz era muy tierna. Era algo que no había experimentado antes. No podía creer que era la misma persona que había encontrado hacía unos meses.

Como una familia que estuvo separada algunos años y se encontró de nuevo, nos abrazamos y nos dimos palmaditas en la espalda. Le pregunté qué había estado haciendo, y me contó lo que había sucedido. Dijo que había estudiado la Biblia cuidadosamente tal como prometió después de que nos fuimos, y vio cómo las profecías de la Biblia se habían cumplido exactamente, lo cual le hizo convencerse de la verdad y recibir a Dios. Me sentí abrumada al verla mucho más resplandeciente en el amor del Padre y la Madre celestiales y de los hermanos y hermanas.

Con un corazón palpitando de alegría, prediqué el evangelio diligentemente. Creíamos que debía haber un alma esperando la luz de la verdad, como la hermana Jun. Y como creímos, encontramos ocho hermanos y hermanas perdidos.

Antes, me emocionaba y entristecía fácilmente por asuntos simples, y me rendía fácilmente si las cosas no iban bien. Apenas era paciente, y no conocía el gozo de llevar fruto después de esperar. Esa debe de ser la razón por la que caí en depresión.

A través de la hermana Jun, comprendí nuevamente que la misión del evangelio es una obra especial y noble que siembra el amor y la felicidad en las personas. También comprendí que ningún trabajo en Dios es en vano.

Ahora puedo responder con confianza las preguntas que no dejaban mi corazón:

“¿Qué es lo que realmente quiero hacer?”

“¡Alumbrar al mundo con el amor de Dios y predicar la felicidad y la esperanza del cielo a la gente!”

“Entonces, ¿qué debo hacer ahora para esa obra?”

“¡Hacer mi mejor esfuerzo para la misión del evangelio todos los días sin rendirme, aunque no se concedan frutos de inmediato!”

Este es mi último año en la universidad, y tengo muchas cosas que hacer: estudiaré duro en la universidad, y después de graduarme, haré lo mejor que pueda en la sociedad y predicaré la verdad del amor y la vida de Dios a cualquiera que encuentre en todo momento; este es el camino que debo seguir y la meta que he grabado en mi corazón.