El poder de un compañero

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En competencias internacionales, un judoca que regresó a su país con una medalla atribuyó su éxito a un apoyo fundamental: su compañero de entrenamiento. Fue gracias a incontables sesiones de práctica junto a él que dominó las técnicas necesarias para asegurar la victoria en las semifinales. Aquel compañero soportó ser derribado una y otra vez, levantándose siempre, y así ayudó al atleta a alcanzar el podio.

Los compañeros de entrenamiento trabajan mano a mano con los atletas del equipo nacional, ayudándolos a perfeccionar sus técnicas y a pulir sus habilidades para que puedan rendir al máximo en las competiciones internacionales. Se mantienen a su lado en silencio, soportando con paciencia las exigencias del entrenamiento. Como una sombra, permanecen cerca, moviéndose al unísono, volviéndose uno con el atleta. Aunque no suban al podio, celebran con alegría genuina los logros de quienes han acompañado tan de cerca.

El nivel técnico de un compañero de entrenamiento, que apoya la exigente preparación de los atletas nacionales, suele ser comparable al de los propios competidores. Aunque sus esfuerzos pasen desapercibidos, ingresan en el campo de entrenamiento con una entrega inquebrantable, dedicándose al progreso del deporte. Se integran por completo en la rutina del atleta: comparten las comidas, respetan horarios de descanso estrictos y participan en sesiones extenuantes desde la madrugada hasta la noche. También analizan los puntos fuertes y débiles de los posibles oponentes, asegurando que el atleta esté plenamente preparado para competir.

Para un atleta, contar con un compañero que comparta sus luchas y metas tiene un impacto profundo, tanto físico como emocional. Aquellos que entrenan con un compañero fuerte y comprometido suelen desarrollar habilidades excepcionales, a diferencia de quienes se entrenan en solitario. A su vez, el compañero también crece: se motiva, se fortalece, y afina sus propias capacidades en el proceso. De hecho, hay muchos casos en los que un compañero entregado ha sido elegido para el equipo nacional y ha triunfado en el escenario internacional. El vínculo que se forja entre ambos favorece el crecimiento mutuo y enriquece a los dos.

De la misma manera, los obreros del evangelio —quienes corren la carrera de la fe— se convierten en apoyos firmes los unos para los otros. A través de las oraciones y el servicio de los miembros en distintos lugares, el evangelio avanza con mayor impulso, y las buenas noticias se extienden por todo el mundo.

Así como el apóstol Pablo siempre preguntaba por el bienestar de sus colaboradores en sus cartas a las iglesias, tomémonos un momento para reconocer y agradecer a nuestros compañeros en el evangelio. El simple hecho de saber que nuestros esfuerzos son valorados y tenidos en cuenta nos llena de fortaleza. Por eso, el espíritu de Ubuntu: “Soy porque somos”, es hoy más necesario que nunca mientras avanzamos juntos hacia el cielo.