Percibir el reino de los cielos

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El ser humano percibe el mundo a través de sus cinco sentidos. Los estímulos que recibe mediante la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto se convierten en señales eléctricas y se transmiten al cerebro. Allí, el cerebro sintetiza e interpreta esta información, formando así la percepción. A medida que este proceso de sensación y percepción se repite incontables veces, los datos acumulados en el cerebro se convierten en la base para interpretar futuras experiencias sensoriales. De este modo, toda percepción comienza con una sensación.

Sin embargo, los sentidos humanos son intrínsecamente limitados. La visión solo puede captar ondas de luz dentro del rango de 400 a 700 nanómetros, lo que hace invisibles al ojo humano los rayos X, los rayos ultravioleta, los rayos infrarrojos y las ondas de radio. De manera similar, la audición se limita a frecuencias entre 20 y 20 000 Hz, por lo que los sonidos extremadamente agudos o graves son inaudibles. Para superar estas limitaciones, los científicos han buscado formas de ampliar la percepción humana. El desarrollo de telescopios, microscopios, espectrómetros de masas, sismómetros, magnetómetros, espectroscopios, aceleradores y detectores de partículas ha ampliado notablemente nuestras capacidades sensoriales y cognitivas. Gracias a estos avances, podemos explorar ámbitos antes inaccesibles, como el mundo microscópico de los virus, la ecología compleja de los microorganismos, fenómenos naturales, enfermedades humanas y el vasto movimiento de los cuerpos celestes. No obstante, a pesar de estos avances extraordinarios, una verdad fundamental permanece: los sentidos y la percepción humana tienen límites definidos.

¿Y qué hay del reino de los cielos? Como es un mundo completamente fuera del alcance de los sentidos humanos, resulta sumamente difícil siquiera percibir su existencia. Por esta razón, Dios mismo se hizo perceptible. A aquellos que “viendo no ven, y oyendo no oyen”, Dios reveló los misterios del reino de los cielos por medio de parábolas: un tesoro escondido en un campo, una perla de gran valor, una semilla de mostaza, peces atrapados en una red, la puerta estrecha, y un rey que preparó un banquete de bodas. A través de situaciones y objetos que cualquiera ha podido experimentar, explicó con claridad el reino de los cielos —donde no hay muerte ni dolor— de forma que todos pudieran comprender su significado.

Es, verdaderamente, por la gracia y la bendición de Dios que podemos avanzar paso a paso hacia el reconocimiento del reino de los cielos, el hogar de nuestras almas, algo que jamás podríamos haber concebido por nosotros mismos si Dios no lo hubiera revelado. Demos gracias a Dios, quien vino en una forma humilde como la nuestra, para que pudiéramos entender ese reino que trasciende los límites de los sentidos humanos. Para quienes avanzan con esperanza firme y fe inquebrantable, el reino de los cielos se convierte en una realidad que se puede percibir.