En nuestro Dios está la salvación

9,306 visualizaciones

Dios enseñó diferentes maneras de salvación para la humanidad en cada época: el Antiguo Testamento describe principalmente cómo realizó Dios su providencia de salvación en el espíritu, mientras que el Nuevo Testamento enseña cómo debemos tratar a Dios que ha venido a esta tierra en la carne.

En los sesenta y seis libros de la Biblia, encontramos tres clases de personas: los que ni siquiera conocieron a Dios en el espíritu, los que no reconocieron a Dios en la carne, y los bienaventurados que recibieron y sirvieron a Dios, estuviera en el espíritu o en la carne.

La salvación de nuestras almas depende de conocer a Dios, que controla toda la historia de la salvación. Averigüémoslo a través de la Biblia.

El conocimiento y el temor de Dios es el principio de la sabiduría

La Biblia enseña que la salvación de la humanidad depende de conocer, temer y adorar a Dios. Todas las enseñanzas de la Biblia enfatizan que debemos tener una fe correcta en Dios nuestro Salvador para la salvación de nuestras almas.

『El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el cono-cimiento del Santísimo es la inteligencia.』 Pr. 9:10

La Biblia dice que el conocimiento del Santísimo (Dios) es la inteligencia. Dios, que había existido en el espíritu en los tiempos del Antiguo Testamento, se hizo carne y habitó entre las personas en la tierra en los tiempos del Nuevo Testamento, llevando todas nuestras enfermedades. Haciendo esto, comprendió nuestra debilidad y nos ayudó a vencer todas las pruebas. El que comprende esta providencia de Dios es sabio.

No es fácil reconocer a Dios, sea en el espíritu o en la carne. Especialmente es difícil comprender a Cristo, el misterio de Dios, que vino en la carne, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 1:26, 2:2-3).

En la Biblia encontramos a nuestros antepasados de la fe que reconocieron y recibieron a Dios que vino en la carne, para que pudieran ser abundantemente bendecidos, y también encontramos a muchos necios que no reconocieron a Dios sino que lo blasfemaron, por lo que fueron lanzados al eterno fuego del infierno.

Los que rechazaron a Dios

『Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. […] A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.』 Mt. 26:20-24

Judas Iscariote rechazó y traicionó a Jesucristo. ¿Quién podría ser más necio que él entre los personajes bíblicos? Él siguió constan-temente a Dios que vino en la carne, llamándolo maestro, pero no reconoció al Santísimo. Si hubiera sabido esto, ¿cómo habría podido atreverse a cometer el insensato y malvado acto de traicionar a Dios? Judas valoró a Dios en tan solo treinta piezas de plata, y finalmente encontró un miserable fin, tanto física como espiritualmente. Jesús dijo acerca de Judas: “Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido”.

Debemos tener un pleno conocimiento de Dios que existe como espíritu. Y también debemos saber cómo reconocer y servir a Dios, que ha venido a esta tierra en la carne, a través de la Biblia. Conocer correctamente a Dios es la mejor sabiduría e inteligencia. Esté Dios en el espíritu o en la carne, Él es siempre nuestro Dios.

『¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. […] ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?』 Mt. 23:29-33

Jesús reprendió a los escribas y fariseos por su fe hipócrita, dicien-do: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”. Con sus labios decían creer en Dios; sin embargo, trataron de apedrearlo para matarlo (Jn. 10:30-33) y de arrojarlo desde la cumbre de un monte (Lc. 4:21-30). Ellos en realidad no conocían a Dios y conspiraron cosas malvadas, por eso Jesús les pronunció calamidades. Tanto ellos como las personas que los seguían, fueron destruidos, como Jesús dijo: “Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán al hoyo”.

『[…] Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! […] Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato […] Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.』 Mt. 27:15-26

Los judíos trataron de matar a Dios que vino a su propio mundo, aceptando incluso que su sangre cayera sobre ellos y sus hijos. Ellos pensaban que servían a Dios de una manera adecuada, pero en realidad lo adoraban a su manera (ref. Jn. 16:2). Mientras pretendían servir a Dios, rechazaron a Dios que había venido en la carne y se opusieron a Él. Como resultado, la salvación ha llegado a los gentiles.

Los que recibieron a Dios

Al ver todas las enseñanzas de la Biblia, debemos reconocer la verdadera naturaleza de Dios encarnado y tener una fe correcta.

『El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.』 Mt. 10:40-41

Jesús dice que todo el que recibe a un profeta recibirá recompensa de profeta. Del mismo modo, el que recibe a Dios recibirá recompensa de Dios.

Había muchos leprosos en Israel, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio. Y había muchas viudas en Israel, pero solo la viuda de Sarepta recibió el favor de Dios: ella pudo sobrevivir a la hambruna cuando dejó de llover durante tres años y medio. Además, fueron bendecidos porque reconocieron y recibieron a los profetas de Dios comprendiendo la voluntad de Dios (Lc. 4:25-27). Al igual que ellos, solo los que reconozcan y reciban a Dios cuando venga en la carne y ayuden en su obra aunque sea poco —los que temen a Dios y piden con fe—, recibirán la recompensa eterna preparada para ellos en el cielo.

『[…] vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres. Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.』 Mt. 26:6-13

El derramamiento del perfume mismo no podría ser memorable y digno de ser recordado. Sin embargo, Jesús vio su corazón de devoción, su afecto con el santo respeto a Dios que vino a esta tierra en la carne. Es por eso que Jesús dijo: “Dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”.

Los que reconocieron y recibieron correctamente a Dios, estuviera en el espíritu o en la carne, y le pidieron salvación, siempre fueron bendecidos con buenos resultados. Así también sucedió con el malhechor que estaba a la derecha de Jesús. Mientras todas las personas se burlaban de Jesús y lo calumniaban, él lo reconoció como Dios y le suplicó por la salvación de su alma. Jesús le respondió inmediatamente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:32-43). Con estas palabras Jesús lo salvó.

Ahora consideremos si tenemos o no tal honor y respeto a Dios que ha venido en la carne. Todas las cosas que sucedieron en los días de Jesús hace dos mil años, son buenos ejemplos para nosotros, que hemos alcanzado el fin de los tiempos. La historia de la salvación se ha mantenido por los que reconocieron a Dios, y ahora el aroma de Cristo se ha expandido hasta lo último de la tierra.

Nuestra salvación depende de Dios

Supongamos que un niño ha cometido un acto tan malo como para romper el corazón de sus padres. La autoridad de castigar o perdonar al hijo le pertenece a sus padres. Y también tienen el derecho de determinar cómo castigar o perdonar.

Nosotros somos pecadores que hemos sido lanzados a la tierra por cometer graves pecados. La autoridad de perdonar nuestros pecados le pertenece a Dios, nuestros Padres espirituales. Todos los hombres deben seguir el camino para el perdón de pecados, que Dios ha establecido, para que puedan ser salvos.

Un día, Pedro vio en una visión el cielo abierto y que descendía a la tierra algo semejante a un lienzo, el cual contenía toda clase de animales. Entonces una voz le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”. Pero él se negó a comer cosa común o inmunda, porque era un judío devoto que nunca había comido algo inmundo según la ley de Moisés. La voz habló de nuevo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. En ese tiempo, Pedro predicaba solo a los judíos. Él comprendió que su sueño significaba que el evangelio debía ser predicado a todas las personas sin distinción de raza, y que esa era la voluntad de Dios. Desde ese momento, el evangelio empezó a expandirse a todo el mundo (Hch. 10:1-48).

Pedro no tenía derecho a juzgar en lo concerniente a la salvación. La salvación es determinada por Dios y no por la humanidad. Esto depende de la voluntad de Dios.

Hace dos mil años, los fariseos y los maestros de la ley insistían en guardar la ley de Moisés con sus mandamientos y reglas. En ese tiempo Jesús enseñó las reglas del nuevo pacto. Él celebró la Pascua con el pan y el vino, y no con la sangre del cordero de la Pascua. Esto les resultó difícil de comprender. Sin embargo, Dios dice: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”.

Cometimos pecados que merecen la muerte en el cielo y fuimos arrojados a la tierra. Para nosotros, Dios ha provisto la manera de la salvación. Él ha inaugurado el nuevo pacto para perdonar nuestros pecados y guiarnos al reino eterno. Para permitirnos conocer el nuevo pacto, Dios ha venido a esta tierra en la carne no solo una vez, sino hasta dos veces.

La salvación viene por el conocimiento de Dios. Recordemos lo que sucedió en los días de la iglesia primitiva. Muchos no conocían a Dios, la fuente de salvación, y rechazaron el camino de la salvación que Dios mismo enseñó en la carne. Debemos reconocer correctamente a Dios y recibirlo, para que podamos seguir completamente sus enseñanzas de salvación.

Dios en la carne habita en Sion en los últimos días

La Biblia profetizaba que Dios vendría nuevamente en la carne a esta tierra y nos enseñaría sus caminos de salvación en los últimos días, igual como hizo en su primera venida.

『Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. […]』 Mi. 4:1-5

La profecía concierne a la obra de la salvación de Dios que se cumplirá en los últimos días. Los pueblos de todas las naciones están corriendo al monte de Sion, el monte del templo de Dios, para conocer quién es el que les da salvación y seguir sus enseñanzas. El propósito establecido por Dios se cumple de todas maneras.

Piensen en los fariseos. Ellos no tenían conocimiento de Dios y rechazaron neciamente las palabras que salían de la boca de Dios, que eran más preciosas que el oro muy puro. La Biblia nos dice que rechazar a Dios en la carne es un acto malvado que merece el eterno fuego del infierno.

En estos últimos días Dios ha venido en la carne y nos ha enseñado sus caminos de salvación. Si alguno quiere ser salvo sinceramente, debe comprender correctamente a Cristo. Para conseguir la salvación eterna, no debemos ser como Judas Iscariote ni como los escribas y los fariseos, a quienes Jesús condenó, diciendo: “Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido”, y: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”.

Debemos tener en mente que cada palabra que Dios nos ha enseñado en Sion es el camino de la salvación, el camino al cielo. Dios ha destruido la muerte para siempre y ha salvado a su pueblo que lo ha recibido gustosamente, diciendo: “Este es nuestro Dios” (Is. 25:6-9).

Vengan al Espíritu y la Esposa y tomen del agua de la vida

Podremos alcanzar la salvación, nuestro último destino, cuando reconozcamos a Dios que ha venido para darnos la salvación y sigamos sus enseñanzas. Los que no reconocen a Dios nunca podrán comprender sus preciosas palabras. Aunque reciban muchas oportuni-dades de recibir las bendiciones de Dios, como María y el malhechor que estaba a la derecha de Jesús, ellos no le piden ni lo buscan.

『Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.』 Jn. 4:10

Si ellos hubieran reconocido a Jesús como Dios, le habrían pedido el agua de la vida. Dios siempre está dispuesto a darnos lo que le pedimos. Por eso nos dice que oremos sin cesar.

Ahora Dios, que ha aparecido como el Espíritu y la Esposa, habita entre nosotros en la carne. En estos últimos días, nadie puede ser salvo sin recibir las enseñanzas del Espíritu y la Esposa (Ap. 22:17). Sin embargo, muchos no conocen correctamente a Dios, y no logran reconocer su naturaleza divina escondida en la carne. Es por eso que no piden el agua de la vida al Espíritu y a la Esposa.

La salvación depende de Dios. Teniendo esto en mente, recibamos y honremos a Dios que ha venido a nosotros, y anunciemos su salvación al mundo entero. Hermanos y hermanas de Sion, reconozcamos correctamente a Cristo y recibámoslo por fe, para que podamos venir al Espíritu y a la Esposa y tomar del agua de la vida.