El desierto y el camino del desierto de la fe

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La Biblia escribe detalladamente acerca de la historia del pasado, de la cual los hijos de Dios que viven en esta época, pueden aprender una lección de fe y una advertencia. El camino del desierto de los israelitas no es tan solo una historia del pasado, sino una copia y una sombra de las cosas venideras, y también un ejemplo y una advertencia para los israelitas espirituales que recorren el camino de la fe, anhelando la Canaán celestial. Mirando atrás en la historia de los israelitas que cayeron en diversas tentaciones mientras caminaban en el desierto por cuarenta años, examinémonos y veamos si estamos recorriendo el camino de la fe según la voluntad de Dios.

La historia del desierto escrita como ejemplo y advertencia

Hace tres mil quinientos años, cuando los israelitas salieron de Egipto para entrar en la tierra de Canaán que fluía leche y miel, pensaron que un mes sería suficiente para llegar allí. Dado que Canaán no estaba muy lejos de Egipto, ni siquiera imaginaron que caminarían por el árido desierto durante cuarenta años.

Como el camino del desierto duraba más de lo que habían esperado, y en un mes se quedaron sin comida, comenzaron a quejarse de hambre y sed. Finalmente, murmuraron y se rebelaron contra Dios, olvidando el propósito de la fe que tenían al principio, y la mayoría de ellos cayeron en el desierto.

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos […]. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” 1 Co. 10:1-12

La Biblia advierte que si alguno piensa: “Soy lo suficientemente fuerte en mi fe para permanecer firme” en el camino del desierto de la fe, debe tener cuidado de no caer. Al principio, los israelitas estaban llenos de fe en que entrarían en la Canaán que Dios había preparado para ellos, y en que vivirían allí con gozo y felicidad. Sin embargo, como el camino del desierto se hacía largo y aburrido, se fueron desviando gradualmente de su fe; incluso cuando se enfrentaban a una pequeña aflicción, murmuraban contra Dios en lugar de confiar en Él. Como resultado, entre los seiscientos mil varones israelitas de veinte años a más, que fueron contados en el tiempo del Éxodo, solo a dos, Josué y Caleb, se les permitió entrar en la tierra prometida de Canaán.

Murmuración por falta de comida

La Biblia dice que estas cosas les sucedieron como ejemplos, y que están escritas para amonestarnos. Ahora, dediquemos un tiempo para analizar cuidadosamente la historia de los israelitas en el desierto, y verificar los factores que podrían hacernos caer en el desierto de la fe, a fin de que podamos eliminarlos todos.

“Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto. Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Mas en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día. Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: […] Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová. […]” Éx. 16:1-16

Un mes después de que los israelitas comenzaran el camino del desierto, se quedaron sin comida y comenzaron a murmurar contra sus líderes. Su murmuración fue finalmente contra Dios.

Desde luego, no se encontraban en una situación favorable ni cómoda cuando murmuraron contra Dios. Estaban en condiciones adversas, por lo que probablemente fue natural que se quejaran. Desde el punto de vista humano, ¿hay alguien que no murmuraría ni se quejaría en una situación en la cual no hay nada que comer ni beber? Los sofocantes rayos del sol los golpeaban desde el cielo, y no había ni una sola planta en la tierra. Mientras caminaban en el árido desierto, no pudieron hallar esperanzas, y viendo la desesperante situación, solo siguieron murmurando. Desde ese momento, dejaron de ser conscientes de la palabra de la promesa de Dios de que Él estaría con ellos.

Cuando Dios escuchó sus quejas, les dio el alimento diario. Haciendo llover maná del cielo, Dios les mostró que estaba vivo y trabajando, y que nada era imposible con Él. Fue de esta manera que Dios despertó a los israelitas.

Murmuración por falta de agua

Los que creyeron firmemente en la promesa de Dios, no vacilaron en ninguna circunstancia, sino que guardaron su fe hasta el final; pero los que olvidaron su promesa y solo miraron la difícil situación delante de ellos, no lograron soportar los inconvenientes temporales y continuaron alzando sus voces de queja. Olvidaron la gracia de Dios, quien los había redimido; cuando se quedaron sin comida, murmuraron por falta de comida, y cuando no había agua, se quejaron por la falta de agua, diciendo que habría sido mejor quedarse en Egipto.

“Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán. Y Jehová dijo a Moisés: […] golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel. […]” Éx. 17:1-7

Incluso en esta época, cada uno de nosotros podría encontrar una situación que nos hiciera murmurar, aunque es una situación distinta a la del desierto. Si algo se refleja en un espejo, entonces existe su realidad.

Los que se quejan no son dignos de entrar en el reino de Dios. Siempre debemos pensar en nuestro Dios y estar agradecidos por haber conocido a Dios en el camino de la fe, y por haber recibido la promesa de entrar en el reino de los cielos. Si solo miramos las circunstancias físicas, caeremos fácilmente delante de las dificultades o aflicciones.

Los que se olvidan de Dios

Los israelitas, que murmuraban y se quejaban constantemente, se olvidaron de la existencia de Dios, y cayeron en la idolatría finalmente.

“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse. […]” Éx. 32:1-12

Como Moisés no descendía del monte Sinaí, aun después de haber pasado cuarenta días desde que hubo subido para recibir los diez mandamientos de parte de Dios, los israelitas se cansaron de esperarlo, y se hicieron un becerro de oro y lo adoraron. Cuando la plaga de la muerte de los primogénitos cayó sobre Egipto, Dios redimió a los israelitas a través de la Pascua, y el pueblo de Israel quedó sorprendido por el poder de Dios, y le dio gracias. Poco tiempo después, presenciaron el milagro del Mar Rojo y temieron a Dios, quien había vencido a Faraón y a su ejército que los perseguían. A pesar de todo esto, solo unos meses después, abandonaron a Dios al verse en una difícil situación.

En el tiempo del Éxodo, ellos creían que Dios estaba con ellos, pero su fe desapareció en un instante. Olvidaron la gratitud que al principio tenían hacia Dios, quien los había redimido de Egipto, donde habían sido esclavos por cuatrocientos años, y trataron de juzgar las cosas de un mundo de fe mirando solo las visibles circunstancias físicas. Como resultado, murmuraron, dudaron y probaron a Dios en muchas situaciones, tales como la falta de comida, de agua y de líder.

“Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos. Y Moisés los envió desde el desierto de Parán, conforme a la palabra de Jehová; y todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel. […] Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, […]” Nm. 13:1-33

En ese momento, entre los doce espías que fueron a explorar Canaán, diez de ellos dieron un reporte malo y negativo acerca de la tierra. Solo Josué y Caleb, que guardaron la fe en que Dios estaba con ellos desde que salieron de Egipto hasta que entraron en Canaán, animaron al pueblo diciendo que sí podrían entrar en la tierra de Canaán si confiaban en Dios (ref. Nm. 14:1-10).

Ahora, el pueblo de Sion está cumpliendo la evangelización mundial en obediencia al mandamiento de Dios de predicar el evangelio hasta lo último de la tierra, de acuerdo con las profecías de la Biblia. En este proceso, hay también dos clases de personas: los que recorren el camino del evangelio creyendo firmemente en la promesa de Dios de que este evangelio será predicado al mundo entero, incluso en circunstancias difíciles; y los que culpan a las circunstancias y siempre se rinden ante la aflicción.

Dios preparó agua donde no había agua, y también preparó comida en el desierto baldío. A través de la historia del Éxodo y del camino del desierto de cuarenta años, podemos ver que Dios mostró a su pueblo obras aún más sorprendentes cuando había dificultades y obstáculos, que cuando estaban en una situación buena, segura y cómoda. Aprendiendo una lección de esta historia, nosotros, el pueblo de Sion, debemos mirar solo a Dios, quien siempre está con nosotros en cualquier situación.

Recordemos la promesa de Dios

Si continuamos estudiando la historia de los israelitas en el desierto, podremos comprender que había algunos inicuos que agitaban al pueblo, creaban conspiraciones y confabulaban rebeliones contra Dios.

“Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová? […] Ya Coré había hecho juntar contra ellos toda la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión; entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación. […] Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación. […]” Nm. 16:1-35

Coré y los que con él estaban, reunieron a todos sus seguidores que tenían quejas contra Moisés, su líder, e incitaron a rebelión contra su líder, en lugar de ayudar a Moisés, que estaba trabajando duro de día y de noche para guiar al pueblo. Por eso Dios hizo que la tierra abriera su boca y tragara a Coré y a todos sus hombres, y a sus casas. Haciendo esto, Dios castigó a los inicuos, y dio la victoria a Moisés, que hacía todas las cosas según la voluntad de Dios.

Además, hubo muchos acontecimientos, incluyendo la adoración de la serpiente de bronce, que ocasionaron el pecado del pueblo y su muerte en el desierto. Como los israelitas se habían emancipado de las cadenas de Egipto por el poder de Dios, y todo el ejército de Faraón que los perseguía fue destruido, no necesitaban temer a ningún enemigo más, pero sí tenían que luchar contra un nuevo enemigo que estaba dentro de ellos, y que constantemente los desafiaba.

En estas situaciones espiritualmente desafiantes, ahora nosotros estamos dirigiéndonos a la Canaán celestial. Murmuraciones, quejas y todo tipo de pruebas o tentaciones se levantan cuando nuestra fe crece débil u ociosa, o cuando no tenemos a Dios en nuestro corazón. Ahora, cada uno de nosotros reflexione en su fe, y examínese si está llevando una vida de fe digna del Padre y la Madre celestiales. Si hay algo que le falta a nuestra fe, debemos tener a Dios Elohim en lo profundo de nuestro corazón, y caminar en el desierto de la fe con gratitud, como hijos del cielo.

El camino del desierto de cuarenta años era simplemente un proceso para entrar en Canaán. Aunque fue un camino muy duro, Dios dio a su pueblo la tierra de Canaán al final, ¿no es así? Dios no cambia en sus promesas. Sin embargo, hasta que la promesa de Dios se cumpliera, muchos de los israelitas se retrasaron en medio del camino y lo abandonaron. Nosotros no debemos seguir su necio ejemplo.

Aprendiendo una lección de la historia del desierto, que Dios nos mostró para ayudarnos a ser salvos, caminemos en el desierto de la fe con gracia, hasta entrar en la Canaán espiritual. Dios Elohim nos guía personalmente al eterno reino de los cielos. Por eso, como pueblo de Sion, corramos esta carrera de fe hasta el final, creyendo en la promesa de Dios, para que todos obtengamos la salvación.