
“Va a rendirse de todas formas”.
“No va a funcionar entre nosotros”.
“¿De verdad eso servirá de algo?”.
Incluso cuando uno tiene metas claras y planes definidos, escuchar palabras tan desalentadoras puede drenar la energía y debilitar la determinación. Las personas que expresan negatividad de forma habitual agotan la motivación de quienes las rodean, dejándolos sin fuerzas. Así como un ladrón se lleva cosas sin que lo notemos, quienes desmoralizan con sus palabras y apagan el ambiente pueden llamarse “ladrones de energía”.
Lo más recomendable es alejarnos de quienes constantemente dicen “no”, esparcen rumores maliciosos o se quejan sin cesar. Sin embargo, cuando evitarlos no es posible, debemos aprender a protegernos. Una forma eficaz de hacerlo es desarrollar un pensamiento independiente —una resiliencia interior frente a la negatividad— para que nuestras emociones no se vean fácilmente arrastradas por las palabras y actitudes de los demás. En lugar de intentar agradar a todos o asentir pasivamente, debemos discernir entre lo correcto y lo incorrecto, y tener la valentía de interrumpir conversaciones negativas con confianza y claridad.
Otra estrategia poderosa consiste en rodearnos de “transmisores de energía”, es decir, personas que levantan el ánimo, motivan e inspiran a los demás.
La Biblia nos presenta muchos ejemplos de personas que transmiten energía positiva, y uno de los más destacados es el apóstol Pablo. A lo largo de su ministerio, Pablo enfrentó una persecución constante de los judíos. Mientras predicaba el evangelio, fue expulsado de ciudades, escapó de la muerte en varias ocasiones y hasta fue encarcelado. Sin embargo, nunca permitió que las adversidades lo desanimaran. Al contrario, eligió ser fuente de ánimo para otros. Incluso desde la prisión, escribió cartas llenas de preocupación por la iglesia y palabras de aliento para sus hermanos en la fe. Frases como: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13), y “Me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:10), siguen inspirando y fortaleciendo hasta el día de hoy. Sin dejarse vencer por las circunstancias, Pablo proclamó el evangelio con fidelidad y estableció iglesias adonde iba.
La capacidad de Pablo para irradiar energía espiritual venía de su esperanza inquebrantable: la certeza de que al final de su carrera le esperaba la corona de justicia (2 Ti 4:6-8). De igual manera, nosotros también hemos recibido la promesa de un futuro glorioso y las bendiciones del cielo. Cuando confiamos firmemente en las promesas de Dios y reflexionamos cada día sobre su gracia, la gratitud llenará nuestro corazón, y naturalmente influiremos de forma positiva en quienes nos rodean.
Una persona que tiene certeza sobre su futuro no se deja sacudir fácilmente por las dificultades del presente. No habla con pesimismo ni se rinde ante los retos. Al contrario, avanza con determinación, impulsada por la alegría y la fortaleza interior, y comparte esa energía con los demás. Y quienes reciben esa energía positiva, a su vez, se convierten en transmisores de aliento. Cuando muchas personas suman fuerzas positivas, esa sinergia colectiva genera un poder transformador que convierte los sueños en realidad. En definitiva, la mejor manera de protegernos de los ladrones de energía es convertirnos nosotros mismos en su transmisor.