Había un infame ladrón que sustraía joyas. Era muy hábil para robar joyas costosas. Y era lo suficientemente inteligente para que la policía nunca lo atrapara.
Un día, invadió una casa, pero la policía finalmente lo atrapó y pasó veinte años en prisión. Cuando salió en libertad, tenía sesenta años, el crepúsculo de su vida. Se arrepintió profundamente de su pasado y comenzó a vivir decentemente. Luego, un reportero lo entrevistó.
—¿A quién le robó más?
Entonces respondió con lágrimas:
—A mí… me robé mucho a mí mismo. Soy hábil con mis manos. Soy bueno manejando máquinas y tocando el piano. Era un orador elocuente y tenía muchos amigos. Estaba en buena forma y era bueno ejercitándome. No obstante, usé todos mis talentos para robar y desperdicié mi época dorada en prisión. Así que, a quien más le robé fue a mí mismo.
Todos nacen con un talento. Pero si desperdicia su talento en cosas insignificantes, es robarse a sí mismo.