Una sonrisa trae alegría
Seo Hui-jeong, desde Daejeon, Corea
Un día, tuve mareos. Sentí débil todo mi cuerpo, e incluso tuve náuseas. Como soy corpulenta y nunca antes había perdido la fuerza ni el apetito, me sentí preocupada por estos síntomas repentinos. Después de dudar un rato, fui al hospital.
Mi papá se había tratado antes en aquel hospital. El médico dijo que en realidad no necesitaba preocuparme por mis síntomas. Luego, inesperadamente me preguntó si mi padre estaba bien, recordando que había venido como tutora de mi papá. También me preguntó si mi padre salía a menudo. Y me aconsejó hacerle reír para prevenir la depresión que podría ocurrir si permanecía solo en casa, porque él es muy tranquilo.
Las palabras del médico resonaron en mi conciencia porque no había pensado en hacer reír a mi padre hasta ese momento. Desde ese día, pensé en cómo hacer reír a mi padre como el médico pidió. La neurona espejo que llegué a conocer por casualidad, fue de gran ayuda. El cerebro humano tiene una neurona que imita como un espejo las expresiones faciales o el comportamiento de otra persona, por lo que cuando mira la sonrisa de otra persona, usted también llega a sonreír. Por eso creí que si yo reía primero, mi padre también e reiría de forma natural.
Desde entonces, practiqué sonreír antes de tocar la puerta de mi papá. Un día, me acerqué a él y le pregunté cómo se sentía. Comenzó a contar la misma historia antigua que solía decir. Cada vez que me contaba la historia, lo escuchaba sin prestar mucha atención. Sin embargo, esta vez, no me pareció difícil prestarle atención probablemente porque había decidido hacerle reír. Al recordar que él quería escribir su biografía, incluso escribí sus palabras una por una. Como resultado, comencé a formularle más preguntas y me sentí recompensada por estar cerca de él.
Después de disfrutar la conversación con mi padre, quise grabar un archivo de audio. Así que le volví a preguntar cómo se sentía, lista para grabar. Mi padre contestó: “Es la primera vez que hablas conmigo con una gran sonrisa. Me sentí tan bien que seguí conversando. Hasta pude recordar lo que había olvidado”. Con este comentario, me sentí muy avergonzada, como si mi actitud pasada de escuchar su historia de mala gana hubiera quedado expuesta.
Ahora siento que finalmente estuve de pie ante mi padre de 87 años como su verdadera hija. Pude conocer muy tarde que podía complacer a mis padres con solo mirarlos con una sonrisa. Ahora me siento agradecida de que los rostros de mis padres se hayan iluminado, y yo también siento que me estoy recuperando. A partir de ahora, sonreiré a todos y compartiré la alegría.