El Día de Pentecostés es el nombre en el Nuevo Testamento de la que se denominaba “Fiesta de las Semanas” en el Antiguo Testamento. Es el día en el que, después de la resurrección y ascensión de Jesús hace dos mil años, Dios derramó el poder del Espíritu Santo sobre sus santos, para que pudieran dar testimonio de Jesucristo y predicar a todas las naciones del mundo el evangelio del reino celestial que Jesús había enseñado.
Fue en el Día de Ascensión cuando Cristo proclamó la evangelización mundial, y el Día de Pentecostés se convirtió en la chispa que encendió la llama de la evangelización mundial. El Espíritu Santo que se derramó en el Día de Pentecostés se convirtió en la fuerza impulsora para el crecimiento del evangelio de la iglesia primitiva. Los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo y predicaron con valentía acerca de Cristo. Como resultado, el evangelio comenzó a difundirse rápidamente en todo el mundo.
Como pueblo de Dios en esta última época, la época del Espíritu Santo, tenemos la misión de guiar a la verdad a nuestros hermanos perdidos del mundo entero dando testimonio de Dios Elohim. Examinemos el origen y el significado del Día de Pentecostés y averigüemos qué camino debemos recorrer en nuestra vida de la fe.
Dios llamó a Moisés al monte Sinaí el día cuarenta después de que los israelitas cruzaron el Mar Rojo. Después de recibir las palabras de Dios, Moisés bajó del monte y las entregó al pueblo. Tres días después, Dios descendió al monte Sinaí en medio de truenos, relámpagos, densas nubes y sonido de trompeta, y proclamó su pacto. Entonces, Dios ordenó a Moisés que subiera de nuevo al monte Sinaí, diciendo que le daría las tablas de piedra con la ley y los mandamientos que había escrito.
“Entonces Jehová dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles. […] Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día llamó a Moisés de en medio de la nube. Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel. Y entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches.” Ex 24:12-18
El día cincuenta después de cruzar el Mar Rojo, Moisés subió al monte Sinaí. Durante los cuarenta días que permaneció en el monte, se encontró con Dios y recibió las tablas de piedra de los diez mandamientos en las que se habían escrito las palabras del pacto. Dios eligió el día en que Moisés subió al monte Sinaí para recibir los diez mandamientos, y lo designó como la Fiesta de las Semanas, una de las fiestas solemnes de Dios, haciendo que su pueblo lo conmemorara.
“Y contaréis desde el día que sigue al día de reposo, desde el día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida; siete semanas cumplidas serán. Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano a Jehová. […]” Lv 23:15-18
“El día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida” se refiere a la Fiesta de las Primicias cuando el sacerdote ofrecía un sacrificio meciendo la primera gavilla de grano delante de Dios. La Fiesta de las Semanas es una fiesta en la que se presentaba un nuevo grano como ofrenda a Dios el día siguiente del séptimo Día de Reposo que sigue a la Fiesta de las Primicias. Como la Fiesta de las Semanas tenía lugar el día cincuenta después de la Fiesta de las Primicias, el Día de Resurrección, en el Nuevo Testamento se llama Día de Pentecostés, que significa quincuagésimo día.
Las ceremonias realizadas desde los tiempos de Moisés son profecías que presagian el ministerio de Jesucristo en el santuario celestial. El sacerdote ofrecía la gavilla de los primeros granos el día siguiente (domingo) del primer Día de Reposo después de la Fiesta de los Panes sin Levadura, y ofrecía el nuevo grano a Dios el día cincuenta, el día siguiente del séptimo Día de Reposo. Esta fiesta era una profecía para mostrar lo que sucedería en el futuro.
Jesús estableció el nuevo pacto en la Pascua. Al día siguiente, en la Fiesta de los Panes sin Levadura, murió en la cruz. En la Fiesta de las Primicias, Jesús resucitó como “primicias de los que durmieron”. El día cuarenta después de su resurrección, Jesús ascendió al cielo. Y en el Día de Pentecostés, el día cincuenta después de su resurrección, entró en el Lugar Santísimo del cielo y derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos.
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? […] les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. […]” Hch 2:1-12
“Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, […] y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hch 2:14-21
En el Día de Pentecostés, los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a predicar en otras lenguas. Predicaron valientemente acerca de Jesús, el Salvador de la época del Hijo, frente a la multitud que se había reunido en Jerusalén de unos quince países diferentes. La gente se sorprendió al escuchar el evangelio en su propia lengua y prestó atención a los apóstoles.
Si el evangelio hubiera tenido que predicarse solo en Judá, no habría sido necesario que los apóstoles hablaran en otras lenguas. Dios les concedió el don de hablar en otros idiomas porque deseaba que predicaran el evangelio al mundo entero, como Jesús dijo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8).
Los discípulos estaban sumidos en la tristeza y desesperación después de presenciar el sufrimiento y muerte de Jesús en la cruz. Sin embargo, en tres días Jesús les mostró el gran poder de la resurrección para que entendieran que Él era el verdadero Dios que gobierna la vida y la muerte. Después de presenciar la ascensión de Jesús en gloria después de su resurrección, los discípulos tuvieron verdadera fe en Cristo y esperanza en la ascensión. A partir de ese día, oraron ansiosamente durante diez días, y el Espíritu Santo descendió sobre ellos en el Día de Pentecostés. Entonces, la iglesia primitiva obtuvo más poder y tomó la iniciativa de su misión como testigos de Cristo.
Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, explicó a través de las Escrituras del Antiguo Testamento que Jesús era el Cristo, el Salvador de la humanidad, y Dios Hijo.
“A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. […] a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. […] Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. […] Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” Hch 2:23-47
Mientras estaba en la tierra, Jesús indicó a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era Cristo. Sin embargo, cuando ascendió al cielo, les pidió que fueran sus testigos. Después de recibir el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, los discípulos testificaron con valentía que Jesús, de quien la gente pensaba que era simplemente el hijo de un carpintero o uno de los profetas, era el Cristo. Hace tres mil quinientos años, Dios dio los diez mandamientos, y el día en que codificó sus mandamientos, que habían sido transmitidos oralmente por la ley no escrita, se convirtió en el origen del Día de Pentecostés. Así, el Día de Pentecostés fue un punto de partida para que los discípulos predicaran acerca de Jesús en público hace dos mil años.
“Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.” Hch 4:1-4
Los apóstoles negaron a Jesús y huyeron por temor a la muerte, pero después de recibir el Espíritu Santo de la lluvia temprana en el Día de Pentecostés, ya no temieron a la muerte; en cambio, predicaron con denuedo acerca de Jesús. El Espíritu Santo de Dios tiene un poder tan asombroso que cambia a las personas. Los santos que habían recibido el Espíritu Santo hablaban como el Espíritu les daba que hablasen y actuaban como Él hacía que actuasen. Oraban diligentemente, estudiaban la palabra de Dios y predicaban incesantemente el evangelio. Como predicaban con confianza acerca de Cristo y se cuidaban mutuamente, sucedió algo sorprendente: tres mil y cinco mil personas se bautizaron y recibieron la salvación en un solo día.
Moisés subió al monte Sinaí y después de recibir los diez mandamientos bajó del monte. Esto simbolizaba que Jesús entraría en el Lugar Santísimo del cielo y derramaría el Espíritu Santo sobre los discípulos. Sin embargo, a medida que la iglesia se secularizó, se retiró el Espíritu Santo de la lluvia temprana que se había derramado en el Día de Pentecostés. Esto también se profetizó mediante las obras de Moisés.
“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. […] y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. […] Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. […] Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas. […] Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte.” Ex 32:1-19
Moisés permaneció en el monte Sinaí durante cuarenta días, y los israelitas pensaron que había muerto. Así que hicieron un becerro de oro, un ídolo, y lo adoraron como un dios que los guiaría. Como sus corazones se corrompieron y violaron los diez mandamientos, Dios se llenó de ira y Moisés le suplicó que tuviera misericordia en nombre del pueblo. Cuando Moisés bajó del monte después de haber recibido las dos tablas de los diez mandamientos, se enfureció al ver a los israelitas adorando el ídolo, y finalmente arrojó las tablas de sus manos y las quebró al pie del monte.
Esto se cumplió proféticamente después de la muerte de los apóstoles, cuando la iglesia se corrompió y secularizó. Abandonando la verdad de Dios, introdujeron en secreto enseñanzas que no se encuentran en la Biblia, violando la ley de Dios. Como resultado, Dios retiró el Espíritu Santo de la iglesia.
La predicación de los apóstoles que recibieron el Espíritu Santo de la lluvia temprana en el Día de Pentecostés nos sirve de ejemplo que enseña la misión que se nos ha encomendado a los que hemos recibido el Espíritu Santo de la lluvia tardía hoy en día. Nuestro papel como los que han recibido el Espíritu Santo es ser testigos de Dios. La iglesia primitiva experimentó el poder explosivo del Espíritu Santo, porque los santos predicaron con valentía acerca de Cristo a pesar de los insultos y obstáculos de la gente.
“Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador […]. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, se enfurecían […] y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.” Hch 5:27-42
Nunca dejaron de enseñar y proclamar que Jesús era el Cristo. Hoy, debemos llevar a cabo la misión de predicar al mundo entero a Cristo Ahnsahnghong, que ha venido con el nombre nuevo de Jesús, y la Madre celestial Nueva Jerusalén, los Salvadores de la época del Espíritu Santo. Para que podamos cumplir esta gran misión, Dios ha prometido darnos el Espíritu Santo de la lluvia tardía, que es siete veces más poderoso que el Espíritu Santo de la lluvia temprana que se derramó en la primera venida de Jesús.
“Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” Os 6:3
“Y la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, el día que vendare Jehová la herida de su pueblo, y curare la llaga que él causó.” Is 30:26
Dios nos da los dones del Espíritu Santo según lo que cada uno necesite. Hay muchos dones del Espíritu Santo, pero todos los dones son dados para el mismo propósito: predicar el evangelio y salvar almas.
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. […]” 1 Co 12:4-13
Si no usamos el Espíritu Santo dado por Dios, no somos diferentes del siervo en la parábola de los talentos que escondió su talento en la tierra. Debemos usar plenamente el Espíritu Santo al predicar el evangelio. Solo entonces podremos experimentar los dones de Dios. En la historia de la iglesia primitiva, los apóstoles comenzaron a predicar inmediatamente después de recibir el Espíritu Santo. Día tras día, nunca dejaban de enseñar y proclamar las buenas nuevas de que Jesús era el Cristo. Como predicaron, recibieron aún más poder del Espíritu Santo.
Prediquemos diligentemente el evangelio a todas las personas del mundo, sin dudarlo. El poder del Espíritu Santo obra cuando predicamos. Estando llenos de los dones del Espíritu Santo, debemos predicar acerca de Dios Elohim con fe firme. Guiemos a los miembros de nuestra familia celestial que están dispersados en todas las naciones a los brazos de la Madre celestial Nueva Jerusalén lo antes posible.
Cuando llevamos frutos, nuestro Padre es glorificado (Jn 15:5-8). ¿Hay algo más gratificante que glorificar a nuestro Padre y nuestra Madre celestiales llevando muchos frutos? La predicación es evidencia de que hemos recibido el Espíritu Santo. Pido encarecidamente a todos los miembros de la familia celestial de Sion que prediquen el evangelio usando el Espíritu Santo que han recibido, para que todas las personas del mundo entero puedan escuchar las buenas nuevas de salvación.