Lo que necesitamos para comunicarnos

Ju Su-jin, desde Sídney, Australia

6,468 visualizaciones

Comencé a trabajar cuando estaba en segundo año de la universidad y aprendí que la vida social no es fácil. El estrés de las relaciones interpersonales era indescriptible. Pero las personas de la Iglesia de Dios, que conocí por medio de mi hermana mayor, eran diferentes. Me sentía contenta de hacer cualquier cosa con ellos, que eran como ángeles, en un mismo lugar.

Un año después de recibir la verdad, me ofrecí voluntariamente para la misión en el extranjero. Me faltaba experiencia en la predicación, sin mencionar experiencia en el extranjero, pero tomé esa decisión con la convicción de que Dios está en Sion y todo lo que hacemos allí contiene su bendición. El lugar de la misión era Sídney, Australia. Unos jóvenes coreanos estaban trabajando para el evangelio en Australia con la ambición de establecer una iglesia en Sídney, y yo me uní a ellos.

Mi ambición era tan fuerte como la de los hermanos y hermanas, pero el muro de la realidad era alto. Ni siquiera había tenido muchas oportunidades de predicar en Corea, así que cuando trataba de predicar en inglés, que no dominaba bien, a menudo tartamudeaba. Aun así, las personas locales venían a Sion una tras otra, escuchando la palabra de Dios. Fue sorprendente ver no solo a los australianos recibir la verdad, sino también a los de otros países como los isleños vecinos del Pacífico, asiáticos, europeos, africanos y estadounidenses, independientemente de sus entornos y religiones.

Mi pasión por la obra del evangelio ardía más y más. Quería recibir más bendiciones quedándome en Australia tanto como pudiera. Mientras predicaba en Sídney, en donde viven personas de distintas razas, sentí la alegría de cumplir la profecía: “Predicad a todas las naciones”, que no se puede comparar con nada más.

Conocí a una buena persona, comencé una familia y me establecí en Australia. La Sion de Sídney, que al principio solo tenía miembros coreanos, se llenó de hermanos y hermanas locales.

Pensé seriamente sobre mi papel en Sion que estaba creciendo cada vez más. Hasta entonces, solo había estado enseñando las palabras de la Biblia y ayudando a los hermanos y hermanas a distinguir la verdad de la falsedad, pero sentí que era momento de ayudar a que los miembros nuevos aprendieran la mentalidad y las actitudes de los obreros del evangelio. Sin embargo, fue difícil comunicarme con ellos. No sabía si la causa era mi deficiente inglés, las diferencias culturales o mi impaciencia. Sin desearlo, llegué a lastimar los sentimientos de algunos hermanos y hermanas. Por entonces, mi esposo me dijo que quería vivir en Estados Unidos donde estaba su hermano. Me sentí frustrada por lo que sucedía en contra de mi voluntad, y me mudé a Estados Unidos con él.

Estados Unidos tiene tantos inmigrantes que incluso es llamado “nación de inmigrantes”. Dado que hay hermanos y hermanas de diferentes nacionalidades en Sion, asumí que sería complicado tener una misma mentalidad.

Pero estaba equivocada. Los hermanos y hermanas respetaban y abrazaban la cultura de los demás. Actuaban como un solo cuerpo para predicar el evangelio sin discordia. Realmente eran una familia que recibió la carne y la sangre de Dios. Mientras vivía en Estados Unidos, sentí en lo profundo de mí que los idiomas y los diferentes entornos no importaban para tener la misma mentalidad, y que entender a los hermanos y hermanas y tener amor para abrazarlos son las principales prioridades para los obreros del evangelio junto con la pasión y la habilidad de enseñar la verdad.

Mientras me adaptaba a mi nuevo entorno, tuvimos que regresar a Australia por algunas razones. Al pensar en encontrar nuevamente a los hermanos y hermanas de Sídney, me emocioné, pero al mismo tiempo también me sentí avergonzada. Como si supieran cómo me sentía, me recibieron con brillantes sonrisas en cuanto llegué. Sus reconfortantes sonrisas me quitaron un peso de encima.

Dios me ayudó de muchas maneras a cambiar. Compartir la gracia con los hermanos y hermanas que regresaron de visitar Corea fue una de las formas en las que Dios me ayudó. Los hermanos y las hermanas, muy conmovidos, dijeron que la Madre celestial apreció y cuidó de cada uno de ellos con mucha consideración. Cuando explicaron cómo la Madre celestial estuvo con ellos en todo momento, cuidándolos minuciosamente, considerando sus estilos de vida y sus paladares, e incluso siguiendo su paso mientras comían, mi rostro comenzó a arder de vergüenza al comprender que yo había sido totalmente lo contrario.

A través de los hermanos y hermanas nuevos, pude sentir que la obra del evangelio es guiada por Dios, y no por lo que yo haga. La hermana Ane es de Samoa, una de las islas cerca de Australia. Después de encontrarla por primera vez, no pudimos contactarla porque estaba lejos de casa resolviendo unos asuntos complicados. Entonces un día, su hija notó que tenía algunas dificultades y le sugirió orar a Dios. La hermana dijo “está bien”, entonces su hija le preguntó: “Mamá, ¿cuál es el número telefónico de Dios?”.

Su pregunta hizo que la hermana nos recordara. Nos reunimos de inmediato y recibió la verdad. Ella predicaba el evangelio a dondequiera que iba, y después regresó a su casa en Samoa y se convirtió en una gran profetisa, guiando a su familia y parientes a los brazos de Dios. Otra hermana recibió la verdad después de orar fervientemente a Dios por su hija que atravesaba la pubertad. No estaba interesada en la religión en absoluto, pero aun así oró sin darse cuenta y se encontró con nosotros unos días después de su oración. Esto le hizo pensar: “Debe de ser la voluntad de Dios que vaya a su iglesia”.

De este modo, los hermanos y hermanas vinieron a Sion con distintas historias. ¿Qué necesitarían más que un conmovedor amor? El don del Espíritu Santo, que pedía especialmente en cada fiesta, era la habilidad del idioma. Pero ahora sé que el don que debí haber pedido era el amor. Ahora pido por el don del amor todos los días. Debo hacerlo porque es sencillo perderlo, incluso después de haberlo tenido. Me digo a mí misma que debo abrazar a los hermanos y hermanas con el corazón del Padre y la Madre, pero luego me doy vuelta y a menudo los juzgó con mi criterio estrecho. En ocasiones, pensaba que era considerada con los hermanos y hermanas, pero lo era solo desde mi estándar. Sé que todos estos problemas se pueden resolver si los amo sinceramente. Pensaba que había sido mi decisión venir a Australia para completar la misión en el extranjero, pero ahora entiendo que fue Dios quien me guio para aprender el amor y llenarme de él. Quiero tener una fe profunda y madura con la que pueda abrazar a todos mis hermanos y hermanas, vendar sus heridas, cubrir sus faltas con amor y compartir mi corazón con todos ellos.