Dios nos ama. Para salvar a sus hijos, nuestro Padre celestial dejó el glorioso reino de los cielos y vino a la tierra en la carne hace dos mil años. Soportó incontables burlas e insultos, fue severamente azotado y sufrió la crucifixión para pagar el precio por nuestros pecados en lugar de nosotros. Así, nos ama profundamente.
Incluso en este momento, la Madre celestial camina con nosotros en este mundo y nos permite su amor. Ella nos ama y nos aprecia tanto que hasta abandonó su glorioso trono del cielo, estando dispuesta a sacrificar su propia vida por nosotros. Ella nos ama más que a cualquier cosa del mundo, y siempre nos comprende y nos consuela, aun cuando ve nuestra inmadurez.
Nosotros también amamos a Dios. Sin embargo, debemos pensar si en algún momento hemos olvidado la existencia de nuestro amado Dios, aun cuando decimos que lo amamos. Solo si Dios, a quien amamos, está en nuestro corazón, podremos caminar hermosamente junto con Él y alcanzar el eterno reino de los cielos.
En un concurso televisivo de preguntas y respuestas, se planteó la siguiente interrogante: “¿Cuál es la forma más rápida de llegar de Londres a París?”. Los concursantes dieron diversas respuestas: en avión, en embarcaciones de alta velocidad, etc. Sin embargo, la respuesta no estaba en medios físicos. La respuesta seleccionada por el examinador fue “viajar con un ser amado”.
No importa qué transporte tome para llegar a algún lugar si va allí con su ser amado. Aunque tome un carrito lento, lo sentirá como un viaje corto. Independientemente de lo lejos que tengamos que ir, sin importar cuántos obstáculos nos depare el camino, somos felices siempre que podamos caminar juntos.
Suponga que ha recibido una carta extensa de su amada familia o de alguien a quien ama. ¿Se quejaría de por qué escribió todas estas cosas, en lugar de resumir brevemente los puntos principales? Aunque la carta tenga diez o veinte páginas, la leerá con entusiasmo. Haga lo que haga, no se aburrirá si lo hace con sus seres queridos; siempre está lleno de alegría y felicidad cuando habla con ellos, cantan juntos y hacen cualquier otra cosa.
Conceder la petición de alguien que ama es una alegría en sí. ¿Qué pasa si una amada esposa pide a su esposo que le compre un delicioso pastel de regreso a casa? Concederá gustosamente la petición de su esposa; si se olvida de comprarlo hasta casi haber llegado a casa y lo recuerda entonces, hará todo el camino de regreso para conseguirlo, ¿no es verdad? Aunque esté muy cansado por el trabajo, si ama a su esposa, hará lo que ella desea.
Dios, a quien amamos, está caminando con nosotros en nuestro viaje del evangelio hacia el eterno reino de los cielos. Reflexionemos para ver qué mentalidad tenemos cuando recorremos este camino. Necesitamos examinarnos para ver si vivimos llenos de entusiasmo y felicidad con amor por Dios todos los días, o si a veces nos sentimos fastidiados y cansados.
Nuestra vida nunca es aburrida mientras caminamos con nuestro amado Dios. Si amamos a Dios, no nos aburrimos cuando escuchamos un sermón ni lo sentimos largo, tampoco cuando conversamos con Él mediante la oración. También encontramos gozo en alabar y adorar a Dios. Cuando leemos la Biblia, la consideramos una carta de nuestro amado Dios y la recibimos en lo profundo de nuestro corazón, sin añadir, quitar ni distorsionar. Nuestro amado Dios también nos ha confiado la misión de predicar el evangelio (1 Ts 2:4), así que la llevaremos a cabo con alegría en cualquier situación.
Dios caminó con los israelitas hace tres mil quinientos años. Hasta que entraron en Canaán después de salir de Egipto y llegar al desierto, Dios los guio con una columna de nube de día y una columna de fuego de noche, y cada vez que se enfrentaban a una situación difícil, vencía a los enemigos de ellos. También les envió del cielo un alimento espiritual llamado maná. Al mostrarles estas maravillosas obras, siempre les recordaba que estaba con ellos.
Los israelitas pudieron ser testigos de la presencia de Dios mientras veían la columna de nube y la columna de fuego sobre el tabernáculo. Sin embargo, simplemente se aburrían de la vida en el desierto. Derramaban quejas: “¿Por qué tardamos tanto en entrar en la tierra de Canaán?”, “¿Por qué debemos regresar por el camino por el cual vinimos?”. Su viaje se habría sentido más corto si hubieran amado a Dios y caminado con Él. Sin embargo, no tenían amor por Dios en sus corazones. Quejándose todo el tiempo, adoraron ídolos e hicieron muchas otras cosas que Dios aborrecía, y como resultado, finalmente fueron destruidos.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual […]. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos […]. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.” 1 Co 10:1-7, 10-11
Los israelitas caminaban con Dios, pero no con el amado Dios. Por no amar a Dios, llenaron de quejas su viaje de cuarenta años por el desierto; cuando se quedaron sin alimentos, murmuraron por falta de comida, y cuando no había agua, se quejaron por la falta de agua.
Sin embargo, Josué y Caleb eran diferentes a ellos. Dado que Josué y Caleb tenían amor por Dios en sus corazones, nunca se aburrieron en su viaje por el desierto y siempre lo obedecieron con fe, por lo que finalmente pudieron entrar en Canaán, la tierra prometida (Nm 14:20-38).
Aprendamos una lección de esta historia y examinémonos en el viaje por el desierto de la fe. No importa qué tan largo sea nuestro viaje, pues se siente corto cuando caminamos con nuestro ser querido. Si nuestro viaje se siente largo, primero debemos llenar nuestros corazones con amor por Dios.
Hace dos mil años, Jesús se apareció a Pedro después de su resurrección y le preguntó: “¿Me amas?”.
“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.” Jn 21:15-17
Jesús preguntó tres veces a Pedro, que lo había negado tres veces, si lo amaba. Entonces Pedro dijo: “Sí, Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Jesús le pidió: “Si me amas, apacienta mis ovejas”.
Entonces Pedro puso todo su corazón y toda su alma en cuidar a los santos, las ovejas de Dios, porque era una petición de Dios a quien amaba. Cuando fue condenado a muerte por crucifixión bajo la persecución del emperador romano Nerón, solicitó ser crucificado boca abajo. Fue porque él, siendo pecador, se sintió indigno de ser crucificado de la misma manera que Jesús. Así, Pedro amaba sinceramente a Jesús.
Nosotros también debemos tener ese amor sincero por Dios y avanzar por el camino del evangelio que recorrieron nuestros antepasados de la fe. Dios también nos ha pedido que prediquemos el evangelio en Samaria y hasta lo último de la tierra.
“pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Hch 1:8
La predicación es la santa petición de amor que nuestro amado Dios nos ha confiado. Es algo que sin falta debemos hacer, como quienes han recibido esa petición. Sin embargo, si todavía dudamos en predicar el evangelio, poniendo las circunstancias y las situaciones que nos rodean como excusa, o no sentimos gozo y felicidad al hacer la obra del evangelio, debemos reformar nuestra fe y llenarnos rápidamente con el aceite de la fe. Si realmente amamos a Dios, debemos llevar a cabo con gozo todo lo que Dios nos ha pedido.
La mentalidad más importante que deben tener los predicadores del evangelio es el amor a Dios. Jesús dijo que amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente es el primero y grande mandamiento.
“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” Mt 22:35-40
Dios no nos ha dado este mandamiento porque necesite nuestro amor. Él es el dueño del universo entero, y no necesita nada ni desea recibir el amor de las personas que viven en la tierra, que es como polvo, ¿no es así? En realidad, aunque amemos mucho a Dios, eso no le afecta en nada. Sin embargo, si no amamos a Dios, nuestros ojos no pueden evitar volverse hacia el camino de la muerte; porque Satanás siempre nos engaña haciéndonos creer que hay gozo, felicidad y placer en ese camino.
A Dios le preocupa que podamos irnos al castigo eterno en el infierno, y nos ha dado el mandamiento de “amar a Dios” para nuestra salvación. Si amamos a Dios, intentaremos no hacer lo que Dios aborrece y, en consecuencia, evitaremos hacer lo que nos haga merecer ir al infierno. Por esa razón, Jesús nos dijo que amemos a Dios por encima de todo. De acuerdo con Jesús, toda la ley y los profetas dependen del primer mandamiento, que es la condición previa más fundamental y esencial para nuestra salvación.
“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” 1 Co 2:9
Dios nos ama inmensamente. Él nos ama hasta el punto de abandonar su glorioso trono del cielo y dar su vida por nosotros. A través de las enseñanzas de la Biblia, recordemos siempre cuánto nos ama Dios y también reflexionemos para ver cuánto amamos a Dios ahora.
El mundo que Dios ha preparado para nosotros, sus amados hijos, es un lugar maravilloso que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre. Para darnos la corona de gloria en el brillante reino de los cielos, Dios ha cubierto todas las transgresiones de sus hijos que pecaron en el cielo y fueron arrojados a esta tierra, y nos ha abierto el camino para que regresemos al eterno reino de los cielos. Si mantenemos correctamente el amor por Dios en nuestro corazón, Dios nos abrirá todos los caminos.
Esto sucedió en la época de Salomón, el tercer rey de Israel. Dos mujeres afirmaban ser la madre de un niño. Salomón dio la orden de partir por medio al niño y darle la mitad a una y la otra mitad a la otra. Entonces una de ellas exclamó: “Ni a mí ni a ti; partidlo”; pero la otra dijo: “Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis”. Por las acciones de ellas, Salomón discernió cuál era la verdadera madre que amaba sinceramente a su hijo (1 R 3:16-28).
De esta manera, el amor se muestra con obras. Dios distingue a los que verdaderamente lo aman de los que no, a través de sus acciones. Examinémonos para ver si hacemos todo con amor a Dios, si estudiamos con alegría su palabra y si nos deleitamos en encontrar a nuestros hermanos perdidos, siguiendo el camino que Él recorrió.
Josué y Caleb, que hicieron su viaje por el desierto hace tres mil quinientos años, no solo conocían a Dios, sino que lo amaban. Dado que Dios, a quien amaban, estaba en sus corazones, nunca se aburrieron durante su viaje de cuarenta años por el desierto estéril. Llevaron a cabo con gozo todo lo que Dios les había mandado y dieron prioridad a la palabra de Dios sobre la de cualquier persona. Como resultado, recibieron la tierra de Canaán que fluía leche y miel.
Así debe ser nuestra fe con la que caminamos junto con el Espíritu y la Esposa en esta época. Incluso en momentos difíciles, demos gracias a nuestro Dios Elohim y siempre llenémonos de paz y alegría en nuestra vida de la fe. Prediquemos con gozo, estudiemos la palabra de Dios con alegría, oremos con gusto y compartamos el amor fraternal con placer, para que la alabanza y las voces de canto nunca cesen en Sion, como está profetizado en la Biblia (Is 51:3). Les pido sinceramente a todos ustedes, miembros de nuestra familia de Sion, que graben en sus corazones la gran voluntad de Dios, que nos dijo que lo amemos, y amémoslo con todo nuestro corazón, alma y mente, para que seamos suficientemente dignos de entrar en el eterno reino de los cielos.