Ejercítate para la piedad

Yu Wu-seung, desde Seúl, Corea

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Era una persona bastante agresiva. Me frustraba rápidamente si algo no salía como lo había planeado, o solía chocar con los demás temerariamente si algo era poco satisfactorio. Muchas veces, mi agresividad incomodaba a la gente que me rodeaba.

Durante la etapa escolar, una vez los miembros de mi Sion fueron a una montaña cercana para realizar una actividad de limpieza ambiental. La recolección de basura se desarrollaba junto con la campaña “No arrojemos basura”. Como muchos de nosotros participamos, llamamos la atención de la gente.

Pero una vez más, mi personalidad era el problema. Mientras cargábamos una y otra vez pesadas bolsas de tierra para reparar los caminos, mi fuerza se extralimitaba y me enfadaba. Incluso con las pequeñas bromas de los miembros de mi edad, reaccionaba exageradamente y finalmente causé un lío: subía cuesta arriba, cargando una pesada bolsa y respiraba con dificultad, entonces uno de los miembros preguntó: “¿Eso es todo lo que puede hacer para su edad?’’. Era una pequeña broma pero me molesté con lo que dijo.

Esa noche, recibí una severa reprimenda de mis padres por esto. Fui a mi habitación y lloré por un buen rato. No fue por haber sido acusado falsamente de algo. Fue porque causé un problema no solo a los miembros al enfadarme sin motivo, sino porque cubrí la gloria de Dios ante las personas que transitaban por ahí. El costo por no poder controlar mis emociones fue demasiado alto. Cuanto más pensaba en ello, más me afligía.

Sin mencionar que traté de cambiar mi personalidad leyendo libros de psicología que podían ser de utilidad y trataba de superar mi estrés mediante pasatiempos saludables, hice algunos esfuerzos, ¿pero cómo podía la gaseosa convertirse en agua en solo uno o dos días de esfuerzo? Sin importar lo mucho que me lo prometía, una vez que estallaba, todo lo que había decidido desparecía sin dejar rastro.

La misma situación se repetía una y otra vez a pesar de todos los esfuerzos que hacía. Entonces esto vino a mi mente: “¿Realmente debo preocuparme por la gente y ocultar mis sentimientos? ¿Cómo se supone que cambiaré mi naturaleza?”. Cuando estaba casi totalmente desesperado, por casualidad un versículo conmovió profundamente mi corazón mientras estudiaba la Biblia en Sion.

“Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.” 1 Ti. 4:7-8

Ser piadoso significa honrar, abstenerse y ser solemne. En otras palabras, debemos ser cuidadosos con nuestras palabras y acciones en Sion y comportarnos con gracia. Enojarse fácilmente nunca puede propiciar la piedad.

La frase: “Ejercítate para la piedad”, también suena como “es difícil ser piadoso”. No obstante, la razón por la que necesitamos practicar para ser piadosos no es para la autocomplacencia o para ser elogiados por los demás, sino para disfrutar de la vida eterna en el reino de los cielos que Dios ha preparado. Tenía que llegar a ser piadoso para alcanzar mi esperanza en el cielo. Desde entonces, poco a poco pude eliminar mis quejas y murmuraciones frecuentes. No trataba de buscar algo nuevo para dominar mi ira, pero quizá porque había grabado en mi corazón una razón obvia por la que necesitaba cambiar, no me costó tanto como antes refinar las partes ásperas que tenía.

Mientras trabajaba en mis prácticas repetitivas, empecé a cambiar poco a poco en mi naturaleza y en el modo de hablar sin darme cuenta. El tiempo pasó y me convertí en joven. Cuando terminé mi servicio militar, recibí una nota de mis sucesores que decía: “Fue un sincero y precioso predecesor. Lo pasamos genial con usted. Gracias”. Estaba muy feliz y orgulloso de mí mismo como si hubiera recibido un premio por el gran esfuerzo que había hecho para entonces.

Todavía no puedo decir que he alcanzado perfectamente la piedad. Sin embargo, recordando las enseñanzas de la Biblia, me estoy refinando paso a paso. Podría ser la tarea de toda mi vida, pero finalmente lo lograré para recibir una amplia y generosa bienvenida en el reino de los cielos, siendo hallado sin mancha e irreprensible.