Reteniendo mi corona de la vida

Shange Valombweleni Nawa, desde Windhoek, Namibia

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Fue un día muy especial para mí, aunque debe de haber sido un día habitual para los demás. Algunos miembros de la Iglesia de Dios, con una sonrisa radiante, me anunciaron la existencia de Dios Madre y el evangelio sobre la promesa de la salvación. Estaba muy sorprendida y quería aprender más sobre la Biblia, pero mi madre me había enseñado que debía ser prudente con otras personas; así que decidí posponer el estudio de la Biblia hasta el día siguiente para tomar una decisión cuidadosa.

Esa misma tarde, fui a casa y resalté los mismos versículos que me habían enseñado, deseando no olvidar ni un solo punto. Por otro lado, pensé: “Ya asisto a una iglesia. ¿Realmente es necesario que me vuelva a reunir con ellos?”. Sin embargo, la palabra de Dios que aprendí ese día estaba profundamente grabada en mi corazón. Al día siguiente, corrí hacia mi universidad para la cita. Estudiamos nuevamente las palabras de Dios durante horas porque tenía algunas preguntas. Pronto recibí la bendición de nacer a una nueva vida.

Luego comencé a estudiar la Biblia con miembros en el campus y en Sion. Las palabras que aprendía en la iglesia eran impresionantes. Las profecías de la Biblia y su cumplimiento me hicieron sentir como si nunca antes hubiera estudiado la Biblia y me emocionaron; estaba llena de testimonios que no podía negar, y Dios realmente existía.

Después de comprender al Padre y a la Madre celestiales, llegué a tener un deseo. Quería retribuir la gracia de Dios compartiendo la bendición de la salvación con otras personas que aún no han llegado a la verdad.

Un día informé a mi familia que había empezado a asistir a la Iglesia de Dios que cree en Dios Padre y Dios Madre. Pero mi tío malinterpretó la Iglesia de Dios y se opuso firmemente, preocupándose de que yo fuera a Sion. Lo único que podía hacer era orar fervientemente a Dios para que recorriera el camino correcto y estudiara la verdad de la Biblia constantemente. Entonces me topé con un versículo de la Biblia.

“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” Ap. 3:11

Dios contestaba mi oración y me animaba cada vez que tenía dificultades.

Rindiendo culto sola, comprendí recién el valor de las sonrisas brillantes de los hermanos de Sion, asimismo entendí al menos un poco el ferviente corazón del Padre y la Madre celestiales, que antes no percibía. El amor y sacrificio del Padre y la Madre despertaron mi alma y me dieron una gran fuerza para predicar el evangelio cada día. También en estos días, cuando leo este versículo, se me llenan los ojos de lágrimas.

Mientras cumplía fielmente los mandamientos de Dios, llegué a tener una meta en el evangelio. Es ir a un lugar donde no se haya predicado el evangelio y entregar las nuevas de salvación allí. Para asegurarme de no ser privada de esta gran bendición, predicaba el evangelio a quienquiera que conocía en el campus.

Un día, cuando abría mi casillero en la universidad para sacar mi bata de laboratorio, vi a una estudiante sentada sola. Aunque quería preguntarle si alguna vez había escuchado sobre la Madre celestial, comencé a caminar rápidamente hacia el laboratorio, pensando: “Es demasiado tarde y probablemente no entienda”. Camino al laboratorio, me pareció escuchar la voz del Padre y la Madre que me hicieron reflexionar: “¿Y si ella es una miembro de la familia celestial?”. Me di la vuelta de inmediato, me acerqué a ella y le prediqué sobre Dios Madre y el Día de Reposo. Aunque el tiempo se acababa y tenía que irme, ella continuó pidiéndome que le mostrara solo un versículo más, fascinada por las palabras de la verdad. Pronto entendió la verdad y comenzó una nueva vida como hija de Dios con alegría.

Mientras predicaba el evangelio, comprendí profundamente que Dios Elohim es el omnipotente Creador y que siempre ha estado conmigo. Tras discernir cuánta compasión tenía Dios hacia mí, una pecadora, y cuánto me amaban, comencé a cambiar poco a poco. Como me arrepentí de mi pecado a través de las palabras del Padre y puse en práctica la Lección de la Madre una a una, logré dejar mis malos hábitos.

Y Dios me dio sabiduría, abundantes bendiciones y fe para guardar con gracia las siete fiestas solemnes de tres tiempos, incluyendo el Día de Reposo en Sion. Es difícil para un estudiante de primer año vivir en la residencia y encima es imposible ingresar en ella a mitad del semestre, pero el Padre y la Madre me permitieron vivir allí. Sinceramente doy toda gratitud y alabanza al Padre y a la Madre por responder mis oraciones y permitirme soportar diversas dificultades.

Estoy realmente agradecida con Dios por hacerme comprender el evangelio que incluso los ángeles del cielo quieren conocer y por confiarme la misión de predicarlo a la gente. Seguiré a Dios con fe inquebrantable y me dedicaré a mi santa misión sin importar las pruebas que vengan en el futuro. Creo que esta es la forma de aferrarse firmemente a la corona de la vida.