El camino de la vida y la Madre celestial

11,618 visualizaciones

Un camino se forma naturalmente cuando alguien transita en repetidas ocasiones en dirección al destino. Originalmente no había camino, pero una vez que alguien comienza a transitar, poco a poco se forma uno para que muchas personas puedan ir y venir por él.

Es lo mismo espiritualmente. Hay dos caminos que nuestras almas pueden tomar: uno es el camino al cielo, hecho por Dios yendo y viniendo entre el cielo y la tierra para nuestra salvación, y el otro es el camino al infierno, hecho por Satanás engañando y arrastrando a muchas almas al infierno después de venir a la tierra junto con sus seguidores.

Si tomamos el camino equivocado, nos perderemos, deambularemos y al final llegaremos a un destino completamente diferente. Debemos entrar en el camino al cielo sin falta y nunca desviarnos de ese camino ni extraviarnos. A fin de llegar a nuestro destino correcto, el cielo, tenemos que encontrar el camino al cielo que Dios ha abierto, siguiendo su voz que nos dice: “¡Ven!”. Descubramos con claridad dónde está el camino al cielo que debemos recorrer, a través de la Biblia.

Una lección de la visión que tuvo Pedro

Dios conoce el camino al cielo mejor que nadie, porque Él lo hizo. Por tal razón, Jesús dijo: “Yo soy el camino… nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6). Seguir y obedecer la guía de Dios es la mejor manera de encontrar el camino al cielo.

“Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo.” Hch 10:9-16

Un día, Pedro tuvo una visión de un lienzo lleno de todo tipo de animales que descendía del cielo. Entonces oyó la voz de Dios: “Levántate, Pedro, mata y come”. Sin embargo, ya que Pedro había seguido estrictamente las leyes de la comida del Antiguo Testamento, pensó que esos animales eran impuros e inmundos. Por tal razón, rechazó la orden de Dios, diciendo: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás”.

Luego volvió la voz a él: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Esto se repitió tres veces. Dios reprendió a Pedro por dar prioridad a los conocimientos que había aprendido y observado hasta entonces, antes que a la palabra de Dios.

Después de despertar del sueño, Pedro se encontró con los hombres enviados por Cornelio, un gentil. Solo entonces comprendió que Dios había purificado incluso a los gentiles, que habían estado comiendo animales impuros, y que quería salvarlos. Entonces Pedro predicó a Cornelio y a su familia y los bautizó, como se ve en la siguiente parte del capítulo.

Hoy en día, mientras recorremos el camino de la fe, a veces cometemos el mismo error que Pedro. Cuando Pedro puso sus propios pensamientos antes que la voluntad de Dios, sin saberlo desobedeció la palabra de Dios. Del mismo modo, cuando ponemos nuestro propio conocimiento y sentido común por encima de la palabra de Dios, llegamos a desobedecer su voluntad.

En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios hizo una distinción entre los animales limpios e inmundos, y estableció la ley para que se pudieran comer solo animales limpios (Lv 11). Por ello, los israelitas no comían animales inmundos, y consideraban impuros incluso a los gentiles que comían animales inmundos y ni siquiera andaban en compañía de ellos. Sin embargo, los animales limpios e inmundos también fueron prescritos según la palabra de Dios, lo cual no se había establecido desde el principio. Si Dios dice que ha limpiado ciertos animales, pese a que antes han sido considerados impuros e inmundos, desde entonces debemos creer en su palabra y obedecer su voluntad.

Los que siguen al Cordero por dondequiera que va

Dios estableció el plan a largo plazo para la obra de redención que abarca la época del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, y abrió el camino al cielo, yendo y viniendo Él mismo entre el cielo y la tierra para salvarnos a sus hijos. Si obedecemos todo lo que Dios nos dice en cada época, sea cual sea la palabra, podemos recorrer el camino correcto al cielo. Por tal razón, aquellos que serán salvos son descritos en el libro de Apocalipsis como los que siguen a Dios por dondequiera que va.

“Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero.” Ap 14:4

Aquí, el “Cordero” se refiere a Jesús que vendrá de nuevo. Los santos que serán salvos, profetizados en el libro de Apocalipsis, siguen a Jesús en su segunda venida, por dondequiera que va. La Biblia los describe como los sinceros que obedecen la voluntad de Dios, no como los obstinados que insisten en sus propios pensamientos y experiencias.

Entonces, ¿a dónde nos guía Cristo, el Cordero, a los que seremos salvos?

“Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.” Ap 7:16-17

La Biblia muestra que el Cordero será nuestro pastor en persona y nos guiará a fuentes de aguas de vida. Por ello, la Biblia nos dice que sigamos al Cordero. Es porque el lugar donde está la fuente del agua de la vida adonde Él nos guía es el camino al cielo.

En esta época, Jesús en su segunda venida, el Cordero, nos guía a la fuente del agua de la vida. Averigüemos a qué se refiere la fuente del agua de la vida, la cual hemos alcanzado siguiendo a Jesús en su segunda venida.

“Será un día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; pero sucederá que al caer la tarde habrá luz. Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno.” Zac 14:7-8

Es Jerusalén la fuente de la que salen aguas vivas todo el año. En la Biblia, la “Jerusalén de arriba” se refiere a nuestra Madre (ref. Ga 4:26). El lugar adonde nos guía Jesús en su segunda venida, el Cordero, es los brazos de nuestra Madre Jerusalén celestial.

La Madre Jerusalén es el camino de la vida

Si Dios hizo un camino llamado Día de Reposo, debemos guardarlo para ir al cielo, y si creó un camino llamado Pascua, debemos observarla para dirigirnos al reino celestial. Del mismo modo, si nuestro Dios Padre, que estableció todas las leyes del nuevo pacto, nos ha guiado a nuestra Madre, la fuente del agua de la vida, sin falta tenemos que creer en la Madre y correr hacia el cielo siguiendo ese camino.

Algunos dicen que pueden ser salvos si guardan la Pascua y el Día de Reposo, aunque no crean en la Madre. Esta idea surge al malentender el papel de la ley.

“De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.” Ga 3:24

La ley juega el papel de ayo para llevarnos a Cristo. La ley del antiguo pacto condujo a la gente de esos días a Jesús, que vino por primera vez. Entonces, ¿a quién nos guía la ley del nuevo pacto, que guardamos hoy en día? Nos guía al Espíritu y la Esposa, los Salvadores de la época del Espíritu Santo.

Jesús en su segunda venida restauró la ley del nuevo pacto que había sido destruida y quebrantada, en lo cual podemos encontrar su voluntad de que sus hijos vengan a la Madre celestial encontrando correctamente la fuente del agua de la vida, y que regresen al eterno reino de los cielos. Él ha preparado el camino para que nosotros podamos ir a la Madre celestial, dándonos nuevamente la verdad del nuevo pacto. Por eso, no podemos recibir la completa salvación solo por la ley, que no es más que nuestro ayo. La salvación se completa solo en la Madre celestial, que es la fuente de la vida.

Cristo Ahnsahnghong vino a la tierra como la realidad del Cordero y nos dejó el siguiente mensaje en sus notas autógrafas: “Eliseo siguió a Elías, Josué siguió a Moisés, Pedro siguió a Jesús y yo sigo a la Madre”. La última petición del Padre antes de su ascensión al cielo también fue “escuchar con obediencia las palabras de la Madre”. Él quería que nosotros, sus hijos, llegáramos con seguridad al cielo, siguiendo el camino que Él había recorrido, obedeciendo a la Madre, la fuente del agua de la vida.

A través de la historia de la familia de Abraham, la Biblia testifica claramente la enseñanza del Padre concerniente a que debemos escuchar todo lo que la Madre nos dice.

“[…] Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo. Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia.” Gn 21:8-12

Cuando Sara vio a Ismael, el hijo de su esclava Agar, burlándose de su pequeño hijo Isaac, le pidió a Abraham que echara a Agar y a su hijo. Al escuchar esto, Abraham dudaba entre Ismael e Isaac, entonces Dios le indicó que hiciera todo de acuerdo con la decisión de Sara, diciendo: “En todo lo que te dijere Sara, oye su voz”.

En la Biblia, Abraham representa a Dios Padre. Así que su esposa Sara, sin lugar a dudas, representa a nuestra Madre celestial (ref. Ga 4:21-31). Como Dios dijo: “En todo lo que te dijere Sara, oye su voz”, debemos obedecer todo lo que la Madre nos dice y seguir su voluntad. Esta es la mejor manera de ir al camino de la vida.

Los que no obedecen a Jerusalén

Podemos alcanzar el eterno reino de los cielos si creemos absolutamente en la Madre celestial, la fuente del agua de la vida, y la obedecemos, siguiendo la guía del Padre. Sin embargo, aquellos que no sirvan a la Madre Jerusalén y desobedezcan sus palabras no podrán entrar en el cielo y perecerán (Is 60:12).

“Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia […]. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. […]” He 4:6-13

La Biblia nos dice que debemos tener cuidado de no caer en semejante ejemplo de desobediencia. Es porque si no obedecemos la palabra de Dios, no podremos entrar en el reino de los cielos, donde se ha preparado el reposo eterno para nosotros. Los que ponen sus propios pensamientos y juicios ante las palabras de Dios, finalmente caerán en semejante ejemplo de desobediencia y no serán salvos.

A fin de guiarnos a la Madre celestial, el Padre nos reveló claramente muchas evidencias en la Biblia. Todos los libros de la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis dan testimonio de la Madre celestial, y la palabra “Elohim” se menciona numerosas veces en la Biblia. Sin embargo, si nuestro Dios Padre no nos hubiera enseñado, ¿cómo podríamos entender las palabras de salvación y encontrar el camino al cielo?

No creer en la Madre celestial a quien el Padre nos reveló no es diferente de desobedecer la palabra de Dios Padre. La Biblia nos muestra claramente que los que no obedezcan a la Madre celestial nunca podrán entrar en el reino de los cielos.

La voz de Dios que dice: “¡Ven!”

El Padre ha venido a esta tierra para guiar a la humanidad a la salvación; Él nos ha guiado a la Madre, que es el camino de la vida y la fuente del agua de la vida, restaurando las leyes, los estatutos y decretos del nuevo pacto. El Padre está llamándonos ansiosamente junto con la Madre, para que podamos alcanzar el cielo, nuestro destino final al término de este camino.

“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” Ap 22:17

El Espíritu Santo es Dios Padre según la Trinidad. Así que su Esposa, sin duda alguna, es Dios Madre. El apóstol Juan vio en una visión la escena de Dios Padre y Dios Madre llamando a la humanidad al camino al cielo, diciendo: “¡Ven!”, y lo escribió. En esta época del Espíritu Santo, el agua de la vida se da gratuitamente a aquellos que obedecen al Espíritu y la Esposa, que son el Padre y la Madre celestiales, quienes los llaman diciendo: “¡Ven!”.

Todas las leyes, desde la ley no escrita ni codificada antes de Moisés hasta la ley de la letra escrita en tablas de piedra y la verdad del nuevo pacto establecido a través de la preciosa sangre de Cristo, han existido para dar testimonio de la Madre celestial. Nos hemos encontrado con la Madre celestial después de haber transcurrido un periodo tan largo desde los tiempos del Antiguo Testamento hasta los del Nuevo Testamento. Como hemos encontrado a nuestro Dios Padre y nuestro Dios Madre a quienes hemos extrañado mucho, no debemos cometer el mismo error de Pedro, quien rechazó la palabra de Dios por sus propios pensamientos, sino obedecerla, diciendo: “Los seguiremos por dondequiera que nos guíen”.

No hay otro camino a la vida eterna, excepto el camino al cielo que Dios ha hecho. Si pensamos que podría haber un mejor camino y tratamos de encontrar otro, caeremos en las trampas que Satanás ha tendido.

Si vamos directamente a lo largo del camino de la vida que el Padre ha pavimentado con su sacrificio, sin duda entraremos en el eterno reino de los cielos. Hermanos de Sion, sigamos el camino al cielo, sin que nadie se quede atrás, para que todos podamos entrar en nuestro hermoso hogar celestial donde nuestro Padre está esperándonos, en medio de la cálida bienvenida de miles de ángeles.