Cuando Pedro y Juan subían juntos al templo para orar, vieron que fue traído un hombre cojo de nacimiento. Él era puesto cada día a la puerta del templo, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo.
Cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Entonces Pedro dijo:
“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo, levántate y anda.”
Y tomándole por la mano derecha le levantó, y al momento se le afirmaron los pies y tobillos, y se puso en pie y anduvo. Y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.
Cuando todo el pueblo le vio andar, se llenó de asombro y espanto, y concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió resueltamente al pueblo:
“¿Por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? Jesucristo, a quien vosotros negasteis y matasteis, pero Dios resucitó de los muertos, cobró fuerzas a este hombre. La fe que es por Él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.”
Seguramente fue Pedro quien levantó al cojo tomándole por la mano. Sin embargo, Pedro dio gloria a Dios, diciendo que Cristo lo había hecho.
Cuando la obra de Dios se muestra a través de nosotros, podríamos sentirnos orgullosos. La gente quiere recibir elogios y reconocimiento por naturaleza. Por otra parte, no es difícil glorificar nuestra propia capacidad cuando algo es hecho por Dios, aunque no hayamos hecho nada, porque es invisible ante los ojos de las personas que no lo saben.
Con esto debemos ser más cuidadosos como colaboradores de Dios; no debemos llamar la atención sobre nosotros mismos cuando hagamos algo. El trabajo nunca es hecho por nosotros. “El trabajo más allá de mi capacidad” significa, literalmente, que no es mi capacidad, sino el poder de Dios el que hace el trabajo.
“Si glorificamos a Dios, esa gloria volverá a nosotros mismos”. de la Lección de la Madre