La Pascua y la sangre de Cristo

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La Pascua es una fiesta alegre en la que recibimos el perdón de pecados y la vida eterna, así como la promesa de ser hijos de Dios. Por otro lado, sin embargo, es un día para conmemorar la muerte de Cristo. Ya que Cristo murió por nosotros, los pecadores, hemos sido liberados de la agonía de la muerte y hemos recibido vida. Por lo tanto, la Pascua es una fiesta de gozo y tristeza.

Hemos sido salvos gracias al sacrificio de Dios que derramó su sangre, llevando nuestros pecados en lugar de nosotros. Como hijos de Dios, no debemos pensar a la ligera en la gracia salvadora de Dios que hemos recibido gratuitamente, sino recordar una vez más el significado del santo sacrificio de Dios contenido en la Pascua del nuevo pacto.

La redención mediante la sangre de Cristo

Todos los cristianos quieren ir al cielo, ser perdonados de sus pecados y recibir la vida eterna. Pero pocos saben cómo recibir la gracia de Cristo e ir al cielo.

Muchos cristianos aseguran que pueden ir al cielo mediante la santa y preciosa sangre de Cristo. Definitivamente es cierto que podemos ir al cielo a través de la sangre de Cristo. En primer lugar, veamos qué significa para nosotros la sangre preciosa de Cristo y lo importante que es su sangre.

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” Ef. 1:7

El apóstol Pablo, autor del libro de Efesios, transmite la voluntad de Dios de la siguiente manera: la sangre preciosa de Cristo da la redención a la humanidad. Puesto que la Biblia menciona que tenemos redención, el perdón de pecados, a través de la sangre de Cristo, es imposible recibir el perdón de pecados y la salvación sin su preciosa sangre.

“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” 1 P. 1:18-19

El apóstol Pedro también explica que somos redimidos con la preciosa sangre de Cristo. Las palabras de la Biblia, que los apóstoles Pablo y Pedro, representantes de la iglesia primitiva, escribieron siendo inspirados por el Espíritu Santo, testifican claramente que la salvación de la humanidad solo puede alcanzarse mediante la sangre preciosa de Cristo.

“Y además de esto, roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” He. 9:21-22

En los tiempos del Antiguo Testamento, cada vez que se ofrecía a Dios sacrificios de expiación, siempre había derramamiento de sangre de animales. El pueblo era perdonado de sus pecados rociando la sangre de los animales sacrificados, como ovejas o cabras.

En el Antiguo Testamento, era mediante la sangre de animales que todo era purificado y los pecados del pueblo eran perdonados. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento somos perdonados de nuestros pecados y purificados mediante la sangre preciosa de Cristo. Jesucristo murió en la cruz derramando su sangre, como la realidad del sacrificio de animales, para expiar los pecados de toda la humanidad y cumplir la gran obra de la salvación.

El pueblo de Dios comprado con la sangre de Cristo

La Biblia nos recuerda reiteradamente lo importante que es la sangre preciosa de Cristo para ir al cielo.

“y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre,” Ap. 1:5

Cristo nos liberó del pecado mediante su sangre. Para redimirnos del pecado y llevarnos al cielo, el Dios del cielo dejó su glorioso trono y vino a esta tierra. Como hombre al igual que nosotros, sufrió la agonía de la muerte. Puesto que Dios se sacrificó y sufrió por los pecadores de esa manera, hemos podido ser salvos.

“y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.” Ap. 5:9-10

Estábamos muertos debido a nuestros pecados, pero Dios nos compró con su sangre preciosa. Podemos vivir hoy gracias al sacrificio de Cristo. Por esa razón, el apóstol Pablo declaró: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20).

Si hemos comprendido la grandeza y profundidad del amor de Dios para salvar a sus hijos, debemos vivir no solo para nosotros mismos, sino para Dios. Como pueblo de Sion, recordemos siempre que hemos sido liberados del pecado mediante el derramamiento de la preciosa sangre de Dios, y mantengamos nuestra fe hasta el final, para que la preciosa sangre de Dios no sea en vano.

La Pascua, ceremonia en la que participamos de la sangre de Cristo

Algunos insisten en que pueden recibir el perdón de pecados y la salvación con solo creer en la preciosa sangre de Cristo derramada en la cruz. ¿Pero cómo pueden saber si han recibido o no la preciosa sangre de Cristo?

La Biblia nos dice que la fe debe ir acompañada de obras. Entonces, ¿cuál es la base para decir que hemos recibido la sangre de Cristo?

“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.” 1 Co. 10:16-17

Los versículos anteriores significan que participamos en la comunión de la sangre de Cristo al beber la copa de bendición que bendecimos, y participamos en la comunión del cuerpo de Cristo al comer el pan que partimos. Mediante la obra de Jesús, veamos a qué se refiere la ceremonia del pan y la copa, la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo.

“Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos. […] Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua. Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! […] Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” Lc. 22:7-9, 13-20

Jesús hizo que Pedro y Juan prepararan la Pascua. Cuando era la hora, celebró con sus discípulos la Pascua que ansiosamente había deseado guardar. En la Santa Comunión de la Pascua, partió el pan y lo dio a comer a sus discípulos, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado”. Luego tomó la copa de vino y les dio a beber, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”.

“El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? Y él dijo: Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con mis discípulos. Y los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y prepararon la pascua. […] Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” Mt. 26:17-19, 26-28

La ceremonia de la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, que mencionó el apóstol Pablo, se refiere a la Pascua del nuevo pacto. Por lo tanto, los que no celebran la Pascua nunca podrán participar en la preciosa sangre de Cristo. Solo aquellos que guardan la Pascua del nuevo pacto pueden recibir la redención, el perdón de pecados, a través de la sangre de Cristo.

La Pascua del nuevo pacto, que Cristo mismo estableció mediante su sangre preciosa, es una fiesta muy preciosa para nosotros. Al guardar la Pascua, recordamos y conmemoramos una vez más todos los esfuerzos realizados por el Padre y la Madre celestiales para salvarnos, vistiéndose de la carne, la ropa del pecado, y siendo tratados por la gente de manera poco hospitalaria y con envidia.

Cristo, la realidad del Cordero de la Pascua

Hace 3500 años, cuando los israelitas salieron de Egipto, la plaga de la muerte de los primogénitos cayó sobre toda la tierra de Egipto, pero las casas de los israelitas que celebraron la Pascua fueron salvas de la plaga. De esta manera, se estableció la Pascua, una de las fiestas de Dios. La palabra “Pascua” implica que los desastres pasan por encima.

En el momento del Éxodo, cuando el ángel destructor vio la sangre del cordero de la Pascua en los dos postes y en el dintel de las casas de los israelitas, pasó por encima de ellos. Es porque la sangre del cordero de la Pascua representa la sangre de Dios.

“Así que echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva. Ustedes son, en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros.” Versión Dios Habla Hoy, 1 Co. 5:7

La realidad del cordero de la Pascua es Cristo. Si un lugar tiene la sangre del cordero de la Pascua, prueba claramente que Dios habita allí, por lo que ningún ángel destructor puede acercarse. Por esa razón, la Pascua es una señal de redención, y es evidencia de que somos hijos de Dios redimidos del pecado. Nos mantenemos confiados dondequiera que vamos, y no necesitamos temer en ninguna situación en que nos encontremos, porque Dios permanece en nosotros y nosotros en Él mediante la Pascua (Jn. 6:53-56).

Cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego fueron arrojados al horno de fuego ardiendo, Dios envió a su ángel y los rescató (Dn. 3:1-30). Asimismo, Dios protege de los desastres a sus hijos que guardan la Pascua. A los que tienen la preciosa sangre de Cristo, Dios les ha dado la promesa de protegerlos de las aguas y del fuego.

Si no guardamos esta fiesta de la Pascua llena de firme gracia, no podemos decir que somos el pueblo de Dios. Dios recalcó que quien no celebre la Pascua será cortado de entre su pueblo (Nm. 9:13). También en esta época, Dios distingue a su pueblo, que es redimido con la sangre preciosa de Cristo, de los que no lo son, según guarden o no la Pascua.

Los hijos de Dios que han recibido la carne y la sangre de Dios

Hace dos mil años, Dios vino a esta tierra y estableció la verdad de la Pascua del nuevo pacto para salvar a la humanidad. Pero desafortunadamente, hoy en día es muy difícil encontrar una iglesia que celebre la Pascua. Para dar a la humanidad esta preciosa verdad, Dios derramó su sangre; pero aquellos que dicen creer en Dios, la consideran sin valor. Esta es la situación de las iglesias actuales. La Biblia nos dice que los que no valoran la preciosa sangre de Cristo, sino que la ignoran, serán castigados.

“¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” He. 10:29

La “sangre del pacto” se refiere a la sangre de Cristo, quien estableció la Pascua. Los que tienen por inmunda la sangre del pacto, las personas que se apartan de la Pascua del nuevo pacto, diciendo que no es necesario celebrarla, son los que hacen afrenta al Espíritu de gracia. ¡Con cuánta severidad serán castigados los que afrentan al Espíritu de gracia!

Los hijos se parecen invariablemente a sus padres en ciertos aspectos. A través de la sangre de Cristo, Dios estableció la ley del nuevo pacto para salvar a la humanidad y recorrió el camino de predicarla a todas las personas. Si somos los hijos de Dios, debemos seguir el camino que Dios recorrió y proclamar la Pascua del nuevo pacto a todas las naciones. Aunque seamos obstaculizados y calumniados por las personas que nos rodean mientras recorremos el camino del evangelio, no necesitamos desanimarnos ni temer. El camino que recorremos es el camino correcto que Dios siguió.

“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.” He. 10:35-39

Si nos apartamos de la fe porque los que niegan la sangre del pacto obstaculizan la verdad, Dios no se agrada. No debemos retroceder para perdición, sino ser valientes y tener confianza. Somos los hijos de Dios que han recibido su sangre. Aunque la gente del mundo se burle de nosotros y nos ridiculice, debemos continuar guardando y predicando la verdad del nuevo pacto como hijos de Dios. Esta es la manera de hacer más valiosa la sangre preciosa de Cristo.

Con palabras astutas, Satanás intenta herir nuestras almas y nos hace tener un apego persistente por las cosas transitorias. Por el contrario, Dios ora por nosotros para que siempre pongamos nuestro corazón en las cosas eternas. Escuchemos con atención la voz del Padre y la Madre que nos guían al camino de la esperanza. Aunque ahora atravesemos dificultades, nuestro futuro será brillante y glorioso. El Padre celestial derramó su sangre en la cruz para dar a sus hijos la vida eterna, y también el gozo, la paz y la felicidad eternos. La Madre todavía lleva la carga del sacrificio y sufrimiento por nuestros pecados todos los días. Nunca hagamos que su sacrificio sea en vano.

Pido encarecidamente a todos ustedes, miembros de nuestra familia celestial de Sion, que recuerden siempre la gracia de Dios, que se sacrificó para llevarnos al eterno reino de los cielos, y den gracias a Dios en todo momento. Guardemos todos el nuevo pacto que Dios estableció a través de su sangre para salvar a sus hijos, y recibamos abundante amor y bendiciones de Dios Elohim.