Pastel de cumpleaños
Suzana Machado Botton, desde Porto Alegre, Brasil
Cuando era niña, mi familia tenía una situación financiera muy difícil. Para ganarse la vida con siete hijos, mi madre solía hacer trabajos duros como reparar paredes, pisos e inodoros. Como no podía darse el lujo de contratar a un empleado, tenía que hacerlo ella misma. Yo era la hija menor, y me avergonzaba de mi madre, que hacía manualmente el trabajo duro.
Mi madre también solía enmendar carteras para una pequeña fábrica, cosiendo toda la noche, a fin de comprar comida. Recuerdo que me quedaba dormida escuchando el ruido de una vieja máquina de coser. Aunque estábamos en una situación difícil en la que teníamos que preocuparnos por la comida, yo era inmadura. “Nunca he recibido un pastel de cumpleaños”, me quejaba con un rostro malhumorado en mis cumpleaños. No sabía en absoluto lo mucho que mi madre se sacrificaba por nosotros.
El tiempo pasó, me casé y tuve un hijo. Hice una pequeña fiesta en el cumpleaños de mi hijo e invité a mi madre. Ella estaba muy contenta y complacida con el pastel que había hecho. Yo era mayor y tenía un hijo, pero todavía era inmadura. Yo presumía ante sus halagos y dije palabras de las cuales me arrepentiría por el resto de mi vida.
“Mamá, aprendí a hornear un pastel para que mi hijo no esté triste como yo. Usted nunca me dio un pastel en mi cumpleaños.”
Mi madre se veía muy triste, pero no dijo nada, como un pecador.
Después de ese día, mi madre, que continuó con sus labores duras, finalmente se puso mal de salud y perdió la vista. Afortunadamente, podía arreglárselas para vivir con una pensión del gobierno.
Un día, escuché un ruido desde la puerta de mi casa, entonces salí a ver qué era. Mi madre estaba allí, sosteniendo un pastel grande y hermoso. Me sorprendió porque vino inesperadamente. Y también me preocupé, pensando: “¿Cómo pudo llegar aquí si no podía ver?”. Pero ella entró y me dijo:
“Hoy recibí mi primera pensión. Hija, hasta hoy no pude darte un pastel en tu cumpleaños porque no tenía dinero. Eso siempre me rompía el corazón. Recibí una pensión hoy y pude comprar un pastel para ti. ¡Feliz cumpleaños, mi querida hija!”
Los pies de mi madre estaban sangrando. Le pregunté cómo pudo venir y respondió que caminó, tratando de recordar cómo había llegado antes de perder la vista. Pero la pastelería donde mi madre compró el pastel estaba aproximadamente a 1,5 kilómetros de distancia de mi casa. Incluso para las personas con buena vista, no es una distancia fácil de caminar. Entonces comprendí que era una mala hija; en vez de estar agradecida por darme la vida y criarme, solo me quejé de mi madre y herí sus sentimientos.
Mi madre no podía ver, pero caminó hasta que le salieron ampollas en los pies solo para darle un pastel a su hija. Sus brazos estaban hinchados por cargar el pesado pastel. No comprendí los sentimientos de mi madre. Haciendo trabajos pesados, ella había dado todo a sus hijos, y aun así yo solo me quejaba de ella como una niña. Aunque fui inmadura, ella nunca me dijo que no le gustaba, sino que dijo que lamentaba no haber hecho más por mí. Ver a mi madre sonreír alegremente con el pastel en sus brazos me rompió el corazón.
Mi madre falleció y ahora ya no está conmigo, pero permanecen en todo mi corazón su gran amor y sacrificio. Cada vez que veo un pastel, se aviva el recuerdo de ese día. Entonces, extraño a mi madre y derramo muchas lágrimas.
Recordar el amor de mi madre me ayuda a entender el amor de la Madre celestial, aunque sea un poco. La Madre celestial ha sufrido sola un dolor extremo para salvar a sus hijos. Aunque sus hijos siempre se quejan y piden más, los mira con amor, los consuela y les da ánimo para entrar juntos en el reino de los cielos sin falta. Como mi madre que recorrió un largo camino para encontrar a su hija, aunque no podía ver nada, la Madre celestial ha cruzado la línea de la muerte para encontrar a sus hijos. Ella ha venido a esta tierra, vistiéndose de la carne, y está orando sin cesar por sus hijos inmaduros a fin de darles la vida eterna y la felicidad.
Desde el fondo de mi corazón, pido perdón a la Madre celestial. Y le doy toda mi gratitud y amor. Madre, muchas gracias. Recordaré su gran sacrificio en todo momento y me esforzaré mucho por encontrar a mis hermanos y hermanas perdidos.