Cuánto he deseado

Kim Jong-su, desde Seongnam, Corea

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Hace dos años, fui al hospital porque me dolía el tobillo. El médico me dijo que las articulaciones de mis huesos estaban muy gastadas, entonces me programaron una cirugía.

Yo quería recuperarme rápidamente a través de la cirugía, pero al acercarse el día, sentí miedo. No dejaba de imaginar la escena de la cirugía e incluso pensé en cancelarla.

En el día de la cirugía, me dirigí a la sala de operaciones, acostado en la cama como si estuviera esperando la muerte. Probablemente porque me sentía muy asustado, la sala de operaciones se sentía fría e incluso las batas blancas de los médicos se veían frías. Oré seriamente.

Tan pronto me aplicaron la anestesia entre las vértebras lumbares, caí en un profundo sueño. Cuando desperté, mi tobillo ya estaba vendado. Di gracias a Dios cuando el médico me dijo que la operación había salido bien.

Por la noche, cuando desapareció la anestesia, sentí un gran dolor. Habían insertado tres clavos de hierro donde removieron la articulación del tobillo, y esa parte me dolía mucho; era un dolor indescriptible que nunca antes había sentido. La enfermera me dio un analgésico, pero no hizo mucho efecto. Sentía que una lanza se clavaba una y otra vez en mi tobillo.

Mientras lloraba por el insoportable dolor, recordé cómo Dios fue crucificado por nosotros hace dos mil años. Sus pies y manos fueron perforados con clavos, y estuvo colgado en la cruz durante horas. No podía soportar pensar en lo doloroso que debe de haber sido para Él. Y de repente, la palabra de Dios que me resulta demasiado difícil aceptar con el corazón, pasó por mi mente.

“¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” Lc. 22:15

Para el perdón de los pecados de la humanidad, Dios estableció la Pascua del nuevo pacto derramando su preciosa sangre en la cruz, y puso la promesa de la vida eterna en la Pascua. Aunque el Padre ya sabía del dolor que sufriría, ansiosamente quiso comer la Pascua con sus discípulos.

Con tan solo imaginar la escena de la cirugía, sentí miedo y pensé en cancelarla. Sin embargo, el Padre pensó en sus hijos, que recibiríamos el perdón de los pecados y entraríamos en la vida eterna a través de la Pascua, más que en su propio dolor y sufrimiento. Ya que Él es verdaderamente nuestro Padre, quiso recorrer voluntariamente el camino del sufrimiento lleno de dificultades con el gozo de dar vida a sus hijos.

Al comprender que el infinito amor del Padre para salvar a sus hijos está contenido en sus palabras: “Cuánto he deseado…”, me sentí muy agradecido y lágrimas cayeron por mi rostro. ¡Qué valioso y grandioso es el regalo de la salvación, que nos es dado a través de la Pascua!

Dios deseó ansiosamente que recibiéramos la vida eterna a pesar del extremo dolor que le esperaba. No dudaré en predicar el mensaje de vida, sin importar las dificultades que sobrevengan; porque es la manera de cumplir con la palabra que el Padre dejó como testamento a través de la Pascua del nuevo pacto: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

Deseo ansiosamente seguir a Dios por dondequiera que vaya.