El poder de un espíritu inquebrantable

7,935 visualizaciones

Henri Matisse, maestro del color y una de las figuras más influyentes del arte gráfico del siglo xx, no tuvo previsto desde el comienzo convertirse en pintor. En sus inicios, estudió el derecho y trabajó como auxiliar en un juzgado, llevando una vida ordinaria con solo un interés pasajero por el arte. Sin embargo, su destino dio un giro inesperado cuando sufrió una apendicitis, una enfermedad grave en aquella época. Durante su prolongada recuperación, su madre le regaló unas pinturas, sin imaginar que ese simple gesto transformaría su vida para siempre.

Cautivado por el mundo artístico, Matisse desafió la voluntad de su padre y emprendió su camino como pintor. Con el tiempo, revolucionó el arte moderno al fundar el fauvismo, un movimiento caracterizado por colores vibrantes y libres y pinceladas llenas de expresión. Con pocos tonos y líneas sencillas, logró transmitir movimiento y emoción en sus obras, sentando así las bases del expresionismo y el arte abstracto.

En sus últimos años, tras someterse a una cirugía mayor, le resultaba difícil sostener un pincel. Postrado en una silla de ruedas o en la cama, se adaptó utilizando recortes de papel de color en lugar de óleos. Como él mismo afirmó: “Las tijeras son más sensuales que los lápices”, aquellas obras de recortes, que en su momento parecían una limitación, hoy son consideradas verdaderas obras maestras.

“Como sabes, paso gran parte del tiempo en la cama debido a mi salud. Así que creé un pequeño jardín a mi alrededor, dentro del espacio que podía alcanzar. Hay hojas, frutas y pájaros… hechos de papel”.

Incluso ante la adversidad, Matisse jamás abandonó su pasión por el arte. Por el contrario, descubrió nuevas formas de crear. Las pruebas que enfrentó expandieron su horizonte artístico, y sus obras innovadoras trajeron alegría a muchos. Su capacidad para transformar obstáculos en oportunidades fue posible porque amaba sinceramente el arte.

Las crisis de la vida —ya sean enfermedades, dificultades económicas o pérdidas personales— tocan a todos. Algunos se dejan vencer por ellas; otros, en cambio, las convierten en nuevos comienzos. La diferencia está en si hay algo a lo que uno se aferra sin importar las circunstancias.

En la fe, lo que nos sostiene en medio de las pruebas es nuestra pasión por el evangelio. Como hijos de Dios, no abandonamos la misión de compartir las buenas nuevas. Agradecidos por la salvación, nos esforzamos por acumular recompensas eternas que brillarán para siempre. Las dificultades no alteran ese llamado. Por muy arduo que sea el camino, hagamos de nuestras circunstancias una oportunidad para extender el evangelio, en lugar de desanimarnos. En la medida de lo posible, compartamos con quienes nos rodean la alegría y la esperanza de la salvación. Volvamos a comenzar, porque nada puede quebrantar el amor que nos impulsa a compartir el gozo de la salvación.