Con amor en cada palabra

Gwon So-young, desde Suwon, Corea

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Para llegar a la cima debemos recorrer un largo camino. Aunque es difícil subir un camino empinado, si seguimos caminando, sentiremos el gozo de estar de pie en la cima de la montaña. Mi camino de la fe ha sido como escalar una montaña. A veces el camino era accidentado, pero estos caminos ásperos hicieron más saludable a mi alma, y me ayudaron a disfrutar de muchas bendiciones y alegría.

Mi mamá creía en el budismo, pero a mí siempre me gustó la palabra “Dios” desde que era niña. Creía que el cielo donde Dios moraba debía existir. Por eso, cada vez que comenzaba un nuevo año escolar, lo primero que hacía era buscar en la clase a una cristiana e ir a su iglesia cada domingo.

Mientras me concentraba en mi matrimonio y mis hijos, recibí la verdad mediante una vecina un mes después de mudarme a Suwon. Estaba muy agradecida porque Dios me encontró primero justo cuando había decidido buscarlo, después de renunciar a mi empleo para cuidar de mi segundo bebé.

Mi vida no podía ser mejor porque tenía un esposo confiable, hijos saludables e incluso a Dios que protegía a mi familia. Consideraba mi vida de la fe como la última pieza del rompecabezas para una vida feliz. Sin embargo, mi vida de la fe enfrentó una crisis poco después de recibir la verdad. Mi familia política se opuso rotundamente a que fuera a la iglesia. Mi esposo, que no opinaba mucho sobre mi fe, también comenzó a oponerse. Como me pidió que ni siquiera mencionara a la iglesia, fue difícil guardar el culto con tranquilidad.

Aunque la situación parecía difícil, no quería renunciar a la felicidad eterna. A fin de guiar a toda mi familia a la salvación, sabía que tenía que permanecer firme en Dios. Todos los malos entendidos se resolverán, y el corazón verdadero se transmitirá a los demás. Creyendo en esto, guardaba el culto, estudiaba las palabras y mantenía firme mi fe.

Lo que me consolaba durante los días que pasé llorando, fueron las palabras cálidas de los miembros de Sion. Ellos deben de haber tenido sus propias dificultades pequeñas o grandes, pero primero cuidaban de mí y me consolaban. Estaba agradecida y avergonzada a la vez.

Siguiendo el ejemplo de los miembros que estaban llevando a cabo la misión del evangelio silenciosamente y con gratitud por la gracia de la salvación, me unía a su predicación cada vez que tenía oportunidad. Creía que Dios cambiaría el corazón de los miembros de mi familia si me esforzaba mucho por complacerlo.

No obstante, sin importar cuánto predicara, nadie mostraba interés en las palabras. Un año pasó, y después pasaron casi dos años. Perdí toda la confianza.

—Creo que no podré hacerlo. ¿Qué me sucede? —pensé.

Sintiéndome desanimada, las palabras de consuelo y ánimo de los miembros levantaron mi espíritu. Estaba gimiendo sola por dentro, pero luego una hermana me contó su experiencia: ella había estado preocupada porque no había llevado ningún fruto por mucho más tiempo que yo, pero finalmente pudo encontrar un alma buena después de esperar mucho tiempo y su fe maduró mediante este proceso. Su historia me dio mucho ánimo. Pensando que cada momento era un proceso para que mi fe madurara, cobré ánimo.

Al poco tiempo, Dios guio a un alma preciosa hacia mí. Ella era mi vecina a quien había predicado algunas veces muchos meses atrás. Aunque escuchaba las palabras cuidadosamente, rechazaba las bendiciones de salvación, diciendo que no estaba interesada en la iglesia. Pero todavía la saludaba cada vez que nos encontrábamos. Entonces un día, ella me llamó por teléfono y me dijo que quería ir a la iglesia.

Llegó a Sion con una mente amplia, y guardaba su fe con tanta devoción que hasta me hacía sentir que por lo menos necesitábamos tener esa cantidad de amor y esfuerzo para servir a Dios. Fue increíble ver lo rápido que aceptó la verdad. La única manera de explicarlo era que se trataba de la ayuda de Dios.

Cuando sentí el gozo de llevar un fruto, me llené de más entusiasmo para compartir las bendiciones celestiales con mi familia. Le mostré a mi esposo los artículos sobre nuestra iglesia publicados en los diarios y revistas, e intenté predicar a mis padres y hermanos por teléfono o visitándolos cada vez que llegaba un feriado. Aunque nadie reconocía mi corazón sincero, no podía darme por vencida. No podía renunciar a ellos porque eran los que yo más amaba.

Después de años de predicar a mi familia, comenzaron a mostrar cambios. La primera en cambiar fue mi hermana menor que se había opuesto a mi fe con más fuerza que cualquier otra persona. Ella siempre decía: “Aunque todas las enseñanzas sean correctas, nunca podré aceptar a Jesús en su segunda venida”. Sin embargo, mientras nos visitaba durante sus vacaciones, escuchó las palabras de Dios y recibió la promesa de una nueva vida. Las bendiciones no terminaron allí. Después de regresar a casa, estudiaba las palabras con los miembros de la Sion cercana. Al principio, su esposo dormía o jugaba en la computadora durante su estudio. Pero después, en algún momento, comenzó a estudiar las palabras incluso con más fuerza que mi hermana. Él entendió las palabras con más facilidad que ella y recibió la verdad. Después de aceptar la verdad, ambos crecieron en la fe juntos.

fue bendecida con la misión de cuidar de algunos miembros. Con su carácter extravertido, era como una intermediaria de la fe entre mi madre y yo, y ayudaba a derribar las barreras que se habían levantado entre nosotras. Me decepcioné de mi madre porque no reconocía mi corazón sincero, y ella también estaba siempre decepcionada de mí porque no parecía importarme el hecho de que se preocupara por mí. Sin embargo, a través del esfuerzo de mi hermana, la barrera de nuestros corazones se derrumbó. Al ver que mi hermana y su esposo trataban de vivir correctamente en la fe, mi madre se deshizo de sus ideas fijas sobre nuestra iglesia. Ella finalmente recibió la verdad y también mi padre y mi hermano.

Verdaderamente fue también por la gracia de Dios que mi esposo, que ni siquiera me dejaba hablar de la iglesia, cambiara su corazón. Aunque parecía que odiaba a nuestra iglesia, su corazón se abrió poco a poco, viendo a nuestros hermanos y hermanas de Sion llenos de amor y nuestros hijos creciendo rectamente en Sion. Aún me preocupaba que él no pudiera recibir la verdad, pero recibió la verdad voluntariamente cuando le dije: “Vamos juntos a la iglesia”. Luego guardaba los cultos frecuentemente. Pude sentir que Dios cumple todo cuando llega el momento.

Ciertamente, las dificultades y los sufrimientos hicieron madurar nuestra fe. Si mi vida de la fe solo hubiera sido tranquila, no tendría un entendimiento pleno de lo preciosa que es nuestra verdad. Si hubiera llevado frutos fácilmente desde el comienzo, los habría menospreciado sin dar gracias. Como experimenté estas cosas, pude predicar el evangelio con más fuerza y mantener mi esperanza en mi familia.

Ya que las bendiciones que Dios ha preparado son tan grandiosas e inconmensurables, pude haber sembrado el amor en más personas y haberlas guiado a la salvación, pero fue mi culpa no poder hacerlo. Con frecuencia hería los sentimientos de los miembros y creaba malentendidos porque era directa y franca cuando hablaba. Al principio, pensaba que era culpa de ellos por malinterpretarme. Sin embargo, con el paso del tiempo, comprendí que era mi culpa por no haber sido lo suficientemente considerada con ellos.

Cuando tenía muchos problemas, lo que verdaderamente me consolaba eran las palabras apropiadas que me decían los miembros. Entender los corazones de los miembros era la manera de considerarlos, pero con frecuencia los miraba solo desde mi punto de vista. Muchos malentendidos ocurrieron debido a mi costumbre de ir directo al punto principal, pensando: “Ellos entenderán a qué me refiero. Deben de pensar como yo”. El ambiente en el que crecimos y la manera de pensar eran todos diferentes, pero pensé que todos teníamos el mismo pensamiento porque éramos hermanos y hermanas de Sion. Este fue un enorme malentendido.

Ahora intento comprender el punto de vista de los demás y hablar desde su punto de vista. Cuando hablo palabras desconsideradas, ya no pienso: “Está bien porque soy esta clase de persona”, sino que intento corregirme pensando: “Soy una hija de la Madre. Por eso debo humillarme”.

Dios me está dando más bendiciones que el esfuerzo que hago. Una madre joven que conocí hace unos meses no quería escuchar las palabras de Dios porque a su esposo no le gustaba la iglesia. Sin embargo, su corazón se abrió ampliamente gracias al amor y la amabilidad inmutables de los miembros, y recibió la verdad. Recientemente, muchas personas que solían malinterpretar a nuestra iglesia están viniendo a Sion, deshaciéndose de sus prejuicios.

Muchas personas dicen que les gusta el amor de Dios contenido en sus palabras, y el amor de la Madre que los miembros les transmiten. Así como las estrellas resplandecen más brillantemente cuando está más oscuro, creo que el amor de la Madre se les transmite con más profundidad ya que todos pasan dificultades para ganarse la vida en estos días. Este es el año del jubileo. Ya que todos estamos intentando con fuerza entregar el amor a las personas con un mismo corazón para agradar a la Madre y con el mismo Espíritu Santo, parece que el amor se está transmitiendo a muchas más personas.

Los que están sedientos del amor están corriendo a Sion, pero me preocupa poder fracasar al entregar completamente a las almas el amor de la Madre. Todos los miembros de Sion están renaciendo a través del amor, es por eso que no quiero permanecer de la misma manera, aferrándome a mi viejo hombre. Si sigo reflexionando en mi pasado, corrigiendo todas mis malas obras y renaciendo a través del amor perfecto, creo que mi familia política también encontrará el amor de Dios en mí y recibirá a Dios.

Necesito caminar más para llegar a la cima, el hogar celestial. Si todavía tengo un camino por recorrer, significa que aún tengo más bendiciones que recibir y tiempo para arrepentirme y cambiar. Quiero hacer mi mejor esfuerzo para cumplir mi misión, a fin de no tener nada de qué lamentarme cuando alcance la cima.

Cuando reflexiono en mi camino, me lleno de gratitud. Los sentimientos que tendré cuando alcance la cima, que es el reino de los cielos, son inimaginables. Aunque me enfrente con diferentes dificultades, nunca me rendiré porque sé que las bendiciones del reino de los cielos serán entregadas solo a los que terminen la carrera.

La única que me guiará con amor, tomando mi mano hasta terminar la carrera, es la Madre. Sé que la Madre ha estado soportando cada día la vida de sacrificio con oraciones y lágrimas por mí. Mirando a nuestra Madre celestial, que está deteniendo tormentas severas y guiándome al camino de bendición, terminaré esta carrera del evangelio.