Las personas piensan que pueden hacerlo todo por sí mismas, pero no pueden hacer nada sin la ayuda de Dios. Si Dios no nos da la lluvia cuando la tierra de cultivo está reseca y agrietada por las sequías, como el caparazón de una tortuga, ¿quién y cómo puede proporcionar una enorme cantidad de agua para las montañas y los campos en la tierra? Aunque un hombre tenga mucho conocimiento, habilidad y experiencia en agricultura, no puede cultivar adecuadamente si no llueve. Considerando este hecho, podemos comprender de nuevo que nuestro Dios es realmente grandioso porque creó todas las clases de plantas y árboles y los hace crecer.
Parece que hemos vivido dando por descontadas la gracia y las bendiciones que Dios nos da gratuitamente todos los días. Comprendiendo la profunda providencia de Dios y dándole gracias en todo tiempo, siempre debemos vivir de acuerdo con su voluntad, no conforme a nuestra propia voluntad o pensamientos.
Las palabras “¡de acuerdo con mi voluntad!” significan implícitamente “seguir mi camino”. Por otro lado, la expresión “¡de acuerdo con la voluntad del Padre!” muestra nuestro compromiso de seguir la voluntad de Dios. No obstante, la mayoría de las personas insisten en su propia manera, en lugar de tratar de seguir la voluntad de Dios, y quieren que la gente alrededor siga su voluntad. Fácilmente caen en el error de tratar de hacerlo todo a su manera, aunque esto no beneficia sus almas.
“De acuerdo con mi voluntad” proviene de su propia codicia. Cuando seguimos la voluntad del Padre, no nuestra propia voluntad y deseos, podemos decir que hemos entendido correctamente el camino del nuevo pacto. ¿Qué camino debemos tomar cuando nos encontramos en la encrucijada de nuestra voluntad y la voluntad de Dios en nuestra vida? Veamos a través de la Biblia qué camino quiere Dios que sigamos.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” 1 Co 13:11
En la Biblia, a veces un niño es descrito como un símbolo de humildad y obediencia. Sin embargo, “niño” en el versículo anterior no se utiliza en un contexto positivo. La mayoría de los niños son egocéntricos, y no piensan en las situaciones de otras personas, sino que solo tratan de satisfacer sus propios deseos; cuando tienen hambre, comienzan a llorar para que les den leche rápido; cuando encuentran su juguete o ropa favoritos, o quieren comer algo, molestan a sus padres para que se lo compren a toda costa; si no se lo compran de inmediato, lloran en ese lugar mientras lo piden persistentemente. De esta manera, tratan de conseguir lo que quieren, incluso hiriendo el corazón de sus padres. En otras palabras, piden a sus padres hacer todo según su propia voluntad.
Cuando éramos niños, hablábamos, pensábamos y juzgábamos como niños, pero cuando ya fuimos hombres, dejamos lo que era de niños. Cuando las personas se hacen adultas, se sienten avergonzadas y culpables por la forma en que se comportaban en el pasado, molestando siempre a sus padres para que hicieran todo lo que querían.
Nuestra fe no debe ser como la de un niño. Los niños tienen que seguir creciendo hasta que se hagan adultos.
“Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.” He 5:13-14
Aunque un hombre haya permanecido durante mucho tiempo en la fe, si vive apartado de las enseñanzas de la Biblia, considerándolas como algo ajeno, es como un niño que participa de la leche y es inexperto en la palabra de justicia. Tal persona siempre permanece infantil en pensamiento y comprensión.
Si hemos deseado que todos a nuestro alrededor se adaptaran a nuestra vida de la fe, ahora debemos deshacernos de esas cosas infantiles y ser suficientemente maduros para seguir la voluntad del Padre con una fe correcta, teniendo los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Jesucristo siguió la voluntad del Padre hasta el momento de su muerte en la cruz. Con respecto a esto, su vida es un buen ejemplo para nosotros.
Dios vino a esta tierra en el nombre de Jesús hace dos mil años. Cuando vino a esta tierra en la carne, Él nos enseñó cómo debemos servir a Dios Padre y Dios Madre, como sus hijos maduros.
“diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” Lc 22:42-44
Lucas 22 describe a Jesús orando en el monte de los Olivos por la noche después de celebrar la Pascua. En la oración de Jesús, podemos ver dos expresiones, “mi voluntad” y “la tuya” (la voluntad del Padre). Jesús ya sabía que tendría que padecer en la cruz al día siguiente, pero solo pidió que la voluntad del Padre se cumpliera, y no su voluntad.
Jesús es en forma de Dios. Sin embargo, vino a esta tierra en la carne y ofreció esta oración a Dios, poniéndose en la posición del Hijo. Esto se debió a que Él deseaba darnos ejemplo (Jn 13:15).
Aunque moramos en Sion donde el Padre y la Madre celestiales están con nosotros y nos guían, parece que a veces hay aspectos en los que aún estamos refinándonos en nuestra vida cotidiana. A pesar de saber teóricamente que debemos actuar de acuerdo con la voluntad del Padre y la Madre, si tratamos de hacer nuestra propia voluntad y solo pedimos a Dios que cumpla nuestros propios deseos y codicia, esto demuestra que aún estamos atascados en maneras infantiles de pensar y seguimos siendo imperfectos.
De ahora en adelante, debemos ser hijos maduros y orar que siempre hagamos la voluntad del Padre, y no la nuestra, siguiendo el ejemplo de Jesús que obedeció la voluntad del Padre hasta la muerte. ¿Qué sucederá si alguien habla y actúa como un niño aun después de convertirse en adulto? La gente lo mirará extraño. Lo mismo sucede espiritualmente. No podemos ser maduros naturalmente por haber creído durante mucho tiempo en Dios. Necesitamos deshacernos de todas las cosas infantiles: hablar, pensar y razonar como un niño. Solo entonces podremos ser maduros.
El apóstol Juan vio en una revelación una escena profética en la que Dios guía al camino de la eterna salvación a los que siguen la voluntad del Padre por dondequiera que va.
“Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero;” Ap 14:4
Los santos redimidos son aquellos que siguen al Cordero por dondequiera que los guíe. Ninguno de ellos le pide hacer su propia voluntad adelantándose al Cordero.
¿Por qué creen que no piden a Dios hacer su propia voluntad? Porque no son los niños, sino los maduros espirituales que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Si cada uno insistiera en su propio camino, habría miles de caminos divididos. Sin embargo, ellos siguen la voluntad del Padre, así que todos llegan a ser uno. De esta manera, la obra de obediencia de los santos debe cumplirse lo antes posible para que la evangelización mundial se lleve a cabo según la voluntad del Padre y de la Madre.
“porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.” 2 Co 10:4-6
Nuestra obediencia a la voluntad de Dios es una expresión de nuestra resolución de seguir la voluntad del Padre, no la nuestra. Creo que cuando todos seamos suficientemente maduros para obedecer la voluntad de Dios y pensar como adultos espirituales, la obra del evangelio se cumplirá.
Los niños piden constantemente a sus padres que hagan lo que ellos quieren. Cuando tienen hambre, piden que les den leche, sin importar si su madre está ocupada, hambrienta o cansada. Los que perecieron en el desierto eran así. Pidieron a Dios que satisficiera todas sus necesidades. Se quejaron de no tener agua para beber y de no tener nada para comer. Si hubieran sido maduros, habrían soportado todo con paciencia. En el desierto, los niños siguen llorando por agua cuando están sedientos, pero los adultos soportan la sed hasta llegar a un lugar con agua. Necesitamos apartarnos de nuestro estado espiritual infantil. Si no tenemos fe para seguir la voluntad del Padre, terminaremos siendo destruidos como en el desierto.
Mientras organizan su rutina diaria, reflexionen sobre sí mismos. “¿Hoy he tratado de hacer todas las cosas de acuerdo con mi propia voluntad o según la voluntad del Padre y la Madre?”. Si se hacen esta pregunta, comprenderán si siguen siendo infantiles en la fe o son maduros que pueden digerir el alimento sólido y seguir al Padre y a la Madre por dondequiera que vayan.
La Biblia dice que Dios castigará toda desobediencia cuando nuestra obediencia sea perfecta. Debemos renacer a través del nuevo pacto. Los que nacen de nuevo, es decir, los que hacen la voluntad del Padre, pueden ver el reino de Dios (cfr. Jn 3:3, Mt 7:21).
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” 1 Co 10:12
A fin de ir al reino de los cielos, debemos tener una fe madura. Por lo tanto, la Biblia dice: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”. Necesitamos examinarnos para ver si aún tenemos un corazón como el del niño que insiste en su propia voluntad, y sin falta debemos tener la fe madura para vivir de acuerdo con la voluntad del Padre, no según la nuestra.
Una vez leí un ensayo. La siguiente es una cita de este.
“Los árboles conocen su lugar y están satisfechos con sus condiciones. No se quejan de ser lo que son, y nunca dicen: ‘¿Por qué estoy plantado aquí, en vez de estar por ahí?’”.
Los árboles están satisfechos consigo mismos. Aunque plantemos un pino en una isla solitaria, el árbol nunca culpa a nadie por sentirse solitario. Todos los árboles se satisfacen con el lugar donde se encuentran plantados, sea en un suelo estéril o en uno fértil, y nunca se quejan de ser lo que son, sean pinos, azaleas o forsitias.
No solo los árboles; las aves y los peces tampoco se quejan. Todos los seres vivientes de la naturaleza viven en obediencia a la providencia de Dios. Del mismo modo, la obediencia es seguir el orden establecido por Dios según su principio. Dios no desea una obediencia o fe ciega, sino la verdadera obediencia. Dios desea que comprendamos correctamente por qué debemos seguir su voluntad y creer en Él, y que lo sigamos por dondequiera que vaya.
No es fácil seguir la voluntad del Padre mientras pensamos, hablamos y razonamos como niños. Por lo tanto, se requieren nuestros esfuerzos. La obediencia es una virtud que debemos tener en el camino del nuevo pacto. Solo cuando sigamos la voluntad del Padre, podemos recibir el testimonio de que somos los santos “que siguen al Cordero por dondequiera que va y que son redimidos de entre los hombres”.
La lluvia adecuada, la luz solar adecuada, el suelo moderadamente nutrido, las semillas de los tipos adecuados… A través de todo esto que Dios nos ha concedido, vivimos y obtenemos nuestro alimento, ¿verdad? Sin Dios, no podemos vivir, y entre las cosas que tenemos, no hay nada que no hayamos recibido de Dios.
Debemos tener entendimiento para mirar a Dios que es tan grandioso. Seamos maduros teniendo los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal, y siempre sigamos la voluntad del Padre y la Madre, y vivamos para esa voluntad.
“Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” 1 Co 4:7
Recuerden el hecho de que todo lo que tenemos viene de Dios. Si Dios apaga el sol de inmediato, los seres humanos se extinguirán. Si Dios cierra los grifos en el cielo solo por unas semanas, la tierra sufrirá una grave sequía. Aunque un hombre sea un experto en cierto campo, debe comprender que todo es posible en Dios.
No nos jactemos de otra cosa más que de Dios, quien es nuestro orgullo. Ahora examinémonos para ver si estamos siguiendo nuestra propia voluntad o haciendo la voluntad del Padre en nuestra vida de la fe. Si hemos insistido en nuestra propia manera con una fe infantil, ahora deshagámonos de las cosas infantiles, para que seamos maduros y perfectos. Les pido ansiosamente que busquen qué es lo que desean el Espíritu y la Esposa, nuestro Padre y nuestra Madre espirituales, y sigan su voluntad con una fe madura.