
Todos tienen un tesoro personal. Para algunos, los bienes que obtuvieron derramando mucho sudor pueden ser sus tesoros, para otros es el poder o el honor obtenido con mucho esfuerzo superando varios obstáculos, y para otros, sus hijos son los tesoros que no pueden ser cambiados por ninguna cosa del mundo.
Sin embargo, no importa qué grandes y preciosos sean sus tesoros, pues su valor no permanece eternamente. Su tesoro está condenado a desaparecer con el paso del tiempo, y no hay tesoro que conserve su valor para siempre en esta tierra. Para ellos, puede ser un tesoro toda su vida, pero no puede ser un tesoro eterno.
La situación es diferente si hacen de Dios su tesoro. Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Dios también honra a los que lo honran y siempre los cuida como a la niña de sus ojos.
Hemos recibido los insondables tesoros de Dios, y vivimos bajo la protección de Dios Todopoderoso, que controla la vida de la humanidad, la muerte, la fortuna y la desgracia, y que gobierna sobre todo el universo. Entonces, ¿habrá algún tesoro más precioso que este?
Para nosotros, Dios es nuestro tesoro. ¿Cómo podríamos guardar nuestro mayor tesoro junto con cosas sin valor en nuestro corazón? Al igual que el apóstol Pablo, que encontró a Dios como su tesoro y estimó todas las cosas como pérdida aunque fueran para su beneficio, deshagámonos de todo odio, disensión, arrogancia y codicia en nuestro corazón, de modo que solo Dios, nuestro tesoro, pueda vivir en nosotros.
“Tendrás más oro que tierra, y como piedras de arroyos oro de Ofir; el Todopoderoso será tu defensa, y tendrás plata en abundancia.” Job 22:24-25