Un día, tuve un repentino dolor muscular en la espalda; ni siquiera podía moverme ni hablar. Cuando llegó la noche, el dolor empeoró. Había un montón de platos por lavar y tareas domésticas que hacer, pero tenía que acostarme en mi cama en mi habitación. Aunque intentaba dormir, no podía. Era difícil acostarme bocarriba o de costado porque me dolía la espalda. Después, hasta empecé a toser y también tuve fiebre.
Gimiendo sola de dolor, echaba de menos a mi madre. Estaba a punto de dormir, pensando en mi madre, quien solía cuidarme estando a mi lado, poniendo una toalla húmeda en mi frente, cuando de pronto sentí una toalla fría húmeda cubriendo mi frente. Era mi hija mayor.
Ella me vio enferma, vino a mi lado, puso una toalla húmeda sobre mi frente y hasta masajeó mis piernas y las plantas de mis pies con sus pequeñas manos. Derramé lágrimas de gratitud. Ella apenas está en sexto grado de primaria, pero ha madurado lo suficiente como para cuidarme. Cuando mi hija menor la vio cuidándome, también vino a mi lado y me metió en la cama, dándome palmaditas.
Agradecí a Dios por darme estas preciosas hijas; sentí que la Madre celestial estaba cuidándome a través de ellas. También pensé cuánto debe dolerle a la Madre la espalda y los pies, trabajando por sus hijos espirituales. Al pensar en esto, cayeron lágrimas cuando me lamenté. Doy gracias infinitamente a la Madre por permitir un día cálido para poder sentir el amor familiar, pensando en su trabajo y su gran sacrificio. Madre, la amo.