
Había una regla de quince centímetros de longitud.
A cualquiera que encontrara, la regla primero medía su longitud.
—6 centímetros, 10 centímetros, 9 centímetros… —¡Vaya, mides solo 2 centímetros!
Un día, la regla se encontró con una balanza.
De repente, la balanza se acercó a ella y la pesó.
—¿17 gramos? ¿Eso es todo? ¡Qué ridículo! Ja, ja, ja.
La regla estaba tan dolida que casi rompe en llanto.
Solo entonces comprendió que era culpa suya juzgarlo todo solo por su longitud. Desde entonces, la regla consideró hermosas las cosas, respetándolas tal como eran.