La misión en el extranjero siempre fue mi sueño. Cada vez que escuchaba la fragancia de Sion de jóvenes de mi edad que iban al extranjero, predicaban el evangelio en el calor abrasador o el frío penetrante, y llevaban buenos frutos, mi sueño se hacía cada vez más grande. Sin embargo, mi situación no me permitió ir. Aunque no lo expresé, estaba muy ansiosa.
Siempre me consolaba sola, pero Dios me confortó con un sermón durante el culto. Después de escuchar el sermón, comprendí que Dios, que me ama, desea ansiosamente que yo sea salva y bendecida más que yo misma. Cuando pensé que el camino presente que me dieron era el camino más bendecido dirigido por Dios que me ama más que nadie, mi corazón se llenó de gratitud. Luego, la bendición me fue dada de inmediato.
Hace tres años, me encontré con una joven de Taiwán. Estaba segura de que ella era miembro de la familia celestial, pero regresó a Taiwán poco después de conocernos, por lo que no pudimos mantenernos en contacto. Hace varios meses, llegué a saber el número de contacto de la joven de quien tenía un recuerdo desvanecido. No estaba segura de que estuviera en Corea ni de que me recordara. Al principio dudé, pero decidí contactarla. Cuando recibió mi mensaje, me respondió de inmediato: “Ahora estoy en Corea”. Me sentí avergonzada de haber dudado. Varios días después, visitó Sion. Después de estudiar las palabras de la verdad, recibió una nueva vida y guardó los cultos cuando le fue posible. Debe de haber sido difícil para ella entender el sermón en coreano durante el culto, pero se concentró con ojos brillantes. Me hizo pensar: “¡Es realmente nuestra hermana celestial!”.
Dios preparó cada camino para la hermana que tuvo que regresar a Taiwán porque se graduó de una escuela de idioma coreano. Había una Sion cerca de su casa. Además, me encontré con un miembro de Sion que vino de Taiwán para asistir a un evento de la iglesia organizado en Corea, y le presenté a la hermana. La hermana regresó a Taiwán con la promesa de que continuaría yendo a la iglesia, y su fe creció en la Sion de Taipéi como me decía y celebró la Pascua con gracia por primera vez.
“Usted llevó a cabo la misión en el extranjero en Corea”, me dijo un miembro de Sion.
En ese momento, me di cuenta de que la Madre había concedido mi deseo. Mi oración, que pensé que no había sido respondida, fue concedida según la manera de Dios cuando llegó el momento. Dios me permitió obedecer las palabras de la profecía: “Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28:19), dondequiera que estuviera.
Oro para que la hermana se convierta en una gran obrera del evangelio que muestre la gloria de Dios Elohim en Taiwán. Yo también me esforzaré por completar la misión mundial en donde me pongan.