Hace algún tiempo, leí un artículo acerca de una madre que cuidaba de su hijo enfermo. Él sufría de una enfermedad que le causaba problemas respiratorios, seguidos de contracciones musculares. Los médicos que le diagnosticaron la enfermedad le dijeron que solo le quedaban 18 meses de vida.
Ella volvió a casa con su hijo, y comenzó a masajear su pecho tan a menudo como fuera posible para relajar sus músculos. Aun cuando su hijo dormía, no dejaba de darle masajes.
El problema era cuando quería dormir. Ella cabeceaba, pero incluso mientras lo hacía, no podía dormir profundamente preocupándose de que su hijo pudiera morir por la dificultad para respirar. Por eso, el tiempo máximo que podía dormir en un día era un poco más de tres horas.
La madre dejaba la luz encendida toda la noche para no quedarse profundamente dormida; ella cubría la luz con una pantalla para no interrumpir el sueño de su hijo, y hacía que solo la alumbrara a ella. Cuando la luz ya no la ayudaba más debido a su cansancio extremo, mordía sus brazos para permanecer despierta todo el tiempo posible. Conforme pasó el tiempo, sus brazos se llenaron de cicatrices y mordeduras.
Afortunadamente, un benefactor oyó su caso y les dio un respirador. Gracias al respirador, la vida de la madre se volvió mucho más tranquila, pero no pudo quitarse las preocupaciones de su mente. Mientras hacía los quehaceres, con frecuencia revisaba el respirador para asegurarse de que estuviera funcionando normalmente, y tampoco podía dormir profundamente porque le preocupaba que dejara de funcionar debido a un corte eléctrico en la noche.
A pesar del diagnóstico pesimista de los médicos, su hijo había vivido por más de tres años gracias a su dedicado cuidado.
El reportero preguntó a la madre que se había vuelto extremadamente débil mientras cuidaba de su hijo: “¿No ha sido muy difícil cuidar usted misma a su hijo durante tanto tiempo?”
“¡No, en absoluto! Él es mi hijo. Haré lo que sea necesario mientras pueda mantenerlo con vida”, respondió.
Conmovido por el sacrificio y el amor de la madre, el reportero concluyó su artículo con la siguiente declaración: “La gracia de los padres pesa tanto como una montaña”. Yo también me conmoví leyendo que la madre haría lo que sea por su hijo. Esto sucedió porque recordé a la Madre celestial que cuida día y noche de sus hijos espirituales. La Madre celestial siempre se preocupa por nosotros y no descansa aun cuando estamos durmiendo. Sin importar lo cansada que esté, nunca deja de orar por nosotros. Ella sufre en vez de nosotros, pero nunca frunce el ceño; Ella se siente feliz solo por el hecho de que sus hijos puedan recibir la vida eterna e ir al reino de los cielos.
Mi alma todavía está viva gracias al sacrificio infinito de la Madre celestial. Nunca olvidaré la gracia de la Madre. Grabaré su sacrificio en lo profundo de mi corazón y retribuiré su infinito amor.