La predicación que me hizo comprender el corazón de la Madre

Rayza Zegarra Caballero, desde Huacho, Perú

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Antes de participar en el Equipo Misionero a Cartagena, Colombia, no tenía un corazón que se preocupara por las almas de las personas, no comprendía el valor de un alma, y predicaba pensando que era mi deber, es decir, una obligación. Aunque no llevaba fruto, me parecía natural, e incluso cuando encontraba una bonita alma y no volvía a localizarla, la olvidaba y no la buscaba más. Así era el corazón de esta hija necia.

Cuando vi en la iglesia el anuncio sobre un equipo misionero para establecer una nueva Sion, tuve muchos deseos de participar porque sentía que cambiaría. Estaba segura de que era una ocasión para tomar una nueva resolución en mi vida de la fe. Me propuse participar en él, aprovechando mis vacaciones de la universidad. Fue así que partí. Llegó el día de viajar; era la primera vez que abordaba un avión. Me emocioné cuando los miembros me animaron durante la despedida y pedí a Dios que no los defraudara, sabiendo que orarían por nosotros para que cumpliéramos nuestra misión.

Al llegar a Cartagena nos recibió un calor insoportable. Aunque crecí en una ciudad del Perú que también es calurosa, no obstante, allí el calor era más intenso. Tenía en mente mi misión para que el calor no fuera un obstáculo en la obra del evangelio.

Cuando comenzamos a predicar el evangelio de Dios, tenía la idea de que encontraríamos rápidamente a los hijos de Dios. No obstante, Dios Elohim tenía otro plan para mí. Gracias a la predicación, el Padre y la Madre comenzaron a cambiar mi corazón mostrando gran preocupación por las almas. Perseveraba en cuidarlas con mucha diligencia sin omitir ninguna, y aunque a veces no me contactaba con ellas, no las olvidaba, sino que volvía a buscarlas y llamarlas. Cuando mi corazón comenzó a cambiar, el Padre y la Madre me permitieron mantenerme en contacto con aquellos con quienes estudiaba constantemente.

Entre ellos, encontramos a un joven universitario, que se dirigía a su casa después de terminar sus estudios. Se sorprendió cuando comprendió que Dios Madre está con nosotros y que el Padre ya había venido. Prometió visitarnos al día siguiente para seguir estudiando. Fiel a su promesa nos visitó, y estudiando una vez más la palabra de vida de Dios, nació como hijo de Dios. Fue la primera vez que sentí una gran felicidad en mi corazón y estaba agradecida con Dios por darme ese precioso fruto.

Otra persona con la que hicimos una cita fue la profesora de una escuela; desde que comenzamos a estudiar, reconoció al Padre en su segunda venida y a la Madre celestial. Un día antes de que regresáramos al Perú, estudiamos con ella la profecía de Daniel y Apocalipsis, y pudo reconocer que la verdad fue cambiada, lo cual la sorprendió mucho. Finalmente le mostré la fotografía del Padre celestial, que nos rescató de Babilonia con la verdad del nuevo pacto y le pregunté: “¿Quién es Él?”. Y ella respondió: “Él es Dios, mi Padre”. Me emocioné hasta las lágrimas. En ese momento entendí el corazón de la Madre, cuando sus hijos reconocen al Padre y la Madre celestiales y quieren seguirlos.

Ella tenía mucha sed espiritual, por eso volvimos por la noche para seguir enseñándole y le obsequié la revista Elohista antes de regresar. En ese instante comencé a derramar lágrimas, porque no quería dejarla sola y deseaba seguir estudiando con ella. Entonces comprendí el corazón de la Madre cuando se separó de nosotros en el cielo y el sacrificio que atraviesa hasta que volvamos allá. Cuando prediqué con ese corazón pude sentir el deseo de la Madre de volver a ver a sus hijos.

Llegó el momento de regresar. Sentí que el tiempo había transcurrido muy rápido y no quería regresar. Pero debía retornar al Perú y poner en práctica todo lo que el Padre y la Madre me habían enseñado en Cartagena. Solo tengo palabras de gratitud hacia Dios Elohim por la misericordia que tiene conmigo, que era una hija necia. Deseo mostrar mi gratitud haciendo buenas obras y predicando el evangelio.

¡Madre, realmente estoy muy agradecida con el Padre celestial y con Usted por haberme permitido participar en el equipo misionero a Cartagena, Colombia, y por permitirme comprender el sacrificio y amor de Dios Elohim! Cuidaré de los hermanos y hermanas, grabando en mi corazón sus enseñanzas. Y buscaré con un corazón ansioso a los hermanos y hermanas perdidos y los guiaré a sus brazos.