La felicidad que aprendí en el ejército
Kim Seung-hyeok, desde Busan, Corea
Cuando me uní al ejército, mis padres no se veían tristes mientras me despedían. Entré en el centro de entrenamiento pensando: “Es bueno que mi papá y mi mamá no se hayan puesto tan sentimentales”. Pero el día que tuvimos la ceremonia de clausura del entrenamiento básico, mis padres corrieron hacia mí, como si estuvieran a punto de llorar, y me dieron un abrazo. Fue entonces cuando comprendí que en realidad mis padres estaban escondiendo sus sentimientos en la ceremonia de admisión. Desde ese día, intenté adaptarme más a los duros entrenamientos, pensando que estarían muy preocupados si no lograba adaptarme allí. Los llamaba al menos cuatro o cinco veces a la semana para preguntarles cómo estaban y les hacía saber que me estaba yendo bien.
El tiempo pasó, y envié mi primera solicitud de permiso. Desde que les dije que pediría una licencia, cada vez que los llamaba, decían: “¿Hay algo que quieras comer?”, “El tiempo pasa muy lento”, o “Hijo, te extrañamos mucho”. Estaban esperando mi licencia más que yo.
Finalmente, llegó el día de mi licencia. Quería ver a mis padres lo antes posible, pero estaba bastante lejos. Tuve que viajar desde Hwacheon en la provincia de Gangwon hasta Busan que estaba aproximadamente a ocho horas, en tren y en autobús expreso. De camino a casa, mi padre se tomó tiempo para llamarme aunque estaba ocupado en el trabajo, y me mostró su preocupación, pidiéndome que tuviera un viaje seguro a casa. Y podía afirmar cuánto mi madre pensaba solo en mí dado que decía: “¿Quieres que vaya a buscarte?”, “¿Comiste?”, “¿No tienes hambre?”. Pude sentir que habían estado esperándome mucho. La licencia de tres días fue demasiado corta. El tiempo pasó rápido, y ya era hora de volver a la base. Mi mamá agitó su mano hasta que ya no pudo ver el autobús en el que estaba, conteniendo las lágrimas.
Con la energía que recibí del tiempo feliz con mis padres, hice más esfuerzos para mi vida militar. Tres meses después, pude tomar mi segunda licencia. Pensé que mis padres estarían más tranquilos esta vez ya que me había acostumbrado bastante a mi vida militar y no era mi primera licencia. Sin embargo, mis padres estaban tan felices como en mi primera licencia. Cuando dijeron que me extrañaban mucho, comprendí una vez más el amor de mis padres, lo cual es difícil de entender completamente para un hijo.
La licencia de ocho días pasó volando. Mis padres expresaron cuánto deseaban que pudiera quedarme más tiempo, mientras me veían preparándome para regresar a la base. También fue difícil para mí despedirme de ellos pensando que no podría verlos por un buen tiempo. Antes de subir al autobús rumbo a mi base, mi madre me dio un fuerte abrazo.
Mis padres fingían ser fuertes frente a mí, pero por detrás secaban sus lágrimas. Siempre están muy felices de recibir una llamada mía aunque hayan acabado de hablar conmigo el día anterior. Ellos solo piensan en lo que querré hacer y comer mientras esperan que regrese. No comprendía cuánto me amaban y estimaban mis padres hasta que me uní al ejército.
También pude vislumbrar el corazón de nuestros Padres celestiales. El Padre celestial está preparándonos un lugar, preguntándose qué querrán comer y hacer sus hijos e hijas cuando regresen al cielo. La Madre celestial solo ha estado pensando en sus hijos por un largo tiempo, escondiendo todos sus dolores detrás de su amable sonrisa. No creo que haya ninguna palabra que pueda describir el amor de nuestros Padres celestiales, quienes solo esperan que sus hijos regresen.
¡Qué felices seremos en el reino de los cielos con el Padre y la Madre celestiales! Mi corazón palpita más al pensar en nuestra felicidad que durará por siempre. Imaginando el momento en que estaré con el Padre y la Madre celestiales y los hermanos y hermanas, hoy también doy un paso más hacia nuestro hogar celestial.