
Los niños generalmente hacen rabietas si no pueden obtener lo que quieren. Son egoístas, así que no les importa que sus padres pasen un mal rato o las personas que los miran con el ceño fruncido.
Pero los adultos, que son maduros, son diferentes. Aunque estén incómodos, soportan la situación y entienden a los demás y los consideran.
La palabra madurez no significa simplemente hacerse cada vez más grande y viejo físicamente. Cuando la mente de uno madura tanto como su cuerpo, y cuando ve la razón con una personalidad madura, finalmente es un adulto. En resumen, nos convertimos en adultos solo cuando maduramos.
Los padres se alegran al ver que sus hijos indiscretos ya no hablan como les agrada, sino que actúan cuidadosamente y con consideración. ¡Cuánto más alegres estarán nuestro Padre y nuestra Madre celestiales al ver a los hijos infantiles comprender la providencia espiritual y madurar en la fe!
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” 1 Co. 13:11