Las sansevierias revivieron gracias al cuidado

Yu Seung-hui, desde Busan, Corea

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Veía en la televisión a un niño que era muy bueno en el cultivo de plantas. Lo veía sin pensar, pero entonces hubo algo que me llamó la atención. Fue su actitud hacia las plantas.

El amor del niño por ellas era diferente al de otras personas; incluso llevaba plantas abandonadas a casa para salvarlas. Era impresionante la gran atención que les mostraba, y les hablaba como si lo hiciera con un ser querido.

Lo que el niño dijo en la entrevista fue aún más conmovedor: “Las plantas son seres vivos. Es triste cuando muere un ser vivo”.

Admiré la manera en que el niño pensaba a pesar de ser pequeño, y sentí vergüenza de mí misma; porque recientemente había dejado morir dos sansevierias. La gente dice que es fácil cuidar de ellas, en comparación con otras plantas, pero dejé que se marchitaran porque no las cuidé con esmero. Mientras miraba a las sansevierias caídas en un lado de la sala de estar, pensé: “Parece que están muertas. ¿Revivirán si las cuido?”.

Quería intentarlo y también estaba algo emocionada.

Empecé un experimento a partir de ese día. Cada vez que me despertaba en la mañana, iba a las sansevierias y las saludaba: “¡Ánimo! Pueden crecer de nuevo”. La primera semana fue incómoda y sentía mucha pereza de ir a verlas. Probablemente por eso no hubo ningún cambio en ellas.

“¿Qué estoy haciendo? ¿Realmente vivirán?”

Dudé, pero decidí ver qué pasaría solo por un mes. Averigüé que no debía darles la luz solar directamente, así que las cambié de lugar y las regaba cada vez que era momento de hacerlo. Así, de alguna manera las cuidé con esmero.

Unas dos semanas después, vi algo verde en la maceta. Era un nuevo brote de las sansevierias que pensaba que estaban muertas. Me llené de emoción y felicité a las sansevierias por hacer un buen trabajo.

Ha pasado un mes, y mis dos sansevierias son tan grandes como mi palmera. No saben lo hermosas y maravillosas que son.

Creo que lo que salva una vida es el cuidado. Entregaré plenamente el amor que he recibido de Dios cuidando a cada persona, orando por ellas, y dándoles las palabras del agua de la vida, consuelo y ánimo en el momento adecuado.