Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego
Hechos 1-2
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
Después de que Jesús expresara su última petición y ascendiera, sus discípulos se fueron del monte de los Olivos y regresaron a Jerusalén.
Subieron al aposento donde moraban, y todos perseveraban unánimes en oración y ruego.
Diez días después, llegó el Día de Pentecostés. Y de repente, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa, y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Ocurrió justo como Jesús dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre vosotros”.
Después de orar fervientemente unánimes y con un solo sentir, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés y predicaron valientemente el evangelio, dando testimonio de Jesucristo. Como resultado, hubo una obra asombrosa en la que tres mil personas se arrepintieron en un día y recibieron al Salvador.
Para aquellos que oraron unánimes y recibieron el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, la historia de la época apostólica ya no es un simple sueño. La profecía: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones”, se está cumpliendo evidentemente en esta época, así como el evangelio del nuevo pacto se predicó en Jerusalén y otros países extranjeros más allá de Israel en los días de la iglesia primitiva. Demos testimonio valientemente del Salvador de esta época como aquellos que han recibido el Espíritu Santo, con una sola mente y voluntad.