Absteneos de toda especie de mal

Goitseone Thamae, desde Ciudad del Cabo, Rep. de Sudáfrica

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Estuve enferma durante meses. Compré toda clase de medicamentos en la farmacia y probé todo tipo de tratamientos, incluyendo remedios caseros, pero no mejoré. Cuando llegué al punto de tener que renunciar a mi empleo, fui a ver al médico que conocí en mi trabajo.

Después de la consulta, mi médico me prescribió medicina para una semana, y me aconsejó firmemente evitar consumir azúcar durante ese tiempo porque esta debilita el sistema inmunitario y retrasa la recuperación.

No fue fácil eliminar el azúcar de mi dieta diaria. Las comidas más deliciosas contenían azúcar, y las frutas y zumos no eran la excepción.

Los tres primeros días fueron los más difíciles. Cada vez que comía, deseaba probar algo dulce como postre. Los bocadillos también eran una tentación difícil de desechar. No obstante, estaba decidida a ni siquiera mirarlos ni pensar en las comidas que tuvieran azúcar, por mi salud.

El momento más difícil era cuando el café estaba justo delante de mí porque es mi favorito. Incluso hería mi corazón reprimir el deseo de beber café dulce.

Cada vez que me sentía tentada a beber café, contaba hasta diez o simplemente dejaba el lugar, y me decía muchas veces a mí misma que necesitaba pensar en mi salud. No tenía otra opción, porque ni siquiera podría concentrarme en el culto, sin mencionar predicar el evangelio, si no mejoraba. Afortunadamente, recuperé mi salud poco a poco porque le presté continua atención.

Entendí muchas cosas durante ese tiempo. Teniendo sumo cuidado con las comidas que contenían azúcar en ellas, no dejaba de pensar en la palabra de la Madre: “Los hijos de Dios no deben hacer nada que se supone que no deben hacer, ni ver nada que se supone que no deben ver”.

Cada vez que recordaba la palabra de la Madre, sentía lo pecadora que soy. La Madre siempre nos enseña que necesitamos abstenernos de todos los malos hábitos que dañan nuestras almas y ser purificados a través de la palabra de Dios. Sin embargo, a menudo actuaba de acuerdo con mi necia naturaleza pecadora en lugar de poner en práctica las palabras de la Madre. A menudo me rendía ante todo tipo de tentaciones que manipulaban mi mente débil.

Durante las fiestas solemnes, confesé todos mis pecados a Dios y le pedí ansiosamente que me ayudara a deshacerme de todos los pecados y hábitos mundanos por el bien de mi salud espiritual. Como bendición de las fiestas, Dios limpió mi espíritu.

Cuando los pecados están en mí, siento como si llevara una bolsa pesada. Mi alma se ha aliviado ya que he sido perdonada por la gracia de Dios. No quiero volver a hacer pesada mi alma. Como está escrito en la Biblia: “Absteneos de toda especie de mal” (1 Ts. 5:22), me desharé de todos los malos hábitos y correré enérgicamente hacia el cielo con pasos ligeros.