Estaba preparándome para el trabajo por la mañana cuando mi hija de cinco años de edad despertó más temprano de lo habitual y se me acercó, frotándose los ojos.
—Papá, ¿va a ir a trabajar?
—Sí, ya me voy.
Ella seguía mirándome fijamente, así que saqué de mi gaveta una pequeña bolsa de galletas y se la di.
—Yunji, puedes comerlo después del desayuno.
—¿Es para mí?
—Claro. Quiero que desayunes primero, y luego comas también esto.
Entonces pensó mucho y dijo:
—¿Qué puedo darle? ¿Quiere que le deje una galleta?
—No, puedes comerlo todo. Estoy bien. Nos vemos —le dije con una sonrisa.
Ella todavía es tan pequeña que le sería razonable solo recibir, pero meditaba en cómo retribuirme cuando le di una pequeña bolsa de galletas. Me conmoví mucho. Camino a mi trabajo, no podía dejar de pensar en lo que me había dicho aquella mañana.
—¿Qué puedo darle?
Me pregunté: “¿Qué puedo darle a mi hija? ¿Qué puedo hacer por mi esposa?” Entonces llegué a comprender que había pasado tan poco tiempo con mi hija, que ni siquiera pude recordar cuándo fue la última vez que le leí un libro, aunque le gusta la lectura. Cada vez que regresaba del trabajo, quería descansar cómodamente y jamás pensaba en ayudar a mi esposa.
Desde ahora, pasaré más tiempo con mi hija, le leeré libros e intentaré ayudar a mi esposa con las labores domésticas cada vez que tenga tiempo. No tendré la enseñanza de Dios: “Amaos unos a otros” solo como un conocimiento, sino que la pondré en práctica para mi familia, de modo que pueda ser el confiable jefe de mi familia feliz y gozosa.